Nora Franco Madariaga/
Bilbao, 30/10/2015. Euskalduna Jauregia. 64 Temporada de Ópera de ABAO-OLBE. Don Carlos de Giuseppe Verdi. Libreto en francés de Joseph Méry y Camille Du Locle basado en Dom Karlos, Infant von Spanien de Schiller. Estreno: Ópera de París, 1867.
Don Carlos – Giuseppe Gipali; Élisabeth de Valois – Mª José Siri; Juan Jesús Rodríguez – Rodrigue; La Princesse Éboli – Daniela Barcellona; Philippe II – Orlin Anastassov; Le Grand Inquisiteur – Mika Kares; Thibault – Ana Nebot; Un Moine – Ugo Rabec; Le Comte de Lerme – Eduardo Ituarte; Une Voix dén Haut – Irantzu Bartolomé; Un Heràut Royal – Giorgi Meladze; Deputés Flamandes – J.C. Ibáñez, I. Egoskozabal, J. López, A. Soldevilla, M. Basterretxea, I. López de Munain, P. García, M.A. Álvarez; Bilbao Orkestra Sinfonikoa; Coro de Ópera de Bilbao; Malandain Ballet Biarritz; Dirección musical – Massimo Zanetti; Dirección de escena – Giancarlo del Monaco; Dirección de escena asociada – Sarah Schinasi; Dirección del coro – Boris Dujin; Dirección de Banda Interna – Itziar Barredo; Maestros repetidores – Miguel N’Dong e Iñaki Belasko; Dirección ballet – Thierry Malandain; Escenografía – Carlo Centolavigna; Vestuario – Jesús Ruiz; Iluminación – Wolfgang von Zoubek; Producción – ABAO-OLBE en coproducción con Teatro de la Maestranza, Ópera de Oviedo y Festival de Ópera de Tenerife.
Dejando a un lado que en el libreto de Don Carlos cualquier parecido con la realidad histórica es mera coincidencia, hay que admitir que es una trama de amores imposibles, luchas de poder, lealtades, traiciones e incluso voces del más allá a la que no le falta ingrediente para mantener la intriga, la tensión dramática y la atención del espectador hasta el último momento.
ABAO-OLBE inicia así su temporada tirando la casa por la ventana, con la producción de una ópera que no cualquier teatro puede afrontar, ni escénica ni musicalmente hablando; una ópera que, con sus cinco horas de duración, ahuyenta a ese público que va a la ópera a ver y dejarse ver llenando el auditorio, por el contrario, de verdaderos aficionados a la ópera dispuestos a disfrutar de este gran espectáculo.
Y desde luego no defraudó. Al menos en términos generales. Por supuesto, siempre hay matices (que más tarde analizaremos) pero el conjunto resultó equilibrado, intenso y muy bien conducido a lo largo de los cinco actos.
Al montaje de Giancarlo del Mónaco, que ya habíamos podido ver en el Don Carlo de 2010, se le añade un esquemático bosque de Fontainebleau para el primer acto. La escena es sencilla, que no escasa, y se adapta a la perfección a los ricos vestuarios de Jesús Ruiz, muy apropiados en colorido, texturas y detalles, creando cuadros plásticos dignos de un pintor de corte. Incomprensible y fuera de lugar, sin embargo, la aparición del Gran Inquisidor como un Ecce Homo al inicio del cuarto acto.
En cuanto a lo musical, gran papel el de la uruguaya Mª José Siri, como demostró el público con sus aplausos. Ya cuando en 2004 ganó el Concurso Internacional de Canto pudimos ver que se trataba de una voz de una gran musicalidad a tener en cuenta, pero no habíamos podido disfrutar de nuevo en Bilbao de la riqueza de su lirismo hasta ahora. Como Élisabeth de Valois luce el fraseo de su voz verdiana, poderosa y llena de matices, especialmente bella en los pianísimos. Elogiable, sin duda, su expresividad vocal, que llenaba de emociones una puesta en escena de Carlo Centolavigna en ocasiones demasiado estática.
Bien recibido por los asistentes fue también el trabajo de la mezzo Daniela Barcellona en el papel de La Princesse Eboli. Su voz, con mucho cuerpo, parece algo oscura y pesada en algunos momentos pero ella misma lo desmiente con la complicada coloratura de la canción del velo. Esta desigualdad de colores, que hubiera molestado en otra ocasión, sirve en este caso para enriquecer el personaje con distintas facetas psicológicas. De gran intensidad y expresiva línea de canto el O don fatal del cuarto acto.
Menos afortunada fue la actuación del Infante Don Carlos Giuseppe Gipali. Aunque el complicado y exigente rol estuvo correcto y bien defendido incluso en los agudos, tal vez por el cansancio de una tercera función o, más bien, por una inadecuación al papel, su voz sonó algo escasa y falta de brillo en muchos momentos. De la misma forma, interpretativamente faltó algo más de soltura aunque bien es cierto que la puesta en escena no daba pie a grandes demostraciones.
Más equilibrados estuvieron ambos bajos: Orlin Anastassov como Philippe II y Mika Kares en el rol de Le Grand Inquisiteur. El búlgaro Anastassov mantiene durante toda la obra el complicado papel del rey con redondez y bel canto, aunque se echa de menos algo más de profundidad en el desarrollo del personaje, algo más de dramatismo en la voz en algunos pasajes. Por su parte, Kares resuelve magníficamente la parte del Gran Inquisidor. Faltan en ambos bajos unos graves más potentes que doten al dúo entre ambos de esa oscuridad que se espera, pero sin duda fue una parte destacable tanto de sus apariciones como de la ópera en general.
Mención aparte requiere Juan Jesús Rodríguez en el papel de Posa. Al igual que con su trabajo en Otello la temporada pasada, hemos podido disfrutar de su despliegue vocal. Desbordando fraseo y musicalidad, ofreció sólo con la voz y la mirada un abanico de pasiones contenidas, sobrio dolor y profundos conflictos. Cálido su color en los graves, destaca la escena de su muerte por su dramatismo y buen hacer. Rodríguez se llevó, merecidamente, la mayor ovación del público.
Igualmente, la orquesta recibió merecidos aplausos. Extremadamente precisa bajo el gesto enérgico de Zanetti que, con un dominio absoluto de la partitura supo mantener la tensión musical hasta el último momento, la BOS sonó compacta, bien empastada, equilibrada y con entidad propia. Fantástico el sonido de las trompas en el foso, redondo el de las bandas internas, elegantes las cuerdas en todo momento, Zanetti y BOS han llegado a un entendimiento que garantiza un inmejorable resultado.
No fue el caso del CCN Malandain Ballet de Biarritz. Una ejecución pobre de una coreografía muy poco acertada, nos dejó al menos disfrutar de la bellísima interpretación de la orquesta del ballet La Peregrina, que tan pocas veces se puede escuchar.
Para terminar, citar la estupenda actuación del Coro de Ópera de Bilbao, la más que correcta de los Diputados Flamencos, la frescura de la voz de Ana Nebot en el papel de Thibault y la dulzura y musicalidad de Irantzu Bartolomé desde lo alto del Auditorio, aunque quizá hubiera sido más apropiada para ese papel una voz más blanca. Bien el bajo Ugo Rabec. Correctos Eduardo Ituarte y Giorgi Meladze.
Una gran velada para el más profundo Verdi que, no sólo supera con creces el listón de una grand-opéra, sino que lo deja muy alto tanto para el resto de la temporada como para las próximas obras del Tutto Verdi.