Deia: “De Brahms al mundo”
Asier Vallejo Ugarte /
Lo primero que llama la atención al ver la programación de la próxima temporada de la BOS, que será la segunda con Erik Nielsen como titular, es el espacio que en ella encuentra la música de Brahms, representado por obras tan paradigmáticas como sus tres primeras sinfonías, el Réquiem Alemán, el Concierto para piano n° 1 o el Concierto para violín, estas dos últimas en las muy buenas manos de Nelson Goerner y Renaud Capuçon. Contar con Brahms como hilo conductor para elaborar la temporada puede parecer una apuesta conservadora, y ciertamente lo es, pero a su alrededor orbita un repertorio bastante diverso que vuelve a detenerse por una noche en el barroco (Haendel y Bach con Iestyin Davies y Robert Howarth) y que prolonga su mirada hasta nuestros días con los estrenos de Espuma del aire (de Xabier Etxeberria Adrien) y Zeru urdinetik (de Birke Bertelsmeier). En el camino se reservan veladas completas para Mahler y Bruckner, omnipresentes últimamente en las temporadas de nuestras orquestas, mientras que quienes fueron precursores directos de Brahms (Schubert, Schumann, Mendelssohn) pierden una presencia que acostumbran a creer garantizada.
Quienes sí resisten el poderoso embate del alemán son los grandes clásicos: Beethoven con la Heroica, Mozart con el Concierto para fagot K. 186E (Santiago López) y el espléndido Concierto para piano K. 466 (Danylo Saienko), y Haydn con una Sinfonía n° 82 que compartirá cartel con el primer acto de La Walkyria de Wagner. Los nombres de Ives, Puccini, Webern y Zimmermann, mucho más inhabituales, se infiltran en algunos de los programas, llegándolos incluso a protagonizar. Toda esa variedad se ve reforzada por el estimulante programa que, compuesto por extractos de musicales como El fantasma de la ópera, Los miserables, West Side Story o Sonrisas y Lágrimas, abrirá la temporada a comienzos de octubre. Y quienes busquen comparecencias de fuste entre los intérpretes las tendrán, además de en Goerner y en Capuçon, en Nikolai Demidenko (Prokofiev), en Asier Polo (Chaikovski), en Viviane Hagner (Dvorák), en Michelle De Young y en Stuart Skelton (Wagner), y desde luego en Eliahu Inbal (Mahler), que va camino de convertirse en una leyenda de la historia reciente de la dirección de orquesta desde una humildad que, en casos como el suyo, suele ser muestra de verdadera grandeza.