Cada vez que un concertista internacional llega a Bilbao hay una porción de seguidores que, desde cualquier rincón del mundo, sitúa a nuestra ciudad en el grupo de ciudades con un instrumento sinfónico propio. Es una vertiente del impacto que, a través de las redes sociales, tiene la música clásica en la imagen de marca de una ciudad. Invertir en cultura sobrepasa los límites de los auditorios y de los públicos directos.
Cuando una orquesta gira o, más modestamente, visita a otra orquesta -como sucede con la visita de la BOS a la RTVE de esta semana- el potencial de marca asociado a la música clásica se multiplica. Es la ciudad misma la que se pone de largo para visitar a otro público, otra cultura, otra sensibilidad. No importan las fronteras: el carácter de embajadora vale para Madrid y para San Petersburgo o Japón, por citar las dos grandes salidas que hasta el momento ha hecho la BOS en sus 92 años de historia. A través de la BOS no hay idiomas que salvar ni diferencias, sino calidades y apuestas culturales de calado y gustos universales. Espacios comunes y cualificados.
Cuando la BOS suena fuera de sus límites tradicionales, sea por el lugar de sus interpretaciones, sea por el repertorio que aborda (como el colosal “Gurre Lieder” de Schoenberg en el 90 aniversario) crece en todos los sentidos. Que vengan y sin tardanza nuevas apuestas y nuevos retos. Sólo una orquesta que arriesga está llamada a ocupar un espacio indiscutible en el plano cultural y, en el más amplio sentido, ciudadano. Sólo una orquesta que apuesta y mantiene con firmeza su apuesta se construye como una realidad auténticamente imprescindible. Y evidencia, por si fuera necesario, que su mantenimiento no es un gasto que lastra, sino una inversión inteligente.
Joseba Lopezortega, editor de Klassikbidea