DEIA: “Horizontes lejanos”
Asier Vallejo Ugarte /
Palacio Euskalduna. 05-XI-2015. Temporada de la BOS. Paul Huang, violín. Sinfónica de Bilbao. Director: Carlos Miguel Prieto. Obras de Marquéz, Barber y Revueltas.
EL nombre de Samuel Barber ocupa un espacio bastante marginal en los manuales de historia de la música, pero no hay duda de que su estilo tradicional, retrospectivo y posromántico sigue logrando capturar la atención de un público amplio y variado. Su Concierto para violín (1948) es una pieza que parece desafiar a su propia época tanto por su extraordinaria intensidad melódica como por su resistencia a abandonar la tonalidad o su indiferencia ante las aspiraciones de muchos de los compositores estadounidenses de entonces de representar en sus obras la expresión de un gran sentimiento nacional. Puede que ninguno de los grandes conciertos para violín del siglo XX (Bartók, Berg, Shostakovich, Stravinski) esté dotado de un lirismo tan desbordante, y puede también que ninguno de ellos marque un contraste tan radical entre sus movimientos: si los dos primeros son puro canto de inicio a fin, en el tercero emerge un virtuosismo más aristado que lleva consigo ciertos aires de modernidad, lo que permitió al buen violinista que es Paul Huang lucir sonido, fraseo y técnica a partes prácticamente iguales.
El Danzón n° 2 (1994) de Arturo Márquez parece rememorar desde la distancia el espíritu del “renacimiento azteca” que tuvo lugar en México en la etapa post-revolucionaria, y por eso conectó directamente con la exuberante música que Silvestre Revueltas compuso para la película La noche de los mayas (1939), después reconvertida en suite por José Ives Limantour. Nunca antes la Orquesta Sinfónica de Bilbao había interpretado la obra, relanzada a la fama en tiempos recientes por Gustavo Dudamel y los chicos de la Simón Bolívar, que tienen un swing especial para esta música, y seguramente la enorme sala del Euskalduna no tenga la acústica ideal para escucharla (los ¡trece! percusionistas arrollaron a los vientos y a la cuerda), pero su profunda espiritualidad, sus raíces primitivas, sus resonancias pentafónicas y su vibrante energía rítmica hacen que en ella sean imperceptibles las fronteras entre lo ancestral y lo moderno. Si se sintió el entusiasmo de la orquesta bilbaina ante una partitura que le permite liberarse de las convenciones de otros repertorios, nadie disfrutó tanto como el director mexicano Carlos Miguel Prieto, que se dejó llevar por esta música que siente como propia hasta tal punto que la inesperada propina (Sones de mariachi de Blas Galindo) pareció obedecer a una necesidad poco menos que vital.