Nora Franco Madariaga – Pablo Cepeda /
Hoy ha amanecido un día claro y luminoso y, aunque el pronóstico del tiempo amenace con lluvia y bajada de temperaturas, mimosas, camelias y magnolios han florecido. La brisa sopla cálida y algo flota en el aire… y no sólo es la primavera que se acerca: como dice la canción, Love is in the air.
Y no estamos hablando de San Valentín, pese a que tenga su cuota de responsabilidad. Aunque no sea oficial, todos sabemos que en marzo da comienzo la Temporada de Bodas.
Teléfonos con la batería al 100%, partituras preparadas, camisa negra planchada, una larga agenda con nombres de posibles compañeros de aventuras… Sólo falta la lista de los Oscars, porque ¿qué sería de Ghost sin el tema Unchained Melody o de Titanic sin Celine Dion? Con permiso de Cupido, Elvis ha unido más parejas que nadie en el mundo (sin contar las de Las Vegas) porque no hay historia de amor que se precie que no tenga su propia banda sonora. Y esa canción que les unió no puede faltar el día de su boda.
Que levante la mano quien haya asistido a una boda en la que no se haya escuchado el Gabriel’s oboe de La Misión (Warner Bros., 1986), el Aleluya de Shrek (Dreamworks, 2001 con permiso de Leonard Cohen), el I will always love you de El guardaespaldas (Warner Bros., 1992), Un mundo ideal de Aladdin (Walt Disney Pictures, 1993) o (Everything I do) I do it for you de Robin Hood: príncipe de los ladrones (Warner Bros., 1991).
Puede que no sea muy difícil conseguir que el Vals de Amelie (Mokép, 2001) suene en el momento de las firmas, o evocar el espíritu de Máximo Décimo Meridio cuando suena al final de la ceremonia el Now we are free de Gladiator (Universal Pictures, 2001) pero conseguir que el cura acepte que toquemos el tema de La Pantera Rosa (United Artists, 1964) o la Marcha Imperial de Star Wars (20th Century Fox, 1979) durante la entrada del novio, o que a la suegra no le dé un patatús cuando los novios recorren el pasillo de la iglesia haciendo la conga al ritmo del Always look at the bright side of life de La vida de Bryan (Cinema International Corporation, 1979) mientras los amigos del novio silban el coro de crucificados, es mucho más difícil.
Sorprendentemente, la música de Braveheart (20th Century Fox, 1995) no queda del todo mal resonando en las bóvedas de una iglesia gótica y el anodino tema de Crepúsculo (Summit Entertainment, 2008) termina quedando resultón. Sin embargo, que suene Tubular Bells de El Exorcista (Warner Bros., 1973) durante la entrada de la novia puede ser de dudoso gusto. De la misma manera, por mucho que a los novios les guste la versión de Bobby McFerrin del adagio del Concierto para mandolina, cuerda y continuo de Vivaldi, no van a conseguir evitar que al escucharlo visualicemos a Dustin Hoffman y Meryl Streep en medio de una enconada lucha dialéctica en Kramer vs. Kramer (Columbia Pictures, 1979). Pero no podemos olvidar que el amor es ciego –y sordo–, que contra gustos no hay nada escrito… y que es imposible hacer cambiar de idea a una novia.
De momento este año no nos han pedido nada de Alberto Iglesias o de Fernando Velázquez, pero estamos buscando desesperadamente un arreglo para órgano, tenor y soprano del dueto City of Stars de La La Land (Summit Entertainment, 2016) y una versión para cuarteto de cuerda –es para el cóctel– del tema de Vaiana (Walt Disney Pictures, 2016). Crucemos los dedos para que a nadie se le ocurra pedirnos algo de Florence Foster Jenkins (Tripictures, 2016).