Nora Franco Madariaga/
Bilbao, 19/10/2019. Euskalduna Jauregia. 68 Temporada de ABAO Bilbao Opera. Lucia di Lammermoor de Gaetano Donizetti. Libreto de Salvatore Cammarano, basado en la novela The Bride of Lammermoorde Sir Walter Scott. Estreno: Teatro San Carlo de Nápoles, 1835.
Lucia – Jessica Pratt; Edgardo – Ismael Jordi; Lord Enrico – Juan Jesús Rodríguez; Raimondo Bidavent – Marko Mimica; Lord Arturo – Juan José de León; Alisa – Maite Maruri; Normanno – Gerardo López; Euskadiko Orkestra Sinfonikoa; Coro de Ópera de Bilbao; Dirección de coro – Boris Dujin; Dirección musical – Riccardo Frizza; Asistente de dirección musical – Pedro Bartolomé; Dirección de escena – Lorenzo Mariani; Escenografía – Maurizio Baló; Asistente de escenografía – Andrea de Micheli; Vestuario – Silvia Aymonino; Iluminación – Roberto Venturi; Video Artists – Luca Attilii y Fabio Iacquone; Glass Harmonica – Sascha Reckert; Dirección de banda interna – Itziar Barredo; Maestro repetidor – Miguel N’Dong; Coproducción – ABAO Bilbao Opera, Teatro Comunale di Bologna, Teatro Carlo Felice di Genova y Slovak National Teatre.
Daba comienzo la temporada de ABAO el pasado sábado 19 con revitalizado empuje, estrenando nueva imagen de marca y ambiciosos objetivos internacionales –e incluso un actualizado programa de mano más fresco, moderno y sostenible– pero con el mismo empeño de siempre por traer las mejores y más adecuadas producciones de ópera al escenario del Euskalduna.
El título escogido para iniciar la temporada fue Lucia di Lammermoor, una maravillosa obra de Donizetti que aún hoy sorprende por su audaz innovación musical, modernidad en las formas y dificultad técnica; una obra asentada en un sólido e intenso libreto basado nada menos que en una novela de Sir Walter Scott, que tiene tanto de drama teatral como de thriller psicológico, brillantemente adaptada por Salvatore Cammarano; una ópera sin duda muy conocida y representada que, sin embargo, sigue deleitando con su deliciosa música y asombrando por lo actual de su trasfondo.
Y aunque es un título que se ha repuesto en numerosas ocasiones, es una obra de una calidad tal que siempre se deja abordar desde un ángulo distinto o en un plano diferente. En este caso, la aproximación del director de escena Lorenzo Mariani incide –muy acertadamente– en los aspectos psicológicos de los personajes, partiendo del a priori débil equilibrio mental de Lucia para ir mostrando poco a poco la (o)presión que sobre ella ejercen las demás personalidades de la obra, especialmente patriarcales y dominadoras en su mayoría, en contraposición a la figura idealizada del amado como personificación de la ansiada libertad.
La escenografía de Maurizio Baló, siempre interior, pesante, casi lúgubre, no aporta ningún elemento realmente notable o diferenciador pero, por el contrario, presidida por un inmenso ventanal que muestra un virtual exterior mediante videoproyecciones principalmente en blanco y negro, se centra más bien en ambientar y reflejar más el estado mental de la protagonista que una tormenta real –las breves pinceladas de color de un jardín en calma aparecen solamente en el dúo de amor con Edgardo–. Así, sirve de manera eficaz a la trama para, con esta atmósfera gris, oscura, opresiva, remarcar toda esa trastienda psicológica que tanto protagonismo tiene en esta obra.
Con este universo tan íntimamente hostil, el personaje de Lucia se va dibujando –o casi podríamos decir que se va desdibujando– profundo, tortuoso y difícil de encarnar pero, aunque muchas han sido las sopranos referentes en este rol a lo largo de la historia de la ópera –citar sólo un par es jugársela, pero Joan Sutherland o Beverly Sills son algunas de ellas– la elegida para dar vida a esta compleja Lucia no podía ser otra que la soprano Jessica Pratt, quien ya nos ofreció en su concierto Delirio la pasada temporada un aperitivo de lo que podía ser su interpretación de la dama escocesa.
Pero no por advertido fue menos impactante. La naturaleza y vocalidad de esta aclamada cantante australiana sobrepasan cualquier expectativa, recreando el papel en su agudísima tonalidad original –medio tono más aguda en el aria “Regnava nel silenzio” y un tono entero en la madscene– con una facilidad, delicadeza, carnalidad y realismo que rayan en lo sobrehumano, pasando de la más fina y ágil coloratura al más expresivo y corpóreo fraseo con una ductilidad pasmosa. Pero, como si esto no fuera suficiente, redondea su actuación con un enorme carisma escénico, dando sentido a su trágico rol con innegables teatralidad y sentimiento.
Pratt interpretó su agotador papel de forma impecable, sin una sola nota fuera de su sitio y sin mostrar el mínimo atisbo, no ya de cansancio, sino tan siquiera de esfuerzo. Pero donde lució todo su potencial fue en la famosísima escena de la locura, donde su voz, a dúo con la inusual armónica de cristal, sobrecogió al público en una especie de hipnótico trance provocado por, como dice el propio libreto, tan celeste armonía.
Y, si memorable fue la actuación de Jessica Pratt, igualmente inolvidable lo fue la de sus compañeros de reparto. El tenor jerezano Ismael Jordi lució su voz brillante y cálida con exquisita línea de canto, interpretando su Edgardo con enorme sensibilidad, construyendo un personaje profundo y absolutamente creíble, sin padecer en los agudos de una partitura endiablada, pero mostrándose rotundo también en la zona más grave, con un precioso color, que provocó la ovación del público en su desgarradora escena final.
Del mismo modo formidable la actuación del barítono Juan Jesús Rodríguez, tan intachable en la interpretación del mezquino Enrico que a duras penas se conseguía olvidar el desagrado que provocaba el personaje para poder aplaudir –muy merecidamente– el canto profundo y redondo del onubense, que demostró tanto potencia como sutileza en una voz cargada de matices, áspera en la intención pero indudablemente grata, aterciopelada y envolvente en el canto.
El bajo Marko Mimica también convenció en su rol de Raimondo demostrando, como viene siendo habitual, voz oscura y penetrante aunque, al no ir vestido ni de clérigo ni con el kilt tradicional que llevan todos los demás personajes masculinos, no quedaba del todo claro su papel como confesor y consejero de la joven Lucia Ashton.
Buen papel también el del tenor texano Juan José de León como Arturo. Con voz recia y bien timbrada defendió su trabajo con presencia y bravura. Gerardo López en el papel de Normanno también presentó voz clara y adelantada, pero con un timbre levemente nasal –que no fue obstáculo para una labor bien desarrollada–. Y, cerrando el reparto, la mezzosoprano bilbaína Maite Maruri también estuvo a la altura del resto del elenco, con voz dulce de deliciosos tintes oscuros, carnosa y de fácil emisión, que además se mostró segura y cómoda en la interpretación de su –lamentablemente– pequeño papel.
El Coro de Ópera de Bilbao, a quien la dirección escénica facilitó enormemente su tarea sin movimientos innecesarios y con buena presencia y posición en el practicable, estuvo correcto en todas sus intervenciones y, sobre todo, inmejorablemente caracterizado por el vestuario de Silvia Aymonino y el trabajo de peluquería del equipo de Alicia Suárez.
La Orquesta Sinfónica de Euskadi también realizó un papel correcto que, aunque sin ser especialmente destacable, sirvió a la fabulosa dirección de Riccardo Frizza, quien desde el podio ejerció un extraordinario trabajo de concertador, encontrando el perfecto –y difícil– equilibrio entre foso y escenario, no dejando ningún detalle musical fuera de su control y manejando los tempi con mucha inteligencia, favoreciendo de este modo que música y acción fluyeran libre y conjuntamente en una Lucia di Lammermoor que ha corroborado la corriente ascendente en la calidad de las producciones que ABAO Bilbao Opera viene demostrando desde hace ya tiempo pero que, sobre todo, ha colocado el listón tan alto que todos los títulos que le sigan esta temporada se van a tener que enfrentar a un auténtico salto de altura.