Deia: “Muy grande”
Asier Vallejo Ugarte
Palacio Euskalduna. 23-IV-2015. Temporada de la BOS. Manuel Blanco, trompeta. Sinfónica de Bilbao. Director: Antoni Ros Marbá. Obras de Haydn y Schubert.
El que Haydn trabajase durante la mayor parte de su carrera al servicio de una corte tuvo como principal consecuencia que su estilo necesitase equilibrar la exigencia de satisfacer el gusto de sus patrones con la ambición de desenredarse de muchas de las convenciones de la época. En la última etapa de su vida, tras su vuelta a Viena en 1795, se aligeraron sus obligaciones (concentradas principalmente en la composición de piezas sinfónico-corales) y pudo desarrollar en la música instrumental una suerte de diálogo póstumo con Mozart que tuvo reflejo en obras como el Concierto para trompeta en Mi bemol mayor (1796), donde al fruto de una larga vida dedicada al sinfonismo se unía la claridad de las serenatas juveniles y la curiosidad por las posibilidades técnicas y musicales de la nueva trompeta. Todo ello estuvo más que presente en la interpretación que vio combinadas la juventud de Manuel Blanco y la admirable madurez de Antoni Ros Marbá, una interpretación presidida por la coherencia, la cantabilidad y la conciencia plena de que este Haydn no es el más proclive a las articulaciones cortantes o a los contrastes extremos.
Sí se hubiera podido tensar un poco más la cuerda en la obertura de Rosamunde (1820) de Schubert, nutrida de una diafanidad igualmente vienesa pero sobre la que se extiende un soplo de melancolía que no siempre sale a la luz. En la Sinfonía nº 9 en Do mayor D. 944 (1828), conocida como La grande, Ros pudo mostrar su total conocimiento de la partitura y dejar ver en ella un carácter innovador que se aventura a dirigir su mirada más allá del imponente legado beethoveniano. Siempre es bueno recordar la importancia que tuvo esta obra en el renacimiento de la música de Schubert, y también esa esencia vienesa que late de fondo y que tan rápidamente cautivó a Schumann cuando la descubrió: “Al escuchar la sinfonía de Schubert y su devenir brillante, florido, romántico, la ciudad [de Viena] se cristaliza ante mí, y comprendo por qué esta clase de obras pudo surgir en estos mismos entornos”. Desde un criterio sólido como una roca, Ros nos puso delante de una música que va continuamente de frente y que tanto en sus prodigiosas melodías como en sus efectos orquestales basa una grandeza que acabará alimentando, en buena medida, el desarrollo de la sinfonía durante la segunda mitad del siglo XIX.