Nora Franco Madariaga/
Bilbao, 21/10/2020. Euskalduna Jauregia. 69 Temporada de ABAO Bilbao Opera. Il turco in Italia de Gioachino Rossini. Libreto de Felice Romani basado en una pieza homónima de Caterino Mazzolà con la que se hizo una ópera del compositor alemán Franz Joseph Seydelmann en 1788. Estreno: Teatro alla Scala de Milán, 1814.
Selim – Paolo Bordogna; Fiorilla – Sabina Puértolas; Don Geronio – Renato Girolami; Don Narciso – David Allegret; Prosdocimo – Pietro Spagnoli; Zaida – Marina Viotti; Albazar – Moisés Marín; Bilbao Orkestra Sinfonikoa; Coro de Ópera de Bilbao; Dirección C.O.B. – Boris Dujin; Dirección musical – Christophe Rousset; Asistente de Dirección musical – Pedro Bartolomé; Dirección de escena – Emilio Sagi; Asistente de Dirección de escena – Javier Ulacia; Escenografía – Daniel Bianco; Figurinista – Pepa Ojanguren; Iluminación – Eduardo Bravo; Maestro repetidor – Miguel N’Dong; Coproducción –Théâtre du Capitole de Toulouse, Ópera de Oviedo y Teatro Municipal de Santiago de Chile.
Últimamente, con tanta telenovela, nos estamos acostumbrando a la imagen del turco como latin lover. Imagínense, qué gran argumento para un nuevo culebrón turco: un hombre joven, guapo y atractivo, con un pelazo de anuncio de Pantenne y una sonrisa que derretiría a la señorita Rottenmeier –vamos, un chulazo de esos de la tele al que no le falta de nada–, aparece en una ciudad mediterránea luciendo palmito y acento extranjero. Como era de esperar, todas las chicas caen rendiditas a sus pies y la más lanzada le tira los trastos. A él le gusta ella, a ella le encanta él, cruces de miradas, espera que te invito a un café… y cuando parece que ahí va a empezar a subir la temperatura en cualquier momento, resulta que la chica está casada –esto es un culebrón, ya se lo había dicho–. El marido es un hombre bueno y cariñoso pero le lleva un montón de años y parece que ella necesita un poco más de emoción y aventura en su vida. La muchacha, encaprichada como está con el turco –¡y quién no!–, le dice a su marido que ella es libre para tener todos los amantes que quiera y hacer lo que le venga en gana –¡uy, uy, uy…!–. Pero, por una casualidad –¡qué sería de las telenovelas sin estas maravillosas casualidades!–, el turco se encuentra con un antiguo amor a quien él había dejado debido a que algunas envidiosas de su relación le habían convencido de que ella le había sido infiel. Y ya está montado el lío: ellas dos peleándose por el turco, el turco que se quiere quedar con las dos, el marido intentando recuperar a su mujer, el amigo de la chica que también se quiere quedar con ella, el amigo de la ex del turco que no sabemos muy bien qué pinta pero que también anda metido en el embrollo… Lo que les decía, que como pille este argumento un guionista turco, pasado mañana pueden ver este enredo rossiniano en Nova, en Divinity, o en cualquier otro canal.
Dicen los expertos en televisión que el éxito de las telenovelas turcas –dizi, se llaman– radica en unir guiones de factura clásica bien trabajados, ambientaciones muy cuidadas, un romanticismo que raya lo enfermizo y unos galanes que quitan el hipo. Lo del hipo lo dejaré a criterio de los espectadores, pero todos los demás ingredientes los hemos encontrado sin ninguna duda en la producción de Il turco in Italia que ha ofrecido ABAO Bilbao Opera estos días.
La escenografía de Daniel Bianco, junto a la fácilmente identificable dirección escénica de Emilio Sagi, recrean hasta el más mínimo detalle el color, la luz, el espíritu y el costumbrismo de las calles napolitanas. Si uno cierra los ojos, casi puede sentir el olor de la pizza dorándose en el horno, la colada secándose al sol; el sabor salado de la brisa del mar, el intenso amargor de un ristretto bien hecho; el tórrido calor de las tardes de estío napolitano y la frescura que sale de los hondos portalones de piedra; las voces de los vendedores, el alboroto de una riña de vecinos, el petardeo del viejo motor de una vespa, la campana del tranvía, las alegres risas de un grupo de ragazze… Y se sienten unas ganas incontrolables de sentarse en una terraza de cualquier piazza, con un Aperol Spritz bien frío, y dedicarse a esa actividad tan italiana y tan placentera que es ver pasar la vida.
Y mientras uno se recupera de este pequeño rapto que se siente nada más levantarse el telón, suena una obertura que resume a la perfección una obra vibrante, enérgica y de claro influjo mozartiano, presentando un carácter fresco y vital para esta comedia pícara.
Para representarla, un elenco magníficamente escogido, sobre todo por sus grandes dotes escénicas, tan necesarias para dar coherencia y credibilidad a esta obra donde cada mirada y cada gesto están cargados de intención.
Como personaje principal, el bajo Paolo Bordogna interpretando al turco Selim. Bordogna no es desconocido en ABAO pues ya hemos podido disfrutar de su buen hacer en papeles similares en La Cenerentola o –fugaz e inesperadamente– en Don Pasquale, pero siempre es un placer reencontrarse con este bajo buffo de buen oficio, cómodo en este tipo de roles, y disfrutar de su voz redonda, sin aristas que, aun no siendo los graves su mejor registro, muestra un color oscuro y cálido.
A su lado, Sabina Puértolas lleva el peso de la obra en su papel de Fiorilla. A pesar de ser un rol exigente y comprometido, la soprano cantó con gran amplitud, agudos ligeros y graves bien encarnados, además de hacer las delicias del público con una actuación fresca, juguetona y divertida. El vibrato pequeño y rápido que caracteriza su voz resultó de gran ayuda en las acrobáticas coloraturas, adornos y ligerezas de las que Rossini llenó su partitura, si bien afeaba un poco los pasajes lentos de carácter más cantábile, donde las notas largas parecían adornadas con ligerísimos trinos.
El barítono Renato Girolami, encarnando a Don Geronio, fue el gran descubrimiento de la velada, con una voz natural de grato color, fácil emisión y gran potencia que supo poner al servicio de una extraordinaria expresividad, interpretando con candorosa ternura el papel de marido enamorado.
Al tenor barcelonés David Alegret, por el contrario, le faltó algo de volumen en sus intervenciones como don Narciso y tal vez su registro era algo corto, pero sin embargo cantó sin esfuerzo y con una voz muy clara y bien timbrada de bellas resonancias metálicas.
Por su parte, el barítono Pietro Spagnoli manejó los vertiginosos recitativos de Prosdocimo con soltura y desparpajo, haciendo alarde de una dicción casi prodigiosa –además de un canto convincente y carismático–.
Y, aunque pudimos disfrutar menos de ellos, muy bien también la mezzo Marina Viotti interpretando a Zaida, que sorprendió con su voz ligera de posición alta y color asopranado –aunque algo ácido en el registro más agudo–, así como el tenor Moisés Marín encarnando a Albazar, muy correcto en sus intervenciones. El Coro de Ópera de Bilbao estuvo acertado vocalmente, bien empastado a pesar de las dificultades que impone la mascarilla, aunque escénicamente el papel del coro no terminaba de encajar con el resto de una producción tan esmerada.
En el foso, la BOS mostró un trabajo magnífico, destacando por su calidad y brillantez la intervención del trompa solista Luis Fernando Núñez en la obertura. Con un sonido limpio y de gran transparencia, la orquesta trabajó impecablemente bajo la batuta de Christoph Rousset que, si bien se dedica más habitualmente a la música barroca, tampoco es desconocedor de este estilo rossiniano de juventud, no tan alejado del repertorio habitual del maestro francés. Sin embargo, su versión resultó algo plana y no siempre bien equilibrada de volúmenes, tal vez por la falta de costumbre de Rousset de trabajar en teatros con tanta distancia entre foso y escenario como el auditorio del Euskalduna. Y quién sabe si por otro motivo o por la exigencia de terminar la función en una duración determinada, los tempos escogidos resultaron demasiado apresurados en algunos momentos, resintiéndose tanto canto como texto y provocando pequeñísimos desajustes entre orquesta y solistas que, aunque no son significativos, lamentablemente ensuciaban ligeramente el sonido.
El estreno tanto de temporada como de título hubiesen sido inmejorables si no fuese por la tremenda reducción de la obra que las circunstancias han impuesto; una reducción que, aunque impecablemente realizada tanto dramática como musicalmente, deja la obra dolorosamente mermada, sobre todo cuando el espectador está disfrutando tanto del trabajo y del esfuerzo que hace ABAO por la ópera y la cultura. No nos dejan otra: habrá que esperar a que den por la tele la telenovela.
Cuando termino de escribir estas líneas, está finalizando también la última de las funciones de Il turco in Italia que abren la 69 temporada de ABAO Bilbao Opera. Y, si siete han sido las funciones que finalmente se han podido representar –en lugar de las cuatro… no, perdón, seis… no, disculpen, nueve funciones previstas–, cuatro han sido las veces que yo he reescrito esta pequeña crítica. Enorme ha sido mi debate interno entre hablar de las terribles circunstancias en las que vivimos todos y que tanto afectan a la cultura –con lo que ello ha supuesto para el doloroso parto de esta producción–, o ceñirme a lo que he podido escuchar –y disfrutar– desde mi butaca. Y, aunque alguno de los comentarios pueda resultar algo banal en estos momentos, me he decidido voluntaria y meditadamente por una crítica en mi estilo habitual, más o menos acertado, más o menos del gusto del lector, pero alejado de dramatismos innecesarios y de revolver una y otra vez en este dolor que todos los amantes de la cultura, la música y particularmente la ópera arrastramos últimamente. Cultura resiliente, titulaba mi crítica en otro medio hace unos días, porque si algo está demostrando ABAO es resiliencia, esa palabra tan fea pero con un significado tan poderoso. «No son los más fuertes de la especie los que sobreviven, ni los más inteligentes –decía Charles Darwin al respecto–; sobreviven los más flexibles y adaptables a los cambios». Y así es, por lo que no tengo ningún temor a si, cuando esto pase, podré seguir disfrutando de la ópera de ABAO como debe ser, con su calidad y amor por el buen trabajo. Y si ABAO puede seguir adelante como si nada, yo también debo escribir mi crítica en mi estilo habitual, como si nada, o flaco favor haría a todo su empeño.
Temo por el futuro incierto, como todos, y yo, de natural pesimista, veo complicarse por momentos el estreno de Alzira en las fechas y condiciones previstas. Pero sigo, como ellos, apostando por la ópera, apostando por la cultura, apostando por la música que me da –en un sentido espiritual y también en otro más mundano– la vida, por lo que no me queda más que agradecer el titánico esfuerzo que ha hecho ABAO Bilbao Opera por mantener Il turco en escena y ofrecerles desde aquí todo mi ánimo, fuerza y apoyo para continuar con esa casi milagrosa resiliencia.