Mundoclasico: “Un feliz sometimiento”
La música se apoderó del Kursaal desde los primeros compases de este concierto, primero de los dos que la Filarmónica de Luxemburgo, sin apenas renombre entre las orquestas europeas, ofreció en Quincena Musical. Se interpretaba Una noche en el monte pelado, en su orquestación original no tan interpretada como su revisión por Rimski-Korsakov. Luxemburgo dejó claro ya en esta primera obra que posee una firmeza, una disciplina y una homogeneidad muy superiores a las que permitiría imaginar su falta de renombre. También quedó claro que ese nivel -para mí inesperado- emanaba de su director, Gustavo Gimeno. Siendo lícito, no parece razonable preguntarse qué sería de esa orquesta con un director inferior, porque las orquestas son lo que sus maestros logran de ellas, aunque a la postre sea efímero o esté unido inextricablemente a su propia presencia en el podio.
Gimeno gustó mucho en este programa. Es un director muy vertical, preciso y con aire de autoridad; un director perfectamente contemporáneo, cómo no, pero que parece llegar desde un tiempo pasado. En estos años en que merodean o poseen importantes podios verdaderos artistas del contorsionismo que giran como monjes mevlevíes, Gimeno representa todo lo contrario: representa la quietud y la seducción, el diálogo fértil con la orquesta desde una visión elaborada y concreta que se impone de modo natural e incontestable. Gimeno magnetiza y la orquesta hace lo que él quiere, es un sometimiento feliz. Un gran músico y en consecuencia un gran maestro.
Tras dejar claro con Una noche en el monte pelado que una orquesta no es mejor por alcanzar más decibelios, Luxemburgo ofreció el número 3 de Prokofiev acompañando a Gavryluyk. El pianista estuvo fantástico, y Prokofiev se escuchó con todo el ímpetu que requiere la página, arrastrando al público a una verdadera algarabía tras el irreprochable y contundente Allegro final. Gimeno se mostró espléndido trabajando los distintos papeles orquestales. Grande Gimeno, grande la Filarmónica y grande el pianista: un nobilísimo Prokofiev.
Con Liadov se mostró otro aspecto de la Filarmónica luxemburguesa, el de la precisión y la serenidad. La bella página El lago encantado mostró unas cuerdas de gran calidad y mostró también a un maestro con una esplendorosa mano izquierda. Dirige de una forma muy bella y lo hace plenamente instalado en la precisión. Se diría que si Gimeno gestiona su carrera adecuadamente no encontrará techo. Hizo una versión magnifica que subrayó la aspiración europea de la obra más allá de su obvio impulso ruso y orientalizante.
Lo mismo sucedió con la Sinfonía número 1 de Shostakovich, que suponía el regreso al S.XX tras el paso por el XIX casi wagneriano de Liadov (aunque, en efecto, El lago se compuso ya en el XX). Mismo esquema que en la primera parte con Musorgski / Prokofiev en un programa bien urdido. Shostakovich resultó irreprochable en manos de una orquesta estupenda (¿hubiera gustado más de ser una marca orquestal más potente y conocida?, me inclino a pensar que sí) y Gimeno pudo mostrar un exquisito control sobre ritmos y dinámicas, redondeando una visión de Shostakovich en la que quizá el cuarto movimiento acabó por distanciarse del ejercicio de afirmación, contestación y autonomía impuestos en un soberbio, deslumbrante inicio de sinfonía.