Deia: “Enigmas”
Asier Vallejo Ugarte
Palacio Euskalduna. 15-XI-2014. Temporada de la BOS. Elisso Bolkvadze, piano. Sinfónica de Bilbao. Director: Jon Malaxetxebarria. Obras de Guridi, Saint-Saëns y Elgar.
Una de las pocas obras importantes que Guridi escribió durante los cerca de diez años que invirtió en la composición de su ópera Amaya fue el poema sinfónico Una aventura de Don Quijote, basado en el episodio Batalla del gallardo vizcaíno, Don Sancho de Azpeitia, y el valiente manchego de la obra cervantina. Se estrenó en el Teatro Circo Price de Madrid en noviembre de 1916 y es desde entonces una pieza guridiana con presencia tanto por su brillante orquestación como por la habilidad con que interrelaciona los correspondientes temas regionales. La música de Guridi corre por las venas de la Sinfónica de Bilbao de igual forma que la de Mendelssohn puede correr por las de la Gewandhaus de Leipzig, algo que debió de ser indiferente a Jon Malaxetxebarria (1984), actual titular de la Solihull Symphony Orchestra, y a su gesto claro, preciso y temperado.
En el Concierto para piano nº 2 en Sol menor (1858) de Saint-Saëns florece un virtuosismo apabullante que se abre a instantes de ardor poético y que no olvida su deuda con la música barroca, como se demuestra en el arranque absolutamente bachiano de su movimiento inicial. A Elisso Bolkvadze le hubiera bastado con correr como una gacela para calibrar ante la orquesta y el público su extraordinaria técnica, pero lo sorprendente en ella fue la forma en que veló por el sentido de cada frase y de cada matiz. Malaxetxebarria tardó en encontrar su sitio en esta obra tan volcada hacia la escritura pianística y hubo de esperar a la espectacular tarantela para unir realmente sus fuerzas a las de la espléndida solista.
Terminaba el concierto con las Variaciones Egnima (1899) de Elgar, partitura con claves que aún permanecen ocultas. En ella el británico continuaba la secular tradición del género desde una doble mirada a los armazones orquestales de Brahms y a las innovaciones armónicas de Wagner, pero también desde el calor romántico que le era propio y que se corona en ese momento de total plenitud musical que es Nimrod. Malaxetxebarria se defendió ante el enorme reto que supone centrarse en la individualidad de cada variación sin que el conjunto acabe perdiendo en coherencia interna, demostrando buen tacto para las grandes líneas melódicas y un estilo muy sobrio que, achicado por arrestos de aparente timidez, pide a gritos liberarse.