Pablo Cepeda /
6 de marzo de 2016. Festival Musika-Música, Euskalduna Jauregia (sala “Schubertiadas”, concierto No.70); Felix Mendelssohn: Albumblatt opus 117; Felix Mendelssohn: Romanza sin palabras opus 30 nº 6; Fanny Mendelssohn: Sonata para piano en sol menor; Felix Mendelssohn: Variaciones serias en re menor opus 54. Aforo: 150. Ocupación 100%
La música para piano ha tenido una presencia muy destacable a lo largo de las 15 ediciones que el festival Musika-Música lleva celebrándose en Bilbao. Las salas A2, A3, A4 (bautizadas cada año con nombres del universo de los compositores protagonistas) han visto pasar una larga nómina de pianistas: Brigitte Engerer, Luis Fernando Pérez, Miguel Ituarte, Anne Queffélec, Abdel Rahman El Bacha, Marta Zabaleta, Dezső Ránki, Ivan Martín, Carlos Goikoetxea… la lista no pretende ser exhaustiva, y el orden es aleatorio. Presente desde la edición de 2008, Judith Jáuregui ha pasado a formar parte del grupo de los artistas habituales (y veteranos) del festival, a la par que su carrera musical crecía, y al tiempo que algunos de los nombres de la citada lista dejaban de participar en el Musika-Música bilbaíno.
En una sala completamente llena, y con una evidente expectación por parte del público, Jáuregui se presentaba con obras de compositores (Fanny y Felix Mendelssohn) bastante alejados de los autores protagonistas de sus últimos proyectos discográficos. Sobre los arpegios iniciales del Albumblatt op.117, destacó decidida la melodía del tema inicial al mismo tiempo que mostraba una dirección algo reservada. El tempo elegido, sin apenas concesiones al rubato en las progresiones o reiteraciones, sí vino acompañado de un generoso rango dinámico, dotando de alma esta breve pieza inicial.
La Barcarola que es la Romanza sin palabras opus 30 nº 6 fue animada por un ritmo preciso, sobre el cual emergió con asombrosa naturalidad el tema: más que surcando las aguas, levitando sobre ellas.
Llegó el cambio de compositor, que no de apellido, con la Sonata para piano en sol menor de Fanny Mendelssohn, autora injustamente no reconocida tras la sombra de su hermano Felix. El trémolo inicial fue el cimiento de un sonido rotundo, que en ocasiones no se escuchaba en la sala plenamente, con solidez uniforme. Las octavas de la mano derecha estuvieron muy trabajadas, pero por contra cuando la mano izquierda cobraba presencia, se echaba en falta algo más de claridad en la mano derecha y, por qué no decirlo, de color germánico. Con todo, fue una interpretación agradable, impecable en las notas y con unas transiciones entre movimientos que dejaron muy buen sabor de boca.
Se llegó así al plato fuerte del concierto, las Variaciones serias en re menor opus 54, obra que Felix Mendelssohn compuso como contribución para ayudar a financiar el proyecto de una estatua a Beethoven en Bohn (micromecenazgos de mediados del XIX). En esta obra conviven varias estructuras: la primera de ellas un tema de carácter coral, a cuatro voces, de estructura vertical, que relaciona a Mendelssohn con la tradición musical alemana del XVIII, e incluso con su obra para órgano; a partir de ella y rodeándola, todas las texturas románticas que el piano, como nuevo instrumento rey, puede aportar.
La lectura de Judith Jáuregui fue decididamente horizontal, melódica, preparando el terreno para un despliegue de recursos formidable, siempre al servicio de la música. A lo largo de las primeras variaciones pudimos disfrutar sucesivamente de un sonido cristalino, a ratos sustentado en la mano izquierda, denso cuando la escritura lo requería (variación 2), con un tempo vivo y controlado (variación 5), de una progresión dinámica bien planeada (variación 6), y unos arpegios preparados con inteligencia (variación 8), sucedidos por unas dinámicas originales y poco previsibles (variación 9).
En la variación número 10, en estilo fugado prescindió de la tiranía del compás. A continuación, en la undécima variación tuvo lugar el momento más lírico del concierto, en una atmósfera cercana al hechizo. Las fusas algo atrapadas en sí mismas de la variación número 12 dieron paso al siguiente número, en el que Jáuregui apoyó con mimo las notas del tema en la voz del tenor. Llena de sutiles rubatos, nos ofreció la delicada variación número 14, un auténtico placer sensorial. La número 15 anticipó el final de la obra: técnica depurada y progresiones brillantes, en las que la artista se entregó al máximo, abriendo una ventana al sonido más brahmsiano que ya anticipa la obra, cediendo momentánemante el tempo para coger impulso y continuar en su ascensión final.
En definitiva un gran recital, con excelente respuesta por parte del público asistente, y que resultó un retrato fiel de las cualidades de la pianista donostiarra: toque delicado, preciso, lirismo y un lenguaje impresionista, alimentado todo ello por una energía contagiosa.