DEIA: Leonskaja y la magia
Asier Vallejo Ugarte
Sociedad Filarmónica de Bilbao. 23-X-2014. Elisabeth Leonskaja, piano. Obras de Beethoven, Berg y Schubert.
Estupenda entrada en la Filarmónica para escuchar a la gran pianista que es Elisabeth Leonskaja (1945), vieja conocida entre nosotros después de tantas noches para el recuerdo tanto en la sala de Marqués del Puerto como con nuestras dos orquestas. Hipersensible hasta la médula, es una de esas pianistas que en el aspecto emocional se desnudan ante el público, que van sin paracaídas, que no se contienen en absoluto. Nunca se sabe por dónde va a llevarla la música, y es ese suspense el que da vida auténtica a sus recitales. Pero los años pasan para todos, también para Leonskaja y para sus dedos, que comienzan a perder la agilidad de otros tiempos. Se notó en la primera obra de la noche, la Fantasía en sol menor, op. 77 de Beethoven, y especialmente en varias de sus diabólicas escalas descendentes.
En la Sonata, op. 1 de Berg se elevó en toda su estatura y mostró con contundencia el enorme conflicto que la obra despliega entre las formas tradicionales y las nuevas vías marcadas por la atonalidad. Esa contundencia tenía una cierta grandeza romántica, incluso un punto de visceralidad, como si Leonskaja quisiese dejar claro dónde echa raíces la música de Berg. Puede ser que en la Sonata La tempestad de Beethoven le costase mantener la concentración, pues tuvo que luchar contra un público rebelde (cámara en primera fila y sintonías de móviles incluidas) y contra los obstáculos de una obra de súbitos e implacables contrastes, pero lo cierto es que hubo en su movimiento inicial deslices y trompicones que arrojaron sombras sobre el estro poético del bellísimo Adagio central.
En Schubert volvió la Leonskaja de los grandes días. Se sabe que sus sonatas para piano no son obras para virtuosos demoledores, sino para pianistas capaces de materializar ideas tan abstractas como son la expresividad y la musicalidad. En la Gasteiner Sonate, D. 850, a la incesante tensión rítmica Leonskaja sumó un poso de negrura y un gran lirismo interior, volcado hacia adentro, que acabaron luchando por desatarse en su sorprendente Rondo final. De propina tocó el Nocturno op. 27 nº 2 de Chopin, y en él volvió a demostrar que, pese a todo, ella sigue teniendo el fabuloso (y muy reservado) don de hacer magia al piano.