Nora Franco Madariaga/
Bilbao, 18/02/1017. Euskalduna Jauregia. 65 Temporada de ABAO-OLBE. Don Giovanni de W.A Mozart. Libreto de Lorenzo da Ponte, basado en el libreto Don Giovanni, o sia Il convitato di pietra de Giovanni Bertoti para Giuseppe Gazzaniga, en Don Giovanni Tenorio e Il servitore di due padroni de Carlo Goldoni, en Dom Juan, ou Le festin de pierre de Molière, basado a su vez en El burlador de Sevilla y convidado de piedra de Tirso de Molina, en leyendas populares y otras fuentes. Estreno: Teatro Nacional de Praga, 1787.
Don Giovanni – Simon Keenlyside CBE; Leporello – Simón Orfila; Donna Anna – Davinia Rodríguez; Donna Elvira – Serena Farnocchia; Don Ottavio – José Luis Sola; Zerlina – Miren Urbieta Vega; Masetto – Giovanni Romeo; Il Comendatore – Gianluca Buratto; Euskadiko Orkestra Sinfonikoa; Coro de Ópera de Bilbao; Dirección musical – Keri-Lynn Wilson; Dirección de escena, escenografía e iluminación – Jonathan Miller CBE; Dirección de escena asociado – Allex Aguilera; Coreografía – Terry John Bates; Asistente de dirección de escena y coreografía – Mª Jesús Sánchez Moreno; Iluminación de la reposición – Antonio Jesús Castro; Vestuario – Clare Mitchell; Dirección de coro – Boris Dujin; Maestro repetidor – Miguel N’Dong; Clavecinista – Itziar Barredo; Producción – Palau de Les Arts Reina Sofía.
De una calidad musical y teatral indiscutible, el dramma giocoso “Il dissoluto punito, ossia il Don Giovanni”, es una de las óperas más conocidas y representadas en todo el mundo. Con una visión cruda y al mismo tiempo muy divertida del mito de Don Juan, con la ópera de Mozart y Da Ponte nos encontramos ante una obra maestra de la historia de la música. Y enfrentarse a una obra de estas características siempre es un reto, lo que resulta peligroso porque es muy fácil tanto caer en la repetición, en lo predecible, como sucumbir a la presión por buscar algo original, aportar algo nuevo y nunca hecho que diferencie esta producción de todas las anteriores.
Sin embargo la directora canadiense Keri-Lynn Wilson no dudó en mantenerse fiel al más puro estilo clasicista, apostando sobre seguro. Tal vez su Mozart tuvo algo de estereotipado, sobre todo en la obertura, y tal vez su versión fue demasiado escolástica, pero no se puede negar que estuvo muy bien ejecutada, dejando que la ópera sucediera de forma natural, sin artificios musicales que sólo entorpecen la labor de orquesta y cantantes.
Wilson comenzó con un gesto demasiado enérgico que, por suerte, supo moderar rápidamente. La OSE se plegó a sus órdenes de manera rigurosa, dejando por una vez que las maderas sobresaliesen un punto respecto a las cuerdas, lo que proporcionó un matiz mucho más cálido, fluido y elegante al sonido de la orquesta. Lástima que este buen equilibrio conseguido dentro no fuese el adecuado entre foso y escena en todo momento.
De la misma manera pero peor fortuna, el escenógrafo y director de escena Jonathan Miller optó por una ambientación sencilla y atemporal y un vestuario de época de Clare Mitchell, intentando alejarse del riesgo y contentar a todo el mundo. Con un único decorado para toda la obra, apenas tres paredes carentes de color enmarcando un escenario vacío, con un juego de puertas y ventanas que hubiera podido contribuir al argumento de enredo de forma muy divertida y que sin embargo estaba absolutamente infrautilizado, y algunas escenas excesivamente estáticas, casi hubiera podido pasar por una versión de concierto si no fuera por un par de cuadros incongruentemente abigarrados y carentes de orden, en lugar de aprovechar todo ese espacio libre para articular mejor el movimiento. El coro y los conjuntos instrumentales consiguieron estar musicalmente correctos a pesar del barullo y las danzas absurdas y, por suerte, la calidad del reparto minimizó las carencias escénicas.
El tenor José Luis Sola en el papel de Don Ottavio cantó con sencillez, sin alardes ni ostentaciones, luciendo una voz timbrada y clara, muy colocada, que utilizó con mucha inteligencia y elegancia, con un fabuloso fiato, mucha intención y delicado fraseo que el público supo valorar y agradecer, sobre todo tras el aria Dalla sua pace.
El barítono-bajo Giovanni Romeo como Masetto, aunque comenzó con cierta timidez, fue adquiriendo presencia y soltura a lo largo de la obra para terminar haciendo gala de frescura, brío y, sobre todo, gran soporte vocal en los conjuntos, tan complejos musicalmente y tan importantes dentro de esta composición.
Il Comendatore, Gianluca Buratto, pese a una intervención más breve –apenas aparece al principio de la obra y no vuelve a salir hasta la última escena– encandiló al público con su voz llena, rotunda y muy expresiva. Se echó de menos un poco más de presencia en el registro más grave pero su interpretación fue impecable.
En cuanto a las voces femeninas, Davinia Rodríguez en el papel de Donna Anna fue quien presentó una voz más desigual. Ligera y penetrante en el agudo y de fácil coloratura, mostró sin embargo un registro central-grave mucho más pesado, oscuro y muy tragado en la vocalidad, lo que le provocó algún leve desajuste y un empaste complicado.
Por el contrario, la debutante en ABAO Serena Farnocchia, en el rol de Donna Elvira, nos descubrió una voz agradable, vibrante, aterciopelada y dulce, casi sensual, muy adecuada para un papel complicado tanto vocal como interpretativamente, que además presenta las arias más íntimas y profundas de la ópera.
Por su parte, la soprano Miren Urbieta Vega demostró encontrarse en un magnífico momento vocal y profesional. Supo sacar todo el provecho posible de su papel, jugando con la doble faceta inocente y pícara de Zerlina, con una voz carnosa pero al mismo tiempo ágil y de pianos delicados, además de una gran presencia en escena.
Pero los grandes triunfadores de la velada fueron los dos “simones”. Tanto Simon Keenlyside como Simón Orfila mostraron voces poderosas, redondas y muy teatrales, dominando la obra en todo momento. El barítono inglés cantó con voz enérgica y muy coloreada dibujando con gran detalle un Don Giovanni amoral, impaciente, cruel y de apetitos desmedidos. A pesar de no disponer de un aria de lucimiento, derrochó expresividad, haciendo del canto un vehículo para la interpretación. Sobresaliente también la actuación del menorquín Orfila, que aprovechó el personaje de Leporello, complejo, divertido y lleno de contrastes, para demostrar la versatilidad de su cálida voz. Obligado destacar los magníficos recitativos entre ambos, tan fluidos y naturales que conseguían que el oyente se olvidase de ese semicanto –que puede llegar a ser tan aburrido cuando no se hace bien– y lo atrapaban en la acción.
Don Giovanni es una joya musical de la que se pueden hacer –y se han hecho– un sinfín de análisis y versiones y aun así siempre nos sorprende y nos enseña algo nuevo; un desafío que hemos podido volver a vivir y a disfrutar gracias a un elenco que no se arredró ante una de las mejores óperas del mundo.