Deia: Despedidas
Asier Vallejo Ugarte
Palacio Euskalduna. 13-VI-2014. Temporada de la BOS. Pablo Villegas, guitarra. Sinfónica de Bilbao. Director: Günter Neuhold. Obras de Falla, Rodrigo y Turina.
Tres despedidas, tres, marcaban el último concierto de la BOS, y para las tres tenía buenas palabras la orquesta en su programa de mano. De Rafael Frühbeck de Burgos, que murió el miércoles, se recordaba que se tuvo “la inmensa suerte de contar con él entre 1958 y 1962, cuando contaba con apenas 25 años, en la que fue su primera responsabilidad como director titular de una orquesta sinfónica”. A Günter Neuhold se le valoraba su “intenso y fructífero trabajo” durante estas seis temporadas como director artístico y titular. Y de Alicia González, memoria de la música en Bilbao, que se jubila después de cuarenta y cinco años en la orquesta, se aseguraba que es “una persona fundamental en la historia de la BOS”.
Para una cita de esta importancia, con tantas emociones a flor de piel, la orquesta sacó toda su artillería y convirtió su último concierto de temporada en una auténtica fiesta. Neuhold, sobrio y sereno, con su habitual aire de dominador tranquilo, dio buen pulso a la Orgía de Joaquín Turina y encontró el tono poético de la España goyesca que Joaquín Rodrigo retrató en su Concierto de Aranjuez. A unos cuantos escépticos nos tuvo que recordar que esa música es tan universal como la de un Schoenberg, un Poulenc o un Stravinski, y que el origen cultural es sólo una clave más para interpretarla, pero no la única, ni siquiera la más importante. Pablo Villegas estuvo fantástico a la guitarra, empatado en musicalidad y aún más expresivo que Miloš Karadaglic hace unos meses con la OSE.
Neuhold bajó un poco la marcha en El sombrero de tres picos, como si únicamente se limitase pasar a limpio los geniales pentagramas fallescos, hasta rozar la atonía en las seguidillas de la Danza de los vecinos. Pero hacia el final remontó el vuelo y aún tuvo energías para dar tres propinas (Tico-Tico incluida) con las que levantó los ánimos de un público que durante seis temporadas ha sabido valorar su veteranía, su capacidad de mando y su profundo conocimiento del repertorio, aunque uno y otro no siempre hayan terminado de conectar. Por eso Neuhold se va de Bilbao con más respeto que admiración, sin dejar gran estela y sin polémicas públicas, como una persona de paso que parece no haber buscado la luz de los grandes focos sino los frutos de un trabajo serio, constante y frecuentemente invisible.