Mundoclásico: “Lección de anatomía”
Joseba Lopezortega
Bilbao, 13/02/2014. Euskalduna Jauregia. Eldar Nebolsin, piano. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Günter Neuhold, director. Robert Schumann: Concierto para piano y orquesta en La menor, Op.54. Anton Bruckner:Sinfonía nº 4 en Mi bemol mayor (Ed. Nowak). Aforo: 2164. Ocupación: 70%.
Ocho días después de una excelente Cuarta de Chaikovski, servida en el Euskalduna por el maestro Isaac Karabtchevsky, era el turno de otra Cuarta: la de Bruckner, en manos esta vez de un maestro que conoce profundamente la obra de este compositor, el titular de la BOS Günter Neuhold. El concierto fue una exhibición. En los movimientos segundo y tercero, Neuhold no movió los pies en el podio: allí donde se habían posado, allí permanecieron atornillados. Su economía de gestos implicaba de tal manera a la orquesta que Bruckner sonaba desde su pletórica y casi inconcebible -por remota- austeridad, desde esa mística aspiración insatisfecha que le aleja del gran público: la Romántica no es la más popular de sus sinfonías, acaso es la menos impopular. Que no es lo mismo.
El primer movimiento fue intenso y ya estuvo mostrado con rigor forense: seccionado y explicado sin partitura, atento a los tiempos y a las dinámicas y, sobre todo, sin sacrificar un ápice de sobriedad en beneficio de los pasajes más proclives a la evanescencia en los que hurgara, recreándose, un Celibidache diametralmente opuesto a Neuhold. Aquí no hay mantos ni texturas sedosas, sino vísceras, músculos y una perfecta claridad: un Bruckner simple y, por tanto, complejo y admirable.
El Andante, con Neuhold plenamente comprometido y entregado a su propio disfrute, ensimismado y fértil, hizo patente la calidad del concertino invitado, Markus Tomasi, clave para entender la gran prestación de las cuerdas en ese movimiento dulce y triste, en el que también fue patente el momento magnífico que atraviesan las maderas de la BOS. Un andante perfecto en cada detalle, obra de orfebre: el mejor Neuhold, el maestro con ropajes de sabio que va trabajando la sinfonía de modo constante y global, transmitiendo una confianza creciente en los profesores y sin olvidar que Bruckner es también, o quizá sobre todo, un reto global que requiere fondo, constancia y mente fría. Todo va sumando, en una aritmética arrebatadora, y los movimientos segundo y tercero se suceden sin aparente ruptura hasta el Finale, en el que Neuhold parece haberse puesto a la orquesta en las manos, ampliando feliz el gesto,particularmente efectivo: más gobernando que dirigiendo, en beneficio de Bruckner. Sin temer ni las asperezas ni las dificultades, ofreciendo a Bruckner para que cada uno lo interprete. Un mediador, más que un intérprete. Un gran conocedor y un maestro sobresaliente. No es difícil aventurar que su huella en la BOS quedará asociada a Bruckner, Mahler, Schoenberg y quizá Brahms. Hay otro repertorio, en cambio, en el que apenas se compromete.
En esta velada se ofrecía, en la primera parte, el Concierto para piano de Schumann. No se entiende la necesidad de sumar una obra así a una sinfonía que en la versión Nowak, y de acuerdo a su proverbial ortodoxia, Neuhold clavó en 63 minutos (Celibidache con la edición de Robert Haas alcanzaba los 78 al frente de la Filarmónica de Munich). La Romántica tiene músculo suficiente para programarse en solitario. Si además el pianista anunciado -Rudolf Buchbinder- enferma y es sustituido, el interés del concierto decae. La versión de Neuhold y el sustituto, Eldar Nebolsin, fue meramente rutinaria.