DEIA: “Seguid, hermanos, vuestro destino”
Asier Vallejo Ugarte
Palacio Euskalduna. 20-XII-2013. Temporada de la BOS. Jacquelyn Wagner, soprano. Clara Mouriz, mezzosoprano. Gustavo Peña, tenor. Christopher Robertson, barítono. Sociedad Coral de Bilbao. Sinfónica de Bilbao. Director: Günter Neuhold. Beethoven: Sinfonía nº 9 en re menor, op. 125 “Coral”.
La Novena de Beethoven se estrenó en 1824 y desde entonces su popularidad ha cedido ni un solo milímetro. Es la obra con la que superaba definitivamente las posibilidades de la sinfonía tradicional, una música excelsa que nos mira siempre desde las alturas y todo un muestrario de las características del estilo tardío del compositor, sobre todo su movimiento final, con sus recitativos instrumentales, sus fantásticos episodios fugados y sus sonoridades sorprendentemente sombrías. Pero su novedad más importante estuvo en el empleo de la voz en un género que era hasta entonces patrimonio exclusivo de la música instrumental. Eso le permitió a Beethoven proyectar a todo sol sus ideales éticos y humanistas. En el comentario a su magnífica traducción del poema de Friedrich von Schiller, Joaquín Pérez de Arriaga recuerda la posibilidad, largamente debatida, de que esa oda a la Alegría (Freude) fuese en origen un canto a la libertad (Freiheit). En uno u otro sentido, esta última sinfonía es una auténtica celebración de la fraternidad universal y una de esas obras musicales que traspasan las fronteras del arte puro.
La Novena volvió a calibrar el viernes su extraordinario poder de convocatoria y logró llenar el Euskalduna hasta las últimas filas del paraíso. Pero con obras tan conocidas no suele ser fácil estar a la altura de las expectativas. Günter Neuhold es un director que circula siempre por el carril derecho y cumple rigurosamente todas las normas de tráfico. En sus manos el orden está asegurado. No da volantazos y suele llevar las largas para ahorrarse sustos. Fue una Novena sobria, comedida, contemplativa, de sangre fría, sin violencias, no muy dada a remarcar los acentos y con momentos excesivamente laxos. Le duró una hora y cuatro minutos, más bien poco, aunque la sensación no fue la de ir en volandas, pues el ahorro se produjo especialmente en el tercer movimiento, al que dio aire más de Andante que de Adagio. La orquesta se debe de saber la obra de memoria y, pese a algunos resbalones importantes en los vientos, pudo revalidar su eficacia.
Luces y sombras entre las voces. Se escuchó a la Coral (opaca y con estridencias arriba) con el respeto que merece su larga historia y de los solistas destacaron Jacquelyn Wagner, de canto pulcro y voz delicada, y Gustavo Peña, entonado y musical. En Clara Mouriz se pudo intuir una labor admirable. Christopher Robertson, con continuos engolamientos, se vio ampliamente superado por la inclemente escritura beethoveniana y nada pudo hacer por demostrar que la formidable entrada del barítono en el cuarto movimiento pasa por ser uno de los instantes que dan la clave dramática de esta sinfonía inmensa, visionaria y eterna.