Mundoclásico: “Kullervo: una apuesta bien solventada”
Joseba Lopezortega /
Bilbao, jueves 24 de septiembre de 2015. Euskalduna Jauregia. Marjukka Tepponen, soprano. Markus Nieminen, barítono. Coro Easo Abasbatza, Xalbador Rallo, director de coro. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Director: Ari Rasilainen. Jean Sibelius: Finlandia, opus 26. Kullervo, opus 7. Aforo: 2164. Ocupación: 75%.
“Kullervo” de Sibelius no es sólo una composición de fuerte impulso épico, es también una obra cuya programación requiere de decisión y valentía. Pese a la actividad en el pequeño territorio vasco de dos orquestas sinfónicas, dos, y de varias masas corales de primer nivel, “Kullervo” no se había hecho antes en Euskadi. Al ofrecerla, el inicio de la temporada de la Sinfónica de Euskadi adquiría valor de proclama, de declaración de intenciones: no parece que la orquesta vaya a segar lo ya cosechado de la mano de Jun Märkl y Oriol Roch, sino que parece asumir su irrenunciable papel de instrumento cultural público con potencial y vocación de roturar, sembrar y apostar, a la vez, por su público actual y por futuras cosechas. Esta lectura de la presencia de Kullervo en el programa inaugural de una temporada era uno de los factores a valorar a priori; el otro lo constituía la cita musical como tal, de extraordinaria relevancia.
Existe cierto fetichismo cuando se habla o escribe de obras compuestas en la resplandeciente juventud de un genio, como es el caso, o en su magistral crepúsculo. Dan igual 20 o 90 años, lo cierto es que la obra ofrece al público un poder maduro, sugestivo y profundo, radical, a cuyo servicio concurren como huestes guerreras orquesta, coro masculino, solistas y director. Requiere Kullervo no sólo de la suma de estos elementos, sino de su perfecta integración. No sirve que de forma aislada funcione cada componente, sino que deben crear entre todos ellos un clima sonoro potente, atávico, capaz de recordarnos que estamos ante la ilustración sonora de una saga sangrienta, incestuosa y sagrada y, de la mano de Sibelius, también ante una piedra fundacional para Finlandia en su construcción como cultura y Estado. De la mano de Ari Railainen, ya en la “Introducción” fue patente la inclinación hacia la claridad y la delicadeza en detrimento de las pulsiones. El maestro eligió una cierta lejanía y no se emplazó en el corazón de la obra, y “Kullervo” devino más una contemplación que una vivencia. Sólo cuando la “Introducción” se acercaba a su conclusión se intensificó el volumen y la orquesta mostró una mayor consistencia, más empaque y más posibilidad de enseñarse. Este juego de contención y exposición fue una constante en toda la obra, y llevó “Kullervo” de la ferocidad a la civilización, de la violencia primitiva a cierta galantería. Esta aproximación cauta de Rasilainen fue incluso más evidente en el inicio de “La juventud de Kullervo”, un movimiento en el que se diría que la orquesta hubiera disfrutado más con un mayor empuje, con una batuta más libre y enérgica y quizá menos ordenada. Hubo belleza en el movimiento, pero más cercana a la contemplación de un lago inquieto que a la de un mar embravecido: Kullervo cabalgando sobre un camino, y no hundido en el barro. Bien, quizá ese Kullervo embarrado sea sólo una proyección o un prejuicio: el de Raisalinen era coherente, pero limpio.
En “Kullervo y su hermana” la relativa falta de garra de la versión se convirtió en un beneficio para el Coro Easo, una formación a la que quizá hubiera sepultado una orquesta más ambiciosa en volumen. Aunque algo escaso en número de integrantes, el mítico Easo no pasó por apuros en ningún momento. Al contrario, estuvo sencillamente maravilloso voz por voz, como digna realidad presente de una veterana masa de calidad y trayectoria míticas. Qué gran coro, aunque condicionado por el número: un grupo de canto maravilloso, que trabajó mucho y bien para no pasar de ser una fuerza a un impulso, para no adoptar una función narradora, en lugar de trágica. El trabajo del Easo fue una virtuosa exhibición de trabajo en esa frontera quebradiza que no se rompió. Impresionante trabajo. También buenos el bajo-barítono Markus Nieminen, estupendo representante de la gran escuela nórdica en esa cuerda, y la soprano Marjukka Tepponen, también entregada y con potencia y capacidad más que sobradas para componer con su trágico hermano un binomio de gran eficacia y calidad.
En el cuarto movimiento, “Kullervo va a la guerra”, el trabajo de las trompas y en general de los metales fue muy bueno, pero de nuevo el relato parecía narrar las ensoñaciones guerreras de un niño, y no las vivencias extremas de un joven guerrero. Sólo al final del movimiento ese niño, ese sonido contenido, pareció despertar y el sonido resultaba asombroso en contraste. Fue, en general, un “Kullervo” un tanto ensimismado.
En “La muerte de Kullervo” el Coro Easo estuvo muy cómodo en el sigilo, la intimidad y el recogimiento. La textura fue deliciosa, el trabajo de la orquesta también muy bueno: trompas, timbalero y cuerdas progresaban fantásticos construyendo el más homogéneo y mejor movimiento de toda la obra. Podría decirse, a modo de resumen, que la apuesta por “Kullervo” salió bien parada, y que más vale un buen “Kullervo” que una excelente prestación en un repertorio más conocido y, por esa razón, menos enriquecedor y comprometido. Este Sibelius es de esas citas que hacen saltar a una orquesta hacia delante, al otro lado de un río en el que ya esperaba, majestuoso, el Easo. El emocionante, gran coro Easo.
Abrió el programa “Finlandia”, de la que musicalmente poco puede decirse, al haber resultado meramente rutinaria. Sí cabe cuestionarse su programación junto a una obra de las dimensiones y exigencias de “Kullervo”, que puede prescindir perfectamente de cualquier preámbulo. A ver cómo evoluciona la temporada de la Sinfónica de Euskadi a partir de esta notable y bien solventada propuesta.