Deia: “Carnaval en Viena”
Asier Vallejo Ugarte /
Palacio Euskalduna. 5-II-2016. Temporada de la BOS. Leticia Moreno, violín. Eduardo Portal, director. Sinfónica de Bilbao. Obras de J. Strauss, Saint Saëns, von Suppé, Dvorák, Ravel, R. Strauss
La BOS se reservó para el concierto de Carnaval el que tal vez sea el programa más débil de la temporada, compuesto por obras que a menudo limitan -puede que deliberadamente- con el espacio de la música de consumo. El aroma vienés vino dado de inicio por la opereta, un género que levantó el vuelo a mediados del XIX para dar respuesta a una nueva burguesía, no demasiado cultivada, que comenzaba a demandar nuevas formas de entretenimiento. El iniciador fue Franz von Suppé, representado en el concierto por la obertura de Poeta y campesino (1846), aunque el gran celebrante de la opereta fue Johann Strauss hijo, en cuya música se concentran la efusividad musical, la ductilidad rítmica y la vitalidad popular de las danzas vienesas fin de siècle, de lo que da muestra la celebérrima obertura de El murciélago (1874), presente como pórtico del programa.
Leticia Moreno es una violinista cálida, intensa, temperamental, bien armada de técnica y musicalidad, con presencia en escena, a la que no bastó con bordar sus dos intervenciones para entusiasmar al público, ya que tanto la Introducción y rondó caprichoso op. 28 (1863) de Saint-Saëns como la Tzigane (1924) de Ravel son obras sólo medianas de dos compositores enormes, y ante ninguna de ellas puede una artista de su nivel mostrarse en plenitud de medios. Tampoco la muy brillante Obertura Carnaval (1891) se cuenta entre las piezas más memorables de Dvorák, pero rara vez se escucha en nuestras salas de conciertos, y esta vez lo tenía fácil.
La mejor música, con gran diferencia, se escuchó en la suite (1945) de El caballero de la rosa de Richard Strauss, en la que conviven varios de los temas principales de la fascinante ópera, entre ellos el de la presentación de la rosa, el trío y el dúo finales, ambos sublimes, y por supuesto el vals favorito del Barón Ochs, con el que la velada recuperaba el aroma vienés inicial. Fue en ella donde Eduardo Portal pudo demostrar que posee, además del pulso y el vigor ofrecidos en el resto del programa, sensibilidad para las amplias líneas melódicas y para los seductores timbres orquestales straussianos, a los que la Sinfónica sigue siendo capaz de dar relieve pese a la lamentable ausencia del compositor alemán en las últimas temporadas de ópera en Bilbao.
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