Deia: “Inflexiones”
Asier Vallejo Ugarte
Palacio Euskalduna. 27-II-2015. Temporada de la BOS. Adolfo Gutiérrez, violonchelo. Sinfónica de Bilbao. Director: John Axelrod. Obras de Webern, Elgar y Brahms.
La Passacaglia, op. 1 (1908) puede ser una de las piezas menos webernianas de Anton Webern: sí tiende en capas interiores a una poética expresionista, pero carece de la concisión extrema y de las implicaciones explosivas que marcarán su obra en el futuro, encaminada hacia una idea microestructural de la forma musical. Ese Webern preatonal, que parece observar como polos de referencia el simbolismo de Debussy y las tensiones armónicas de Wagner, se entiende muy bien con la personalidad de la BOS, que no dudó en resaltar la violencia de las disonancias y el punto estridente que reclaman para sí puntuales llamadas de los metales.
De John Axelrod se ha hablado mucho recientemente a cuenta de su llegada a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla como relevo de Pedro Halffter. De un director de su trayectoria se hubiera esperado un poco más en el Concierto para violonchelo en mi menor (1919) de Elgar, una pieza que bebe también de las fuentes del último romanticismo alemán, aunque lo hace desde una mirada mucho más retrospectiva, anclada en los ideales estéticos de décadas atrás. Por eso no es un concierto que deje estela en su época, profundamente marcada por el dirigismo de las vanguardias, pero todavía sigue lanzando sus líneas diáfanas y su enorme riqueza expresiva sobre las salas de conciertos actuales. Axelrod pasó a limpio la partitura sin entrar en matices de fondo y Adolfo Gutiérrez, que es un violonchelista fabuloso, elegantísimo y con musicalidad a mares, demostró lo comprometido que puede ser calibrar el poso emocional de un concierto tan conocido e implantado a fuego en el imaginario de cada uno de nosotros.
En la Cuarta (1885) de Brahms se creció Axelrod, que dio con el tono crepuscular que sobresale en su armadura noble y apasionada, fortalecida por unas líneas melódicas perfectamente hilvanadas y por una estructura que se engrandece de manera progresiva hasta el Finale, que toma la forma de una chacona, muestra del compromiso del compositor con un pasado que tiene siempre presente. Pero de ese compromiso nace a la vez una escritura seria y severa que se renueva constantemente en un continuo afán de liberarse, como se ve a luz natural en la tremenda coda final. Fue esa una de las lecciones que ofreció Axelrod: en la obra sinfónica de Brahms, encerradas en los límites de las formas clásicas, están buena parte de las claves de la nueva música.