Mundoclasico: “Musika-música 2016. Puente para románticos”
Ainhoa Uria
Bilbao, sábado 5 de marzo de 2016. Palacio Euskalduna. Musika-Música. Fundación Bilbao 700. Quinteto para piano y cuerdas en la mayor “La Trucha” op. 114, D 667 (Franz Schubert), Luis Fernando Pérez (piano), Aitzol Iturriagagoitia (violín), Andoni Mercero (viola), David Apellaniz (violoncello), Toni García Araque (contrabajo). Misa nº 5 en la bemol mayor D 678 (Franz Schubert), Lydia Teuscher (soprano), Eva Vogel (mezzosoprano), Dominik Wortig (tenor), Thomas E. Bauer (bajo), Chorus Musicus Köln, Das Neue Orchester, Christoph Spering (dirección). Albumblatt op. 117, Romanza sin palabras op. 30, nº 6 (Felix Mendelssohn), Sonata para piano en sol menor (Fanny Mendelssohn), Variaciones serias en re menor op. 54 (Felix Mendelssohn), Judith Jáuregui (piano), El sueño de una noche de verano (Felix Mendelssohn) , Teresa Berganza (narración), Lidia Teuscher (soprano), Eva Vogel (mezzosoprano), Coral de Bilbao, Chorus musicus Köln, Das Neue Orchester, Christoph Spering (dirección). Auditorio; aforo 2164, Sala A1; aforo 613, Sala A4; aforo 150. Asistencia: aforo prácticamente completo.
Todavía recuerdo lo que sentía en “La Folle Journé” cuando recorría el hall del Zenit de Toulouse después de cantar la Novena de Beethoven con otros dos coros más, cuando nos salía al paso el público francés a felicitarnos con una emocionada sonrisa. Esa sensación yo nunca la había experimentado ni dentro ni fuera del escenario, el público tan cerca del artista y viceversa; ambos en un mismo plano que únicamente se separa con el fin de que cada uno asuma su rol, para inmediatamente después volverse a integrar. Es casi una década la que llevo escribiendo en Mundoclásico.com pero este es el primer año que voy a escribir sobre este festival al que, como he dicho, llevo largos años unida. De una forma o de otra siempre he disfrutado de lo que hoy en día es Musika-Música y casi no creía que aquella actitud que años antes viera en Francia fuera a verse algún día en Bilbao; cuán equivocada estaba.
Cuando arrancó este memorable festival en Bilbao yo era alumna del Conservatorio, y mis compañeros y yo jugábamos a pasar páginas, a tocar en la sala habilitada para el conservatorio y a alternar en la cafetería con un ambiente que nos fascinaba. Esos juegos se convirtieron en aspectos más serios hasta el punto de que nuestra siempre asidua Brigitte Engerer solicitó un pasapáginas experto; fue el último año que la tuvimos entre nosotros y al año siguiente el Auditorio adquirió su nombre en deferencia a toda la música que nos dejó por Bilbao.
Se habilitan varias salas en el palacio Euskalduna para cada cita con Musika-Música, cada una de las cuáles adopta un nombre de algo o alguien que influyó favorablemente a que los compositores a los que hace alusión el cartel se puedan escuchar en el festival, autores de otras manifestaciones artísticas coetáneas, intérpretes, mecenas.. En este caso los nombres elegidos para las salas son: Auditorio Odisea en referencia al carácter rompedor de Stanley Kubrik (paralelo al carácter de los cuatro compositores que nos conciernen este año) que eligió música de Strauss para su película 2001 Odisea del Espacio, Sala Biblioteca Shakespeare puesto que mucha de la música compuesta bebe directamente de su creatividad, Sala La Trucha, por su innegable necesidad ya que la sola referencia a este lied trae a la cabeza su melodía, Sala Schubertiadas, puesto que en esas sesiones y rodeado de intelectuales estrenaba sus obras Franz, Sala Werther, pues no podía faltar el escritor Goethe en este alarde del Sturm und Drang y para terminar, la Sala Cósima, razón de una de las asociaciones entre el Romanticismo y las mujeres de este escrito. En la persona de Cósima confluía mucho de la creatividad de esta época pues era hija de Marie d’Agoult, escritora de narraciones sobre el pensamiento humano ante el amor y Franz Liszt, compositor inseparable de Frederic Chopin, amante de Amantine-Aurore-Lucile Dupin, escritora prolífica, ambas parejas de ambos pianistas con sendos pseudónimos (Daniel Stern y George Sand) pues ya sabemos lo que la historia nos cuenta sobre la posibilidad de promoción de una escritora, científica, músico si antes de su apellido llevaba un nombre de mujer. Todo esto representaba el nombre de Cósima, que mantuvo un largo romance con uno de los cuatro jinetes que nos honran con su presencia en este festival; Richard Wagner.
La elección del tema anual es toda una estrategia para la que hay que tener en cuenta múltiples variables; pero el público bilbaíno ha demostrado que es fiel a la convocatoria que los originales carteles hacen al festival, por lo tanto el éxito está asegurado.
Y si el éxito de la asistencia del público se debe a algo es a la calidad de los músicos; de casa o de ciudades y países vecinos, sus interpretaciones suelen ser fabulosas. Es el caso del Quinteto “La Trucha” interpretado por Luis Fernando Pérez, Aitzol Iturriagagoitia, Andoni Mercero, David Apellániz y Toni García Araque. La enorme química que había entre ellos se palpaba en el calor de lo que transmitían. Había una gran comunicación y los temas que iban surgiendo tenían una dinámica sensorial muy amplia. Llama la atención el lirismo del violín con los finales románticos muy atendidos; las miradas entre violinista y violoncellista para acabar los sonidos en la misma sintonía eran de mucha complicidad y cercanía. La manera que tenían los instrumentistas de enlazar el sonido de unos a otros daba una sensación de relieve que mantenía a público atento todo el rato. El pianista hizo alarde de la limpieza y fuerza necesarias para que la partitura brillara. La textura de la viola daba más que masa armónica; unificaba al conjunto con la articulación y las terceras con los movimientos sincronizados y el arrope activo del contrabajo hicieron del quinteto un momento muy bonito. Los finales “femeninos” llamados así porque terminan en parte débil, en contraposición con los rudos finales “masculinos” que terminan en parte fuerte y categórica, fueron tratados con la elegancia que las damiselas requieren agradando sobremanera al público.
Un par de horas más tarde en la misma sala se abría camino la Misa nº 5 en La bemol Mayor también de Schubert. La obra, escrita 50 años antes del Requiem alemán de Brahms contaba, sin embargo, con muchos toques que Brahms utilizaría en su “Requiem para vivos”. El tratamiento de las partes de la liturgia es adecuado sobreentendiendo que se obviaban las partes del Credo con referencia católica. Y en verdad, Schubert, quedó muy satisfecho de su composición, tanto que pensó dedicar la Misa al Emperador. Desde el comienzo con el Kyrie se dejó ver un sonido muy empastado y una excelente afinación por parte del coro. Christop Spering realizó una labor finísima; abordaba la partitura de forma muy romántica y expresiva aunque en momentos la respuesta fuera algo plana. La articulación de la orquesta era perfecta y los apoyos también pero faltaba vuelo en el discurso de las melodías. En el Christe y en el Gratias, Teuscher cantó con voz brillante, la expresión de Bauer en el Qui tolis Peccata estuvo llena de relieve y Vogel nos deleitó con una afinación impecable, sin embargo, Wortig quedaba algo inexpresivo. A partir del Quoniam tu solus sanctus, en la preciosa fuga, el conjunto considera hacer más caso al director y el resultado es notable. Cum Sancto Spiritu dio el color popular (una de las características de la música romántica) y Et in terra pax muy acorde con el significado de la letra, generó un momento homogéneo y grave en el que el coro hizo alarde de una claridad y una afinación insuperables. Sanctus, Benedictus y Agnus Dei siguieron en la línea hasta llegar a un sublime Amen. La formación de la partitura es amplia y por descontado, una obra compuesta con mucho trabajo pero a la que le faltaba algo de cohesión entre las partes para ser concebida como una unidad sin resquicios.
Decidí dedicar la jornada del sábado a Schubert y la del domingo a Mendelssohn ya que en un próximo viaje a Alemania me encargaría de Wagner y Strauss, cumpliendo así el lema de Musika-Música de este año, “puente para románticos”.
Comencé pues, la tarde del domingo con un recital de piano de la mano de Judith Jáuregui sobre una selección de obras de Felix Mendelssohn y algo que me alegró mucho, de su hermana Fanny, olvidada tantas veces a la hora de ser citada como gran compositora. Heredera de una gran cultura y formación, cuyo único objetivo era el de hacerle más atractiva en el momento del casamiento (el Romanticismo y las mujeres), Fanny compuso mucha música y la autoría de algunas de las obras tradicionalmente atribuidas a su hermano Félix, le correspondía a ella. Quienes tenemos el honor de haber escuchado bastante música también hemos escuchado obras de compositoras femeninas: mujeres y hombres somos diferentes y eso también se nota en la forma de componer; la Sonata en Sol menor de Fanny Mendelssohn denotaba oscuridad, soledad, fuerza y búsqueda personal, sensaciones muy románticas pero con unas melodías muy desarrolladas como recurso comunicativo. La sala, una caja de madera a modo de escenario y patio, integraba el sonido dentro de las propias sensaciones puesto que la cálida reverberación generaba un universo amaderado muy propio tanto para el intimismo como para la furia de los momentos musicales. Judith Jáuregui nos deleitó con una técnica limpia y clara con un concepto de melodía volátil y sutil. El tratamiento de los finales estaba muy delicadamente trabajado, el concepto de melodía era volátil y sutil, sin embargo, la pianista no hacía hincapié en algunas opciones expresivas que ofrecía la selección de las obras; en momentos la mano izquierda tomaba demasiada presencia eclipsando parte de la expresión de la melodía y los apoyos, necesarios para la comprensión de la música no tenían presencia; se echaba de menos algo de pérdida de control de las emociones y por eso mismo el resultado era templado.
Como los conciertos son a horas tan poco ortodoxas y como son muchos en cantidad (75 en tres días este año) y como la calidad es tan grande, se palpa siempre una sobreexcitación en el público que no decae hasta el último concierto del domingo que en este caso fue el esperado Sueño de una noche de Verano. Damas y caballeros,/ ante vos hoy me presento/ no para declamar, no,/ sólo quiero ser un espíritu guardián/ que os guíe por este sueño de una noche de verano,/ que antaño el gran Shakespeare creó y/ al que Felix Mendelssohn Bartholdy tan maravillosa música otorgó. La actualmente retirada de los escenarios Teresa Berganza, divertida, nos acogía con estas palabras introduciéndonos al recurrente tema de la obertura y así, al comienzo de cada número al estilo de la música programática, nos conducía a través de esa onírica y tórrida noche en la que las hadas, como las omniscientes Oceánidas, campan a sus anchas y nos crean esta confusión histórica, mitológica y estilística. Por segunda vez se juntan el Chorus Musicus Köln y la Coral de Bilbao dando un resultado muy agradable y de timbre empastado. También se juntan la Real Filharmonía de Galicia muy bien preparada por Paul Daniel y Das Neue Orchester.
El dúo soprano y mezzosoprano con coro, adelantado en la época en cuestión de apertura a la hora de componer música expresiva y a la vez con unos finales clásicos, es uno de los puntos en los que se ve que Félix miraba tanto hacia atrás como hacia adelante; conocido es el trabajo de los hermanos Mendelssohn en el campo del rescate de la música de Bach. Dentro de la magnífica interpretación sugiero un tempo algo más relajado de la archiconocida Marcha Nupcial con la que habrán casado gran parte de nuestros lectores; aun así, se oyó con el brillo y el carácter que la hizo tan apetecible y referencia mundial del “sí quiero”.