Nora Franco Madariaga /
Bilbao, 16/04/2016. Euskalduna Jauregia. 64 Temporada de Ópera de ABAO-OLBE. Concierto fuera de abono. Messa da Requiem de Giuseppe Verdi, en honor de Alessandro Manzoni. Estreno: Iglesia de San Marcos de Milán, 1874.
Soprano – Angela Meade; Mezzosoprano – Dolora Zajick; Tenor – Gregory Kunde; Bajo – Ildebrando D’Arcangelo; Orquesta Sinfónica Verum; Coro de Ópera de Bilbao; Dirección musical – Francesco Ivan Ciampa; Dirección del coro – Boris Dujin.
Programar la Misa de Requiem de Verdi dentro de la temporada de ABAO era al mismo tiempo atrevido y necesario. Sin ser una ópera, tiene una envergadura y una complejidad musical y vocal que la acercan enormemente al género que tan bien dominaba Verdi. Además, es una obra tan notable que no podía faltar para completar el proyecto Tutto Verdi que ya se acerca a su fin. Sin embargo, no deja de ser una composición muy alejada del repertorio habitual del Coro de Ópera de Bilbao y se presentaba como un verdadero reto. Todos estos ingredientes, junto a un cuarteto vocal muy sugerente y la dirección del Maestro Ciampa, prometían una velada muy interesante cargada de curiosidad, más nervios que de costumbre, y muy altas expectativas.
Y no defraudó. Pero en una obra tan compleja siempre hay luces y sombras, momentos brillantes y otros no tanto, instantes inolvidables y pasajes menos memorables; y aunque la interpretación fue sólida y equilibrada, algunos pequeños detalles escaparon de la batuta de Ciampa.
Marcó el director italiano una interpretación clara y enérgica a la que respondieron (casi) perfectamente tanto orquesta como coro, controlada y expresiva en los pianos pero sin mesura en el fortísimo que, poco ayudada por las características de la sala, desdibujaba y confundía la riqueza de voces y texturas que posee la obra, empañando un poco el aun así magnífico resultado.
Los jovencísimos miembros de la Orquesta Verum pudieron lucir el bello y delicado color de sus cuerdas, el equilibrio de las maderas, la limpieza de sus fanfarrias desde lo alto de los palcos en el Tuba Mirum, el poderío de los metales en el Dies Irae y la claridad de las flautas en el Agnus Dei, pero faltaron planos sonoros en varios momentos y en otros su compacto sonido quedó por encima de las voces sin que Ciampa pusiera remedio.
Sorprendió gratamente el Coro de Ópera de Bilbao que, a pesar de estar muy reforzado para la ocasión, consiguió un buen empaste. Las diferentes cuerdas mostraron bellos colores y sonido redondo salvo, en algún momento, alguna entrada desabrida de tenores. Buen trabajo en las complicadas cappellas. Los pianos resultaron muy vibrantes y es en ellos donde el coro se lució realmente. Sin embargo, en los números menos operísticos como los fugados del Sanctus y del Libera me se apreciaron breves instantes de zozobra que a Ciampa le costó reconducir, y los fortísimos, como en el recurrente Dies Irae, aunque fueron tremendamente efectistas y poderosos carecieron de control y equilibrio.
En cuanto al cuarteto solista, colmó las expectativas. La mezzo Dolora Zajick estuvo soberbia en sus intervenciones, especialmente en el Liber scriptus y el Lux aeterna, luciendo una voz flexible y fácil en todo su amplio registro, aunque siempre demasiado metida en la partitura. La soprano estadounidense Angela Meade mostró una voz muy limpia y ligera aunque no carente de cuerpo y volumen; delicada en fraseos e intenciones cuando la partitura lo requería, también supo dominar los momentos más intensos. Ambas se compenetraron perfectamente en sus dúos, coordinadas en color, empaste y dirección, aunque las alejadas tesituras de ambas en el Agnus Dei dificultaran la tarea. La sólida voz de Zajick guió y sostuvo en todo momento la de la soprano, permitiendo que la música fluyera entre ambas con calidez y dulzura.
El bajo Ildebrando D’Arcangelo fue posiblemente la voz menos completa de las cuatro. Con un color abaritonado en algunos momentos, faltó algo de cuerpo en los graves y un punto de emoción, aunque hizo gala de una bellísima línea de canto tanto en el Mors stupebit como en el Confutatis y nos ofreció junto a la mezzo un bellísimo dúo en el Lacrymosa digno de la mejor ópera. Por su parte, Gregory Kunde volvió a brillar una vez más. Inolvidable su Ingemisco, cómodo, expresivo, lírico y poderoso, como si de la mejor aria verdiana se tratase. Pero la verdadera grandeza de Kunde se pudo apreciar en los tríos y cuartetos (deliciosos y equilibrados), contenido en los agudos, casi a media voz, algo destimbrado por momentos, pero consiguiendo el empaste perfecto y transmitiendo toda la emoción y todo el sentimiento con apenas pequeñísimas inflexiones.
Obviamente, todo es matizable y, aunque en varios momentos de la velada venía a mi cabeza aquel anuncio de Pirelli de los años 90, el resultado general fue tan satisfactorio, la ovación del público tan larga, sincera y merecida, que decir lo contrario sería faltar a la verdad. Un éxito que, además de dejar al público con la sensación de haber recuperado un título de los dos que nos arrebató la crisis, ha convertido este concierto en el acontecimiento musical de la temporada.