Deia: “(DES)EQUILIBRIOS”
Asier Vallejo Ugarte
Palacio Euskalduna. 09-X-2014. Temporada de la BOS. Guy Braunstein, violín. Sinfónica de Bilbao. Director: Yaron Traub. Obras de Berg y Mahler.
Una de las cosas que Kandinski alababa en los compositores de la Segunda Escuela de Viena era su total renuncia a lo que él llamaba “belleza acostumbrada” y su defensa de que todos los medios condujesen “al fin de la autoexpresión”. En ese sentido, puede que la modernidad del Concierto para violín (1935) de Alban Berg siga sorprendiendo al oyente actual, pero es una de esas obras que se pueden reconocer como bellas, estimulantes, poéticas, intensamente líricas, y es así sobre la base de un sistema de composición extremadamente complejo. Para ello Berg equilibra con gran maestría técnica y expresión, y en nada le importa acercar el dodecafonismo al terreno de la tonalidad para vincular su música con el pasado. Guy Braunstein es un estupendo violinista y se ha valorado mucho su aportación como concertino de la Filarmónica de Berlín durante trece años, pero da la impresión de que le cuesta despegar como solista. Y aunque penetra a fondo en el laberinto de líneas cruzadas y sugerencias tonales que es el Concierto de Berg, hay en él una pasión y una subjetividad que no deben permanecer ocultas. A cambio, Yaron Traub y la orquesta comprenden perfectamente una de las claves de esta obra: que su complejidad apunta a la claridad y a una nueva forma de simplicidad.
Traub, por cierto, jugó sus bazas como gran comunicador y se dirigió al público para dar la bienvenida a la temporada y presentar el concierto de manera sumaria. Así que fue inevitable ver en él a un postulante a la titularidad de la orquesta. Y fue inevitable también, por tanto, valorar su Mahler en relación al que estas últimas temporadas hemos escuchado en manos de Günter Neuhold. Son dos mundos opuestos. El austriaco, más adusto en origen, es el orden, la sobriedad, las ideas claras y el control absoluto de las líneas fuerza. El israelí puede ser más carismático, extrovertido y vibrante, dirige muy hacia afuera y sabe ganarse a la audiencia, pero a veces la música debe pagar un peaje. En su Primera hubo ideas muy buenas (como las llamadas a la naturaleza en el movimiento inicial o el tono grotesco imprimido al tercero) que pudieron verse arrinconadas por un Finale saturado de decibelios y hasta un punto caótico o descontrolado, con instantes en la cuerda floja y tensiones a punto de quebrar, aunque al final la orquesta logró salvar la partida. Con la propina (una de las Diez melodías vascas de Guridi) Traub buscó tocar la fibra sensible de un público que, como se ve, conoce bastante bien.