Mundoclasico: “Pasión que se administra no es pasión”
Joseba Lopezortega /
Bilbao, viernes 9 de junio de 2017. Euskalduna Jauregia. Haydn: Sinfonía nº 82 en Do mayor “El oso”. Mozart: “Alcandro lo confesso” para bajo y orquesta. Wagner: Acto I de Die Walküre. Stuart Skelton, Sigmund. Michelle DeYoung, Sieglinde. Callum Thorpe, Hunding. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Director: Erik Nielsen. Aforo: 2.164. Ocupación: 80%
No admiro especialmente a los críticos atléticos, que en lo que dura una carrera de 10.000 metros ya han escrito sus comentarios a un concierto. Con frecuencia, quizá por impericia, me parece necesario dejar que los días pasen, en un relativo abandono al final del cual mi opinión está fraguada. En el caso del programa final de la temporada de la Sinfónica de Bilbao, interpretado en un ya lejano 9 de junio, la espera ha estado condicionada por mi propia actividad profesional, desusadamente intensa en las últimas semanas, de modo que pido disculpas a los lectores interesados al mismo tiempo que me felicito por lograr sobreponerme a la ya tan intensa tentación de obviar tan importante cita musical.
Las muchas virtudes que atesora la BOS, acrónimo del euskera Bilbao Orkestra Sinfonikoa, quedaron patentes en la Sinfonía número 82 de Haydn, que abría el programa. Atrás quedan los años de transición de los chelos, ya muy renovados, y en general la cuerda de la Orquesta enseña calidad y nuevos rostros tras muchos atriles. Se notó en Haydn, perfectamente ejecutado, con cuya sinfonía se disfrutaban precisión, equilibrio y una desenvoltura inusitada en un repertorio que no siempre ha encontrado la mejor respuesta en este veterano conjunto orquestal. Por lo demás el formal y preciso Nielsen encaja en Haydn como un piñón de reloj suizo. Otro tanto puede decirse de la parte orquestal de Alcandro, lo confesso de Mozart, en la que participaba el bajo Gallum Thorpe, bien conocido en el teatro de Basilea en el que Erik Nielsen ejerce como director musical. Thorpe canta bien, hay que decirlo, y la inclusión de este aria en el programa parecía enfocada a propiciar su lucimiento dada su poca presencia en el Acto I de Valquiria, pero el bajo estuvo mucho mejor cantando Wagner que cantando Mozart, y Alcandro lo confesso resultó perfectamente prescindible.
No así Wagner, en absoluto: la segunda parte del programa fue apasionante, y obliga a una exposición cuidadosa y reflexionada de lo escuchado, que pudiera resumirse en unos cantantes excelentes (Stuart Skelton y Michelle DeYoung, y bien Thorpe) que en concierto pudieron cantar sin deudas con la escena y por delante del maestro; un Erik Nielsen tan espléndido en unas cosas como reservado o temeroso en otras; una orquesta a muy buen nivel general, aunque no homogénea; y un público que pudo y supo disfrutar la calidad musical y teatral que Wagner impone incluso en concierto, pues el Acto I fue claro y delicioso como la lectura de un libreto en una tarde de vacaciones. Qué bien entraba.
Stuart Skelton es un Sigmund generoso, probablemente uno de los mejores en la actualidad. Ya era conocido en Bilbao, pues hace algunas temporadas había cantado con la BOS a las órdenes de un maestro diametralmente opuesto a Nielsen en su concepción de Wagner, el austríaco Gunter Neuhold. Skelton tiene volumen, empuje e intensidad actoral sobradas, y una fuerza que ignora olímpicamente la posibilidad de naufragar incluso en los bajíos acústicos del enorme Euskalduna. Imponente tenor para Wagner, sin duda, y un privilegio para la temporada de la Orquesta.
Michelle DeYoung hizo mucho más que mantener el tipo ante un Sigmund como el de Skelton: propuso una Sieglinde personalísima, valiente y decidida, se diría que muy libre y consciente frente al destino, y lo hizo con una voz con capacidades y recursos y con gran clase dramática. En cuanto a Thorpe, su Hunding resultó suficiente y sin duda exhibió más solvencia que con Mozart.
Erik Nielsen mostró de nuevo todo lo que le define como director: es preciso, delicado, muy cuidadoso y atento, y al mismo tiempo rehuye el calor y la entrega. Su Wagner es muy del gusto imperante, muy moderno, muy delineado; pero Wagner exige también mancharse las manos de pintura, transmitir pasión y dejar que el discurso fluya libremente, sin que las incorrecciones hagan otra cosa que contribuir a la exhibición de su poderosa inteligencia y su fuerza musical. Sin arrebato Wagner es caligráfico y bello, pero no es lo mismo amar y sudar en el amor que amar y enviar flores, así que con su visión Nielsen tapa a Wagner a la vez que lo desnuda. Quizá el buen maestro Nielsen no es tanto un director frío como un director moral.
Pero poco importaba todo esto a Skelton y DeYoung, que disfrutaban plenamente entregados y construían una gran velada. Pasión que se administra no es pasión: cantaban como para ellos, sin reservas, gustándose y fundiéndose en la trama, y ese calor se comunicó y fraguó, sin duda, el éxito de un cierre de temporada importante para la orquesta bilbaína.