Joseba Lopezortega /
Mundoclasico: Un Brahms apasionado
Bilbao, sábado, 2 de octubre de 2021. Brahms: Concierto para violín y violonchelo; Sinfonía número 2. Miércoles, 6 de octubre de 2021. Brahms: Concierto para piano y orquesta número 2; Sinfonía número 3. Dmitri Makhtin, violín; Alexey Stadler, violonchelo; Tom Borrow, piano. Euskadiko Orkestra. Robert Treviño, director. Euskalduna Jauregia.
Como ya hizo en la anterior temporada, Euskadiko Orkestra ha dado comienzo al curso musical proponiendo un festival dedicado íntegramente a un compositor, Brahms, de quien ha interpretado tres conciertos y las cuatro sinfonías en las distintas capitales en los que habitualmente ofrece sus programas de abono.
Los dos programas ofrecidos en Bilbao fueron desiguales. El Concierto para violín y violonchelo es una obra muy poco generosa para los solistas y para el público, no logra traspasar el escenario y el esfuerzo no se ve recompensado, como si hubiera un muro invisible interpuesto entre lo que sucede en el escenario y el público. No es un concierto afortunado y el buen trabajo del violinista Dmitri Makhtin y el violonchelista Alexei Stadler produjo un diálogo interesante entre los dos instrumentos bien arropado por orquesta, pero avaro en extremo a la hora de satisfacer al público. La acogida fue fría y esa frialdad se hizo sentir todavía más en un auditorio cuyo ambiente lastran, de por sí, las restricciones de aforo de esta pesarosísima pandemia que parece rendirse entre estertores.
Con el Concierto para piano número 2, interpretado por Tom Borrow, sucedió lo contrario. El público aplaudió -e incluso, bien que tímidamente, vitoreó- el trabajo de este joven pianista israelita; personalmente no resulté tan convencido. Borrow es un excelente pianista, e incluso llega a asombrar la forma en que ejecuta este Número 2 de Brahms, que es una obra plena y poderosa, llena de matices y rebosante de madurez. Si en el Doble concierto hay un muro interpuesto entre la partitura y el público, este Concierto número 2 es precisamente lo contrario: podría deshacer en polvo cualquier muro, pero sin que para ello deba invocarse la fuerza del sonido. Y Borrow tocó con fuerza, con mucho ímpetu, restando al concierto algunos matices que le son fundamentales. Se puede dar por bueno, porque no es frecuente escuchar a un pianista tan joven tocando esta obra, pero no fue una interpretación ni redonda ni homogénea. Brillante en su ejecución, radiante en su sonido, el piano de Borrow ni mostró la profundidad serena de Brahms ni se preocupó por buscarla -probablemente ni le interese, lo cual no es necesariamente un reproche-. Un pianista personal, acaso osado, de los que mueven a ir a un auditorio y a quien sería interesante seguir escuchando. Tiene miga.
Treviño disfruta con las sinfonías de Brahms, y disfruta mucho. Es un placer verle dirigir con su característica fluencia, con su facilidad aparente y su gesto preciso, generoso y claro. Siempre que le veo dirigir, o al menos la mayoría de las veces, pienso que es un maestro apasionado por su trabajo, que hace de la música una vivencia; y esta sensación se superpone a la música de Brahms, tan consecuente, con una naturalidad para la que no buscaré adjetivo. Por la misma razón, Treviño también presenta a través de Brahms los rasgos de su propio temperamento. Lleva a la Euskadiko Orkestra a sonar con mucho volumen, con mucha potencia. Propone Treviño un Brahms rotundo, arrebatado, muy contrastado; lleno de vigor. Es su Brahms, extrovertido y luminoso, y la Euskadiko Orkestra responde a esa llamada con gran clase. Magníficas las maderas, aunque algo rendidas ante unas cuerdas henchidas de poder, muy trabajadas y bien lideradas por el concertino, quien por cierto parecía tener en las piernas el baile de San Vito -un no parar-. El maestro, como hace habitualmente, quiso reconocer su trabajo a muchos de los instrumentistas en ambas tardes. Tanto saludo se hizo algo largo, y me pregunto por qué tanto reconocimiento cuando lo habitual, por fortuna, es que lo hagan muy bien de forma habitual en esta orquesta.