Mundoclasico: “Por su propia memoria”
Joseba Lopezortega /
Bilbao, 16/09/2016. Ciclo “Bilbao Puerto de Arte”. Palacio Euskalduna. Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino. Director: Zubin Mehta. Franz Schubert: Sinfonía en si menor, D759 “Inacabada”. Anton Bruckner: Sinfonía Nº 9 en re menor, A 128. Ocupación: 60%.
Mehta y Maggio Musicale Fiorentino inauguraban con su presencia en el auditorio del Euskalduna no sólo un nuevo ciclo de conciertos, “Bilbao Puerto de Arte”, sino también la temporada sinfónica bilbaína. El primer éxito del maestro Mehta fue lograr un sonido más que aceptable en un auditorio que normalmente es desleal con las orquestas. No sé si intervino en la caja, pero sí era evidente un sensible adelanto de las cuerdas hasta situarlas sobre la corbata, lo cual supuso una mejora en potencia y limpieza. Manejarse así con la acústica de un auditorio ya es un arte: más hacia fuera, mejor, pareció ser el dictado de Mehta en su fugaz paso por la sala, y ojalá las orquestas que hacen en ella su temporada lo sopesen.
Schubert no deparó sorpresas. Mehta se citaba a sí mismo en el Allegro, concebido al modo de su veterana y pausada versión con la Filarmónica de Israel para Decca, grabada hace cuarenta años. Acaso todo era más íntimo, más sopesado y frágil, gracias a una orquesta extraordinariamente maleable a los deseos de su director, quien trabajaba con sus manos en un espacio de expresión y fluencia de apenas dos palmos cúbicos. En el Andante la orquesta desplegó unas maderas de gran calidad y pureza, logrando llevar a los oyentes a esa experiencia inexplicable en la que son simplemente transportados desde sus butacas al interior de la música. ¿No es Schubert un paradigma de ese sublime rapto, de esa escucha activa que se hace vivencia? Depende de en qué manos. Sí con Mehta.
El programa, bien trabado, lo habían hecho el maestro y sus músicos poco antes en Verona e incorporaba la Sinfonía número 9 de Bruckner, es decir otra inacabada. La referencia discográfica de Mehta para esta obra es mítica, pues la grabó muy joven pero ya asentado con comodidad en unas cotas de madurez impresionantes, se diría que impropias de tal edad. Lógicamente Mehta ha dejado atrás esa abrumadora insolencia, pues no precisa buscar un espacio en el que que simplemente habita, para lo bueno y para lo menos bueno. Su versión fue natural hasta lo simple, e intachable: en ella confluían y quedaban explicadas tanto las herencias que desembocan en Bruckner como las raíces que brotan de su música, todas íntimas y tan naturales como los dedos de unas manos que se entrelazan. Epílogo y presagio, la Novena de Bruckner exige una gran orquesta y un gran maestro, rechaza medianías. La respuesta a esa exigencia fue rotunda y por instantes plena: la Orquesta del Maggio Fiorentino convencía sección a sección, y Mehta paseaba por su propia memoria de la magnífica partitura como palpándola: a veces la atemperaba, a veces se imbuía de rabia, siempre acariciando más que extrayendo, pero tanto en el primer movimiento como en el Adagio logró pasajes arrebatadores. Por el Scherzo pasó más de puntillas, pero el conjunto fue un Bruckner propio de un gran maestro despierto, maduro y sabio que conoce perfectamente a sus buenos músicos. Que Mehta quizá no brille como cuando tenía cincuenta años menos no significa, en modo alguno, que se haya vuelto opaco.