Mundoclasico: “Pepitas de oro en el cedazo”
Joseba Lopezortega /
Bilbao, 7 de junio de 2019. Euskalduna Jauregia. Wagner: Tristán e Isolda, Preludio y Muerte de amor. Bernd Alois Zimmermann: Märchen-Suite. Wagner: El ocaso de los dioses (selección de Erik Nielsen). Rachel Nicholls, soprano. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Erik Nielsen, director. Aforo: 2.164. Ocupación: 90%.
El último concierto de la temporada de la Sinfónica de Bilbao, BOS, fue un acabado ejemplo de cómo un concierto con imperfecciones, altibajos e incluso excesos en el propio planteamiento inicial puede resultar apasionante y, desde luego, preferible a una de esas citas carentes de especial relieve que trufan las temporadas de las orquestas -cuando no las dominan-. En esta tarde intensa se pudo escuchar el estreno estatal de la interesante Märchen-Suite de Zimmermann, probablemente lo más redondo de la cita, y se pudo escuchar música de Wagner, con los tradicionales fragmentos de Tristán e Isolda y una selección de La caída de los dioses que incluía, cómo no, la famosa escena de la inmolación de Brunilda: un Himalaya.
Preludio y Muerte de amor de Tristán e Isolda ofreció un muy buen resultado orquestal. Erik Nielsen continúa creciendo en el podio, trabaja muy bien dinámicas y tiempos y es capaz de erigir una muy sólida interpretación de una partitura tan exigente y a la par popular como este menú degustación de la gran ópera wagneriana. En la Muerte, la soprano Rachel Nicholls pareció correcta y algo reservada, y la orquesta trabajó ciertamente como si ella no hubiera concurrido, embelesada en sus propias texturas y colores. La dimensión orquestal por encima de la contribución de la cantante, sin duda. Tras una música tan intensa y de tanta belleza, Zimmermann fue un verdadero remanso. Cuesta creer que Märchen-Suite no se interprete más. Es una música bella y eficaz, muy bien escrita, llena de evocación y atravesada por una suerte de ansiedad por el tiempo perdido, entroncando así con alguna de las múltiples dimensiones de la creación circular wagneriana. Su sentido en el conjunto del programa resultó inapelable y el público se mostró encantado, como sucediera cuando dos temporadas atrás, y también con dirección del Maestro Nielsen, se interpretó la Sinfonía en un movimiento del mismo compositor.
Tras el intermedio se escuchó una selección de La caída de los dioses, arbitrada por el propio Erik Nielsen. No me gustan -nada- estas selecciones de cumbres, pues Wagner construye por igual cimas y valles y difícilmente encuentran su sentido las unas sin los otros, toda vez que se ven arrebatadas al curso de la obra. Puede que sean de utilidad para el público, pero creo que representan una opción muy discutible. En este programa el primero de los fragmentos correspondió al Viaje de Sigfrido por el Rin, a la que siguieron la Marcha fúnebre de Sigfrido y la imponente Inmolación de Brunilda que culmina la apabulllante creación wagneriana, todo ello hilado con música del propio Wagner y sin interrupción.
El Viaje fue desconcertante: no era tanto Sigfrido descendiendo por el Rin como una postal de tal suceso, con la orquesta reservándose para lo que estaba por venir. Sin arrastre, sin vientre, trasladado a un Rin refinado e improbable, el Viaje plantea una cuestión de fondo: ¿era un programa equilibrado, si cabían precauciones? El panorama cambió completamente con el Funeral. Aquí se pisó a fondo y no se apreciaron reservas y hubo nervio e intensidad, el aire se hizo denso y amargaba la garganta. La orquesta muy bien, incluso si los metales estuvieron algo por debajo de su elogiable nivel habitual. En cuanto a la Inmolación de Brunilda, el concurso de Rachel Nicholls no respondió a las expectativas, aunque tampoco defraudó: quedó en tierra de nadie. Pero sucede que en la Inmolación quedarse ahí es sencillamente inaceptable. Nicholls es una buena soprano, quizá, pero en mi opinión no se mostró como una soprano wagneriana, porque no era Brunilda, sino que sólo cantaba su parte; no se produjo ese sublime proceso por el cual la cantante responsable de ese papel es la primera invocada, seducida y enajenada por la escritura wagneriana.
El programa, como ya se ha mencionado, era el último de la temporada de abono de la orquesta. Hay que agradecer que se ofrezca una clausura de tanto interés, y hay que subrayar la excelente respuesta del público, con una muy buena entrada. Que Wagner y Zimmermann atraigan así merece ser reflexionado. Y, como pregunta al término de la temporada, ¿qué merecimientos debe hacer el buen Maestro Nielsen para que se prorrogue cuanto antes su vinculación con la orquesta? Porque se trata de merecerlo, ¿verdad?.