Nora Franco Madariaga/
Bilbao, 17/04/2021. Sociedad Filarmónica. ABAO Bilbao Opera – ABAO on Stage. Carlos Álvarez, barítono; Rocío Ignacio, soprano; Rubén Fernández Aguirre, piano. Obras de Camille Saint-Saëns, Gustave Charpentier, Ambroise Thomas, Ástor Piazzolla, Giacomo Puccini, Ruggero Leoncavallo, Francesco Cilea y Giuseppe Verdi.
ABAO Bilbao Opera, fiel a su propósito de mantener viva la ópera en Bilbao, convocó el pasado sábado a sus socios y aficionados a un nuevo recital de su ciclo ABAO on Stage –el cuarto ya–, pese a las restricciones de movilidad y la gran cita futbolística. Condiciones complicadas, sin duda, pero el buen trabajo de ABAO convierte cada concierto en una ocasión irrepetible de gran atractivo. En este caso, la oportunidad de escuchar al reconocido barítono Carlos Álvarez y a la soprano Rocío Ignacio en una sala con una acústica tan exquisita como la de la Sociedad Filarmónica no era nada desdeñable, como así demostró el numeroso público asistente.
La sevillana Rocío Ignacio ofreció un programa difícil, con arias de óperas y estilos muy variados como Louise de Charpentier, Turandot de Puccini o Simon Boccanegra de Verdi, pero en todas ellas demostró una voz poderosa –arrolladora, en algunos momentos– de trabajada técnica. Con una evolución vocal muy favorable desde el Jérusalem que pudimos escuchar en noviembre de 2019 también con ABAO, sus graves cada vez son más cálidos y consistentes y –casi– han desaparecido aquellos forzados ataques guturales, lo que iguala y suaviza su emisión, aunque donde destaca verdaderamente es en el registro medio, en su dominio de las dinámicas en piano y en sus filados y sfumature en la segunda octava, donde luce toda su dulzura vocal y expresiva. Sin embargo, su tendencia a abusar de potencia carga de vibrato y destempla el registro agudo, resultando en muchos momentos demasiado penetrante y perdiendo parte del encanto que desprende esta soprano.
Por su parte, Carlos Álvarez brilló una vez más –incluso escondido tímidamente detrás del atril, del que apenas se separó– con esa voz de barítono amplia, noble y redonda de extraordinaria capacidad expresiva a la que nos tiene acostumbrados. Presentó arias muy poco habituales de Henry VIII de Saint-Saëns y de la casi desconocida Zazà de Leoncavallo, además del «Eri tu» de Un ballo in maschera de Verdi, que provocó la mayor –y bien merecida– ovación de la velada, gracias a su maestría tanto en los momentos de carácter más recogido, íntimo y evocador como en los más dramáticos, de mayor prestancia, bravura y una lírica más expansiva. Sin ser un cantante que destaque especialmente por su fraseo, su bellísimo sonido, elegancia y sentimiento, además de su gran clase y cautivador carisma escénico, hacen de él un artista de primer orden.
Pero fue en los dúos donde se pudo disfrutar verdaderamente de estas dos voces hechas para la ópera, potentes, grandes y muy timbradas que tan bien encajan la una con la otra. En los dúos de Hamlet de Thomas, Pagliacci de Leoncavallo e Il trovatore de Verdi, mostraron su faceta más teatral, con interpretaciones de gran emoción y carácter donde, una vez más, sobresalieron el alegre desparpajo de la soprano y la gran presencia del barítono malagueño.
Por supuesto, no podemos olvidar la imprescindible participación del pianista Rubén Fernández Aguirre que, además de con su siempre perfecto acompañamiento –del cual obviamos redundar en virtudes, no por carecer de ellas sino por no aburrir al lector habitual–, deleitó al público con dos piezas –Verano porteño de Ástor Piazzolla y el preludio de L’Arlesiana de Cilea–, donde demostró su enorme versatilidad, su excepcional lirismo y su extremada sensibilidad, además de un innato sentido de la tensión teatral.
Como propina, Rocío Ignacio regaló al público una pizpireta interpretación del conocido «I feel pretty» del musical West Side Story de Leonard Bernstein –que provocó la sonrisa de los asistentes con unos divertidos coros “femeninos” realizados por sus dos partenaires e incluso un improvisado momento de baile–, y Rubén Fernández Aguirre, en colaboración con Carlos Álvarez, quiso hacer un sentido homenaje a su gran amigo, el recientemente fallecido Maestro Antón García Abril, interpretando una de sus canciones asturianas para voz y piano, No llores, niña, no llores, de enorme riqueza y sensibilidad.