Nora Franco Madariaga/
Bilbao, 01/02/2017. Auditorio del Palacio Euskalduna. Cuarto concierto de la Temporada de Abono de la Orquesta Sinfónica de Euskadi. Concierto para piano y orquesta nº4 de L. van Beethoven, Fragmentos del Satiricón de F. Buide y Romeo y Julieta, obertura-fantasía de P.I. Tchaikovsky.
Nicholas Angelich – Piano; Orquesta Sinfónica de Euskadi; Dirección – Ainars Rubikis.
Tiene el mes de febrero, por aquello de San Valentín, un persistente tono rosa que, en muchos casos, puede llegar a empalagar. Afortunadamente, la Orquesta de Euskadi tiene un excelente criterio a la hora de programar y ofrecía en su concierto de abono tres obras perfectamente escogidas a las que no les faltaba ningún ingrediente para lograr un buen equilibrio. Ni siquiera la omnipresente dosis de romance.
Comenzó la velada con el Concierto para piano nº4 de Beethoven, una obra de absoluto corte clásico que, en principio, se adapta como un guante a las características de la OSE, con el peso orquestal en la cuerda que es –no me cansaré de decirlo– su punto fuerte. Sin embargo, una notable –e incomprensible– diferencia de afinación entre el piano y la orquesta volvió su escucha, sobre todo durante el primer movimiento, bastante incómoda. Pero tampoco su ejecución consiguió abstraernos de los problemas técnicos ya que la articulación exquisita y cristalina de Angelich se vio constantemente enturbiada por un excesivo uso del pedal resonador y unos trinos demasiado batidos. La falta de entendimiento sobre la idea musical de la obra entre solista y director no hizo más que subrayar la sensación de estar escuchando una versión absolutamente prescindible de una obra que, muy por el contrario, ha demostrado ser una joya en otras manos.
Sorprendentemente, a pesar del poco entusiasmo del público, el pianista norteamericano no se hizo de rogar para ofrecer una propina (Schumann: Von Fremden Landern und Menschen), cosa que en los últimos tiempos parece haberse convertido en una mezcla de obligación y tradición, en lugar de ser premio y agradecimiento mutuo entre público y solista tras una memorable ejecución.
Afortunadamente tras la pausa nos esperaba un nuevo estreno, en este caso la obra ganadora de la VII edición del Premio de Composición AEOS-Fundación BBVA, un auténtico regalo para un público que, lejos de enfrentarse a estas obras contemporáneas con frialdad y desgana, gracias a este pequeño pero constante trabajo de acercamiento a los nuevos lenguajes musicales que lleva a cabo la OSE, ha aprendido a apreciarlo y recibe cada nueva obra con buena disposición, animada apertura y cálida acogida. Es de agradecer también la implicación de los directores con los estrenos, intentando penetrar en la partitura para llegar más allá de lo meramente escrito y poder así acercarse a todo eso que se diluye entre la mente del compositor y el papel.
Los Fragmentos del Satiricón de Buide resultaron ser una obra rítmica, con efectos complicados y melodías un tanto enigmáticas que Rubikis manejó con una meliflua mano izquierda, dándole un cierto aire francés que convenció.
Y para que no faltase el toque propio de estas fechas, la obertura-fantasía de Romeo y Julieta, la historia de amor por excelencia, con ese aire absolutamente hollywoodiense que tiene la música de Tchaikovsky –ya sabemos de quién beben Goldsmith, Elmer Bernstein, Horner, Williams y compañía–. La orquesta sonó cómoda pero el gesto exagerado de Rubikis hacía que la respuesta de la orquesta no pareciese suficiente. La OSE se mostró poderosa en los tutti orquestales, amplia y nítida incluso en los pasajes complicados de la batalla, pero le faltó empuje en los metales, un poco más de brillo en una versión bastante teatral –teatrera, me atrevo a decir– que otorgó mucho efectismo al tema de amor. El final perfecto para dar inicio a este mes. Sólo faltó el beso.