Deia: “Quinta final”
Asier Vallejo Ugarte
Palacio Euskalduna. 05-06-2015. Temporada de la BOS. Measha Brueggergosman, soprano. Sinfónica de Bilbao. Director: Carlos Miguel Prieto. Obras de Richard Strauss y Beethoven.
El auditorio del Euskalduna presentaba una magnífica entrada para ofrecer el último concierto de la temporada de la BOS, que se abrió con una exuberante interpretación de Muerte y transfiguración (1890) de Richard Strauss. Valiéndose de la vocación europeísta de la orquesta, que suele dar lo mejor de sí misma en estos repertorios, Carlos Miguel Prieto mantuvo en tensión continua el conjunto formal-expresivo de la obra, haciendo valer con buena mano lo que tiene de síntesis entre la capacidad evocadora de Liszt, la fortaleza constructiva de Brahms y la tensión armónica de Wagner. Se comentaba en los corrillos que cuesta entrar en frío en una música tan densa, que estos monumentales poemas sinfónicos se integran mejor en las segundas partes de los conciertos, pero como pórtico de los Cuatro últimos lieder (1948) sí encuentran su espacio, ya que constituyen los principales puntos de referencia sobre los que el viejo Strauss arrojaba su débil y crepuscular mirada. Dicen que Measha Brueggergosman gana en las distancias cortas, y es verdad que le puede faltar un punto de amplitud vocal para llenar salas tan grandes como la del Euskalduna, pero canta muy bien y no hay duda de que tiene todo lo que hace falta para bordar la canción alemana: musicalidad, estilo y poder de comunicación.
A diferencia de la Novena, que suena en todas partes y a todas horas, la Quinta (1808) de Beethoven parece una obra más de orquestas en gira que de temporadas de abono. Por eso aún sigue asombrando al oyente actual cuando se hace en directo, y no sólo por su grandeza sinfónica, su vitalidad rítmica o los marcados contrastes del Allegro con brío inicial, admirablemente construido en torno a cuatro únicas notas, sino por su fantasmal Scherzo o por el gran tema de la Luz que alienta la composición del movimiento final. No hay sinfonía más beethoveniana que la Quinta, y ese espíritu revolucionario se mantiene intacto dos centurias después. Prieto, que la clavó en treinta minutos, sacó lo mejor de todas las secciones de la Sinfónica (especialmente de los metales, que tuvieron su noche), y lo hizo profundizando en los desarrollos de la obra como elementos motrices de una energía que en ningún momento dio el menor síntoma de desgaste.