Bilbao, 16/11/2019. Euskalduna Jauregia. 68 Temporada de ABAO Bilbao Opera. Jérusalem de Giuseppe Verdi. Libreto de Alphonse Royer y Gustave Vaëz, basado en el de Temistocle Solera para I Lombardi alla prima crociata. Estreno: Opéra Le Peletier de París, 1847.
Hèlène – Rocío Ignacio; Gaston – Jorge de León; Roger – Michele Pertusi; Le Comte de Toulouse – Pablo Gálvez; Adhemar de Montheil – Fernando Latorre; Raymond – Moisés Marín; Emir de Ramla – Deyan Vatchkov; Un soldado / Un heraldo – David Lagáres; Isaure – Alba Chantar; Un oficial – Gerardo López; Bilbao Orkestra Sinfonikoa; Coro de Ópera de Bilbao; Dirección de coro – Boris Dujin; Dirección musical – Frncesco Ivan Ciampa; Asistente de dirección musical y Dirección de banda interna – Pedro Bartolomé; Dirección de escena – Francisco Negrín; Dirección de escena de la reposición – Angela Saroglou; Asistente de dirección de escena – Raúl Vázquez; Escenografía – Paco Azorín; Asistente de escenografía – Fernando Muratori; Vestuario – Domenico Franchi; Asistente de vestuario – Michela Andreis; Iluminación – Thomas Roscher; Asistente de iluminación – Jorge Delgadillo; Videoproyecciones – Joan Rodón y Emilio Valenzuela; Maestro repetidor – Miguel N’Dong; Coproducción – ABAO Bilbao Opera y Theater Bonn.
La Divina Comedia, en su primera cántica, describe cómo Dante se adentra en una cueva al pie del monte Sion, a las afueras de Jerusalén, y cómo desde allí, acompañado por el poeta Virgilio, desciende al Infierno con sus nueve círculos donde los condenados sufren por sus pecados. Siguiendo ese descendimiento, la interpretación que Negrín hace de Jérusalem comienza con un viaje en transporte público –como si un hípster llamado Dante utilizase una app del metro llamada Virgilio– hasta la última parada, Inferno, donde todas las miserias humanas tienen lugar a pesar de encontrarse bajo la mismísima Ciudad Santa.
Con este comienzo, nada más dar inicio a la obertura, Francisco Negrín sienta las bases de una puesta en escena nada convencional –que ya se anuncia simbólica y atemporal– para acompañar la música que Verdi desarrolló para esta ópera. Jérusalem es uno de los pocos títulos que quedaban antes de dar por finalizado el titánico Tutto Verdi y, aunque está basado en I Lombardi alla prima crociata, merece su propio lugar en este proyecto ya que es mucho más que una adaptación al estilo francés de una ópera italiana: es una auténtica revisión y reelaboración, que no solo recicla materiales de I Lombardi –perfectamente reconocibles– aderezándolos con un toque al gusto parisino sino que añade nuevos pasajes, orquestaciones, arias y recitativos que conforman una obra más sólida, coherente y madura la cual, si bien sigue lejos de ser una obra maestra, contiene páginas muy destacables que, asombrosamente, jamás habían sido representadas en España con anterioridad.
El reexaminado libreto sigue estando construido sobre amor, traición, celos, venganza, poder, guerra y religión, pero el argumento de Jérusalem abunda más sobre el habitual triángulo amoroso incidiendo menos en el alegato a la paz y a la libertad de Los Lombardos. De este modo pierde en épica, sí, pero gana enormemente en estructura e hilo argumental, lo que permite a Verdi construir una música mucho mejor trabada con la acción. Además, aunque apenas cuatro años separan ambas composiciones, es un período intenso para el de Busseto y es evidente el desarrollo en su orquestación, más elaborada y rica y mucho más cohesionada, que integra perfectamente los números principales de la primera versión italiana en el todo francés, notablemente mejor.
Para este singular estreno, ABAO ha dejado la dirección escénica, como ya adelantábamos, en manos del mexicano y a veces polémico Francisco Negrín, un creador atrevido y moderno que siempre sorprende con sus montajes complejos y desconcertantes que nunca dejan indiferente. En esta ocasión, utiliza la metáfora de las almas perdidas en el Inferno de la Divina Comedia para representar a esos cruzados peregrinos en busca de la Jerusalén prometida. El complicado despliegue técnico de la escenografía de Paco Azorín –maquinaria, movimientos…– junto a las videoproyecciones de Rodón y Valenzuela y el fantástico trabajo de iluminación de Thomas Roscher recrean una especie de túnel sin fin –uno de los círculos del infierno dantesco– lleno de ventanas y oquedades que no llevan a ninguna parte, donde espacio y tiempo se difuminan contribuyendo a una inquietante sensación de opresiva irrealidad. Destacable también el uso de determinados colores –el rojo se ha convertido en una marca reconocible del regista–, que no por mostrar un simbolismo obvio dejan de estar adecuadamente utilizados –aunque el vestuario de Domenico Franchi no haya sido del agrado del público–.
Negrín, como suele ser habitual, vuelve a acertar en su concepción sensorial de los espacios, aprovechando la gran profundidad escénica que la chácena del Euskalduna permite para ubicar los personajes en muy distintos planos físicos y acústicos –curiosos ecos y rebotes los que produce la estructura de cajas redondeadas de la escenografia–, enriqueciendo la textura musical de la propia obra y sumergiendo al espectador en un ambiente extraño que, sorprendentemente, consigue centrar la atención sobre la lírica.
Quien más ha tenido que lidiar con esta compleja puesta en escena ha sido el Coro de Ópera de Bilbao, que ha sufrido pequeños desajustes de tiempo cuando sus intervenciones se producían en la zona más atrasada del escenario –a pesar de las gimnásticas indicaciones de Ciampa–, aunque hay que reconocer que lo cerrado del decorado facilitaba la proyección del sonido incluso en las posiciones más alejadas. En cualquier caso, a pesar de las dificultades, el coro ha ofrecido un trabajo de gran calidad musical donde destaca el canto de los peregrinos «Ô mon Dieu! Ta parole est donc vaine!» –a pesar de una pronunciación del francés poco conseguida–.
En cuanto a los personajes, numerosos son los papeles necesarios para esta obra. Entre las numerosas voces masculinas de los comprimarios, el bajo bilbaíno Fernando Latorre, bien timbrado y elegante, firmó una actuación sobria y sin mácula –tal y como nos tiene acostumbrados– en un papel que le dejó demostrar su buen hacer más que en otras ocasiones. También el barítono Pablo Gálvez estuvo correcto en su papel de Conde de Toulouse, con cuidada técnica y estudiada línea de canto. El bajo búlgaro Deyan Vatchkov como Emir de Ramla se distinguió por su voz cálida y agradable de impecable dicción. Bien tanto David Lagares como Gerardo López y muy notable labor la del tenor granadino Moisés Marín como escudero con su voz transparente y de límpido brillo. La soprano malagueña Alba Chantar, en su rol de Isaure, destacó por su voz dulce pero de innegable potencia, adecuadamente prudente y discreta en la interpretación pero resuelta y muy presente en el amplio agudo.
Sin embargo, el trío principal, que lleva el peso del canto y la acción, no estuvo tan equilibrado como hubiese sido deseable. La soprano sevillana Rocío Ignacio defendió un papel difícil y extenso con pundonor y bravura –tal vez excesiva–, mostrando registro amplio y voz poderosa, pero de emisión irregular. Innecesariamente forzada en la zona grave, abierta en el agudo, y gutural en los ataques, no convenció salvo en los pasajes mas ligeros, donde sonaba más clara y adelantada, dejando breves pero bellos pasajes delicados que apuntan, tal vez, a una no muy acertada elección del repertorio.
De un modo distinto pero con el mismo decepcionante resultado, el tenor Jorge de León lució su timbre potente y brillante de sonoro toque metálico, de agudo solvente y emisión fácil que, pese a tenerlo todo para destacar, quedó anulado por una actuación bastante plana, no tanto en la interpretación –que también– como en el canto, escaso de dirección y de expresión monótona.
Afortunadamente, el bajo Michele Pertusi ofreció, sin duda, la mejor ejecución de la velada. Con agudos generosos y graves de poco volumen pero resonantes, brillante u oscuro según la interpretación lo requiriese, de hermoso fraseo y estupendo despliegue expresivo, el italiano mostró una voz cálida y dúctil incluso en los pasajes más ingratos, convirtiéndose en el gran protagonista de la ópera.
El otro pilar fundamental en este estreno fue el gran desempeño de la BOS en el foso, cómoda en este tipo de orquestación verdiana a pesar de los muchos pasajes complicados, que sonó con gran empaste y equilibro, y destacó en los delicados matices, los forte poderosos y la generosa y controlada amplitud de los reguladores, siempre bajo la atenta batuta de Francesco Ivan Ciampa que, pese a parecer algo displicente en algunos momentos, no duda en recoger las riendas con gran energía y mano firme cuando es necesario, regalándonos una grand opéra insólita que, cual cruzados llegando a la divina ciudad de Jerusalén, nos deja ver la ansiada meta de Tutto Verdi.