Nora Franco Madariaga/
Bilbao, 05/10/2016. Auditorio del Palacio Euskalduna. Primer Concierto de la Temporada Abono de la Orquesta Sinfónica de Euskadi. Fanfarria #3308 de X. Sarasa, Meditation – To the victims of Tsunami de T. Hosokawa y Carmina Burana de C. Orff.
Susanne Elmark – Soprano; Peter Schöne – Barítono; Carlos Mena – Contratenor; Orfeón Donostiarra (J.A. Saiz Alfaro – Director); Orquesta Sinfónica de Euskadi; Dirección – Jun Märkl.
Carmina Burana es una obra conocida o, mejor dicho, reconocida. El gran público identifica rápidamente el título y su primer (y último) número, O Fortuna, es fácilmente tarareado por la mayoría. Y aunque en realidad no son tantos quienes conocen la obra entera, es un título que atrae. Para corroborarlo, el lleno que consiguió la Orquesta de Euskadi en el Auditorio del Palacio Euskalduna en el concierto de apertura de su temporada de abono.
Pero ya llegaremos al famoso Carmina, porque antes el concierto comenzó –muy acertadamente– con el estreno absoluto de Fanfarria #3308, una obra que la propia OSE encargó a uno de sus trompistas, Xabier Sarasa, que, con un lenguaje actual y muy accesible lleno de ritmos sincopados, mostró a los metales de la orquesta mucho más vibrantes que de costumbre y, a modo de enérgica llamada, sirvió como solemne apertura de la temporada.
Continuó el concierto con un segundo estreno para la orquesta: una obra del japonés Hosokawa dedicada a las víctimas del tsunami de 2011 que, haciendo honor a su título Meditation, envuelve al oyente en una atmósfera íntima, recogida, que se debate entre el lamento desgarrado de las cuerdas, la serena melancolía de la flauta, los vacíos estremecedores que dejan los silencios y los enigmáticos toques de la percusión, como lejanas llamadas que, al mismo tiempo, surgieran de nuestro propio interior. Consigue Hosokawa una fusión entre espiritualidad y realidad que trasciende la música. Lástima que los numerosos ruidos entre el público, desgraciadamente muy habituales cuando se trata de repertorio del siglo XXI, no dejaran disfrutar por completo de la experiencia de esta fusión entre la tradición y el misticismo oriental y el lenguaje occidental más moderno.
Y, finalmente, Carmina Burana, la obra que todo el público estaba esperando… y que no defraudó. Con un dinámico Märkl en el podio que desde el primer minuto del concierto se mostró centrado, activo e implicado (sin asomo del cansancio y la desidia de los últimos conciertos de la temporada anterior), comenzó la obra con el ya citado O Fortuna que, con esa rítmica implacable, urgente, cortante y casi agresiva, revela con vehemencia una composición encuadrada en el maquinismo que, invariablemente, deja al público sin respiración.
Muy distinto el resto de la obra, basado en una colección de poemas medievales en los que Orff juega con textos y melodías, inocencia y picardía, hasta sacar una sonrisa (e incluso los colores) a quien asiste al juego carnal que transcurre durante la obra.
Fabuloso el barítono Peter Schöne que, luciendo legato, cantó con una voz natural que desbordaba expresividad. Muy acertado su falsete, en el que se le veía cómodo y sin pérdida de brillo o volumen, lo que acentuaba la actuación teatral con la que acompañó sus intervenciones.
Magnífico también el contratenor Carlos Mena, que supo hacer de su brevísima intervención uno de los mejores momentos de la velada. Tan teatral como el barítono, brilló con su peculiar voz de contratenor rica en color incluso en las notas más graves.
La soprano Susanne Elmark sorprendió por la carnosidad de su voz ya que este papel suelen encarnarlo sopranos de voz más pequeña pero, con sus agudos fáciles, vibrantes y ligeros y, sobre todo, con una interpretación muy inteligente llena de detalles e insinuaciones, convenció y demostró estar a la altura de sus fantásticos compañeros.
El Orfeón Donostiarra fue la parte más floja, respondiendo frío desde la grada al gesto brioso de Märkl. Falto de potencia a pesar del centenar de voces, cantó empastado y afinado pero escaso de frescura, misterio y sensualidad. Mejor los hombres que las mujeres, se echó de menos algo más de expresividad y, sin coro de niños, la voz infantilizada de las sopranos sonó forzadamente fingida. Una ejecución que, pese a su corrección, quedó lejos de la excelencia del trío solista.
La orquesta, por su parte, disfrutó de la obra como si de un juego se tratase contagiada tal vez por la actitud de cantantes y director, muy ajustada en tempos, volúmenes y equilibrios demostrando que, Maestro y orquesta, están preparados para hacernos disfrutar de una buena temporada.