DEIA: “Visionarios”
Asier Vallejo Ugarte /
Sociedad Filarmónica de Bilbao. 16-X-2015. “Lockenhaus on Tour”. Vilde Frang, violín. James Boyd, viola. Nicolas Altstaedt, violonchelo. Alexander Lonquich, piano. Obras de Dvorak, Veress y Brahms.
Tantas primeras figuras han pasado por el Festival de Lockenhaus desde que Gidon Kremer lo fundara en 1981 que, con sus apenas 2.000 habitantes, la diminuta localidad austriaca que lo acoge y le da nombre se ha acabado convirtiendo en una de las capitales europeas de la música de cámara. Su actual director, ese joven y espléndido violonchelista que es Nicolas Altstaedt, ha impulsado la idea de realizar giras con artistas invitados al festival, que son siempre músicos de primer nivel, y dentro de ese proyecto (Lochenhaus on Tour) se presenta estos meses junto a Vilde Frang, James Boyd y Alexander Lonquich en lugares como el Mozarteum de Salzburgo, la Konzerthaus de Viena, el Tonhalle de Zúrich o nuestra Sociedad Filarmónica.
Sorprendía en el programa la presencia de Sándor Veress entre dos vecinos aparentemente incómodos, pero a la hora de la verdad Dvorák y Brahms no son compositores invasivos y suelen dejar respirar a sus acompañantes, así que el Trío de cuerda (1954) del que fuera alumno de Bartók y Kodály encontró un espacio propio en el concierto e hizo valer una escritura ácida, austera y compleja que, pese a beber de las fuentes del serialismo, admite gran lirismo (incluso cierto pathos) en su interpretación. Se lo dieron los músicos sin la más mínima reserva, igual que antes se lo habían dado al Trío n°3 en fa menor, op. 65 (1883) de Dvorák, obra de gran aliento que carece en gran medida del característico color local patente en muchas de sus otras obras, lo que hace aún más visible de lo habitual la poderosa influencia brahmsiana.
Se dice a menudo que para hacer justicia a Il Trovatore de Verdi haría falta contar con las cuatro mejores voces del mundo, y de idéntica forma podría decirse que el Cuarteto n° 1 en sol menor, op. 25 (1861) de Brahms, y muy especialmente su trepidante Rondo alla zingaresa final, reclama para sí a los cuatro mejores instrumentistas. Pero la música de cámara es mucho más que una suma de individualidades, y lo que hicieron Altstaedt, Boyd, Frang y Lonquich fue jugar con las dinámicas, con los matices, con los equilibrios entre las distintas líneas, como si buscasen despersonalizar la música, liberarla del estilo retrospectivo que tantas veces se le presupone y hacer ver las razones que un día pudieron llevar a Schoenberg, que fue uno de los adalides de la modernidad musical tal y como hoy la entendemos, a orquestar precisamente esta obra densa, colorista y sólida como una roca.