Nora Franco Madariaga /
Donostia-San Sebastián, 31/08/2016. Auditorio Kursaal. 77ª Quincena Musical. Te Deum, Op. 22 de H. Berlioz, Aita Gurea de F. Madina y Gernika de P. Sorozábal.
Tenor – Christian Elsner; Tiple – Javier Sánchez; Órgano – Thomas Ospital; Orfeón Donostiarra (J.A. Saiz Alfaro, director), Orfeón Pamplonés (I. Ijurra, director), Easo Eskolania y Araoz Gazte Abesbatza (G. Miranda, director); Euskal Herriko Txistulari Elkartea; Orquesta Sinfónica de Bilbao y Orquesta Sinfónica de Euskadi; Dirección – Víctor Pablo Pérez.
Hay conciertos absolutamente memorables (por muchos y muy distintos motivos) y entre ellos se encuentra, efectivamente, el concierto de clausura de la 77ª edición de la Quincena Musical de San Sebastián, por su singularidad y su monumentalidad. Unir en un mismo escenario a la BOS y a la OSE es algo histórico y casi insólito; hacerlo, además, acompañados de casi 300 coralistas no tiene precedente.
La obra elegida para tal despliegue de medios fue el Te Deum de Berlioz –autor que gustaba de este tipo de exuberancias musicales– aunque no fue la única obra que se barajó para la formación escogida; formación que, por cierto, a pesar de intentar aunar las orquestas y los coros más representativos de nuestros territorios, se dejó “olvidos” –sin duda por razones que se escapan a lo musical– que, como mínimo, han causado extrañeza en más de un círculo.
Y, si seguimos con las curiosidades de este concierto, la más llamativa de todas fue optar por una obra en la que el órgano es parte solista y destacada para ser interpretada en una sala que carece de este instrumento. Se intentó compensar esta falta de la mejor manera posible, sin duda, trayendo ex profeso un órgano electrónico desde París para que lo tocase el que hoy por hoy es uno de los más reputados organistas, Thomas Ospital, pero las limitaciones del aparato y de la amplificación se convirtieron en un verdadero lastre durante toda la obra, restando mucho de la solemnidad y trascendencia que las intervenciones de este instrumento aportan al Te Deum.
Igualmente chocante fue la decisión de suprimir las nada menos que 12 arpas que señala Berlioz en su partitura. Problemas de espacio será la excusa más probable, pero la eliminación total de estos instrumentos deja la obra sin ese color tan característico; carencia que, sumada a la del órgano, hicieron que la música perdiese parte de su esencia. Resulta extraño que en un escenario con más de 400 músicos no hubiese lugar para, al menos, un par de arpas.
En cualquier caso, estas peculiares lagunas, aunque sí se notaron en el global de la obra, no menoscabaron el buen trabajo de las orquestas y los coros a las órdenes de Víctor Pablo Pérez. Tanto el Orfeón Donostiarra como el Pamplonés estuvieron impecables. Faltó algo de rotundidad en algunas entradas, pero era inevitable dada la considerable distancia física entre el director y los casi 200 coralistas. Las voces infantiles del Easo (Eskolania y Araoz Gazte), aunque quedaron cubiertas en ciertos momentos por el sonido compacto de orquestas y orfeones, aportaron frescura y un color delicioso.
Las orquestas, por su parte, tocaron bien conjuntadas, destacando las cuerdas, que sonaron rotundas y muy empastadas. Especialmente conmovedor el grupo reducido de maderas y metales que contrastó con su delicadeza con los momentos de los grandes tutti orquestales que, afortunadamente, la acústica de la sala supo absorber, acolchar y transmitir sin perjuicio de la calidad del sonido ni de la salud auditiva de los asistentes.
Víctor Pablo Pérez, por su parte, estuvo a la altura de semejantes circunstancias a pesar de que las dinámicas y los planos sonoros no estuvieron tan bien dibujados como hubiera sucedido, seguro, con una formación de tamaño más habitual. Pese a lo arriesgado de la empresa, mantuvo un firme control de la música en todo momento consiguiendo instantes de verdadero deleite.
No sucedió lo mismo, lamentablemente, con el tenor Christian Elsner, que cantó el Te ergo quaesumus con una voz trabada que le obligó a enfrentarse a las notas más agudas con una emisión nasal que deslució su breve intervención.
Finalizó el concierto con dos pequeñas obras vascas algo forzadas en el programa de la velada: Aita Gurea de Madina, obra muy habitual del repertorio coral que los coros cantaron con sentimiento y que fue interpretada con mucho arrojo y aplomo por el solista Javier Sánchez, y Gernika de Sorozábal que, con su encendido canto y el apoyo de la Euskal Herriko Txistulari Elkartea dio fin al concierto con el público en pie.
Un monumental concierto de clausura que, al mismo tiempo, tiene el sabor de un gran inicio de temporada.