Nora Franco Madariaga/
Bilbao, 06/02/2021. Euskalduna Jauregia. ABAO Bilbao Opera – ABAO on Stage. Lisette Oropesa, soprano; Rubén Fernández Aguirre, piano. Obras de Saverio Mercadante, Gaetano Donizetti, Franz Schubert, Francis Poulenc, Georges Bizet, Gioacchino Rossini, Vicenzo Bellini, Manuel García, Jules Massenet y Giacomo Meyerbeer.
La capacidad de ABAO Bilbao Opera de reinventarse y sobreponerse a las adversidades es casi infinita. Cuando la tercera ola, las zonas rojas, el toque de queda, los confinamientos perimetrales y el ridículo aforo actual del Euskalduna nos hundían en el desánimo y, viéndolo todo tan negro, ya barruntábamos que esta temporada no íbamos a poder disfrutar de la ópera en directo, ABAO nos sorprende con un ciclo de seis recitales. De acuerdo, no son ópera. Ni parecido. Pero a los amantes de la lírica nos calientan el corazoncito y nos reconcilian un poco con esta vida tan gris que estamos viviendo últimamente. Seis recitales –y una gala– para disfrutar de las grandes voces de la ópera en directo. ABAO on Stage, lo han llamado; ABAO en el escenario –en los escenarios, diría yo, porque estos seis recitales se van a repartir entre el auditorio del Palacio Euskalduna y la Sociedad Filarmónica–. Pero no es lo que pasa en el escenario lo más importante, sino lo que sucede más allá de él, tanto en el patio de butacas como en los despachos: que el entramado cultural de Bilbao sigue fiel a su compromiso con la cultura, con la música y con la ópera.
Y fue este compromiso el que provocó que un ambiente de nervios, excitación y una cierta dosis de euforia, casi como el que se siente una noche de Reyes, acompañaran el pasado sábado el primer recital de este ciclo. Y es que, incluso en las mejores circunstancias, tener la oportunidad de escuchar en directo a la soprano norteamericana de origen cubano Lisette Oropesa, una de las más aclamadas sopranos del panorama operístico actual, es un auténtico lujo; más aún en los tiempos que corren.
La soprano lírico-ligera, junto al pianista Rubén Fernández Aguirre, ofreció un concierto de casi hora y media con un programa de música italiana y francesa; un repertorio magníficamente escogido e inteligentemente distribuido atendiendo a factores como cronología, idioma, estilo o dificultad, donde nada se abandonó al capricho a fin de favorecer el mejor desempeño vocal de la solista, como también el mayor disfrute del público.
Oropesa se mostró no solo cómoda sino incluso contenida en las primeras piezas –como si contar con un público tan reducido invitase a un canto más íntimo– con una emisión firme, plena de cálida morbidez, que se regodeaba en un registro medio de asombrosa riqueza, aunque sin miedo de explorar la carnosidad de las notas más graves o los holgados agudos –que, astutamente, dejó para las últimas intervenciones– gracias a una impecable calidad técnica que le permite un timbre flexible, homogéneo y brillante en todo su registro.
Destacables su dicción y prosodia, incluso en el registro más agudo, donde habitualmente se tiende a falsear el texto en favor de la vocalidad. Elogiable también su control del fiato, pero más aún porque no abusa del fraseo solo por hacer alarde de su impecable legato, sino porque cada respiración está premeditadamente realizada con la expresividad justa, integrándola en el propio canto. Con la misma sencillez –por no llamarla humildad–, coloraturas y adornos fueron ejecutados con resolución pero sin regodeos ni aspavientos, de modo que no resultaron vacíos juegos de malabares sino refuerzos de la expresividad musical; y los sobreagudos, derrochando ligereza, armónicos y presencia a partes iguales, fueron justamente racionados, sin ánimo de buscar el aplauso fácil.
En cuanto al pianista barakaldés Rubén Fernández Aguirre, sus intervenciones solistas conservan la misma dulzura, energía y sentimiento de la voz cantada, a las que añade la fuerza y profundidad que su faceta como acompañante no le permite. Pero es en su trabajo junto a la voz cuando la sutileza de sus manos, su sensibilidad, su manera de respirar con la soprano sin perder un ápice de su propio fraseo y musicalidad, su capacidad casi mágica de anticiparse a la intención de la cantante y ese maravilloso arte de saber estar presente o desaparecer en la medida justa para dar realce a la labor de Lisette Oropesa, le convierten en una parte esencial del innegable y abrumador éxito de la velada.
El aria Caro nome de la ópera de Verdi Rigoletto y las Carceleras de la zarzuela Las hijas del Zebedeo de Ruperto Chapí pusieron la guinda al recital, que terminó con buena parte del público puesto en pie para transmitir no solo el agradecimiento por el maravilloso concierto sino también la alegría de volvernos a sentir unidos a través de la lírica.