Nora Franco Madariaga/
Bilbao, 23/04/2022. Euskalduna Jauregia. 70 Temporada de ABAO Bilbao Opera.
Alzira de Giuseppe Verdi. Libreto de Salvatore Cammarano, basado en la obra de teatro Alzire, ou les Américains de Voltaire. Estreno: Teatro di San Carlo de Nápoles, 1845.
Alzira – Carmen Solís; Zamoro – Sergio Escobar; Gusmano – Juan Jesús Rodríguez; Ataliba – David Lagares; Álvaro – Josep Miquel Ramón; Ovando – Vicenç Esteve; Zuma – María Zapata; Otumbo – Gerardo López; Orquesta BilbaoSinfonietta; Coro de Ópera de Bilbao; Dirección C.O.B. – Boris Dujin; Dirección musical – Daniel Oren; Asistente de Dirección musical y Dirección de banda interna– Pedro Bartolomé; Dirección de escena e iluminación – Jean Pierre Gamarra; Asistente de iluminación – Luis Baglietto; Escenografía y vestuario – Lorenzo Albani; Maestros repetidores – Itziar Barredo e Iñaki Belasco; Producción – Coproducción de ABAO Bilbao Opera, Gran Teatro Nacional de Perú y Opéra Royal de Wallonie.
El refranero recoge en dichos simpáticos mucha sabiduría de esa que llaman popular y, aunque no seamos muy dados a usarlos, todos conocemos un buen puñado de ellos. Así que, si les digo sobre Verdi que quien mucho abarca poco aprieta, seguro que sabrán enseguida a qué me estoy refiriendo. Tras el temprano e inesperado éxito de Nabucco, las numerosísimas peticiones de los teatros y –reconozcámoslo– las necesidades económicas, obligaron a Verdi a aceptar un encargo tras otro durante lo que él mismo dio en llamar años de galera y, haciendo suyos esos otros refranes que dicen que si quieres buena fama, no te dé el sol en la cama y que en la casa en que se trabaja no falta grano ni paja, compuso nada menos que once óperas en un espacio de siete años. Y, claro, aquí es donde ese refrán toma todo su significado y hay que reconocer que esos once títulos no resultan tan brillantes ni tan inspirados como alguna ópera de sus inicios o, principalmente, como todas las que habrían de llegar pasada esa dura etapa. Quien mucho abarca…
Pero, al mismo tiempo, el trabajo de esos años tuvo la ventaja de servirle como laboratorio donde experimentar, buscar y modelar un lenguaje propio y característico que, posteriormente, le sirvió para crear esas otras obras maestras que le han inmortalizado. Ya lo dice el refrán: la práctica hace maestros.
Alzira es una de esas once óperas de los años complicados que, aunque contiene el germen del Verdi que será, no puede ocultar sus notables carencias. Las delicadas líneas de canto, cuajadas de hermosas melodías, sobrevuelan unos torpes acompañamientos de evidente pobreza armónica pero, a pesar de que páginas de sorprendente belleza son sucedidas por pegotes burdos y simplones, a Verdi todo se le perdona porque pasajes como el dúo de Gusmano y Alzira, de arrebatada emoción y apabullante belleza, hacen olvidar los sinsabores de otros momentos mucho más desafortunados.
Ahora bien, cuando se parte de la aceptación de esta inconsistente calidad y se trabaja con esfuerzo por sacar el mayor partido posible de lo que hay, el resultado será sin duda favorable. Y así ha sucedido con la producción de esta Alzira, que ABAO ha puesto en manos de Daniel Oren, un director metódico y puntilloso que ha trabajado de forma incansable hasta enriquecer el acompañamiento más sencillo con unas variaciones dinámicas y una gradación cromática dignas de elogio, transformando la vulgaridad en elegancia y lo aburrido en pura emoción. Con un enérgico gesto en la mano derecha y una exigente –aunque poco sutil– mano izquierda, ha logrado mantener un difícil pero sólido equilibrio entre foso y escenario, a pesar de que a la joven formación BilbaoSinfonietta le faltó firmeza y le sobró entusiasmo, principalmente en las cuerdas, dejando ver sus limitaciones algo más de lo deseable.
También la dirección escénica de Jean Pierre Gamarra resultó algo limitada –o más bien limitante–, con un movimiento escénico tan estático que dificultaba la expresividad en una ópera que ya de por sí –por argumento, por pasajes musicales mejorables– es algo fría. Sin embargo, la escenografía posee elementos interesantes, como las cortinas de cadenas –que aportan un movimiento líquido y solidez al mismo tiempo–, el dinamismo de los cambios escénicos a vista, que todo suceda en una pequeña plataforma de forma que tanto la acción como la atención del espectador estén siempre concentradas en el mismo punto, el simbolismo de la situación del pueblo indígena escondido en el paulatino retroceso cronológico a través del vestuario… Todos estos puntos dan sentido, coherencia y funcionalidad a una dirección escénica que, pese a alcanzar sobradamente sus objetivos, dejó una rígida sensación de forzada desnudez.
En cuanto al elenco –compuesto íntegramente por cantantes nacionales tras el abandono de la soprano china Hui He–, presentó un nivel extraordinario. Carmen Solís interpretó el papel de Alzira con elogiable sencillez, mostrando una voz ligera, ágil, de agudo fácil y preciosa musicalidad, adornada con un pequeño y rápido vibrato que aportaba ese campanilleo argénteo tan característico de la soprano extremeña. Fenomenal también Sergio Escobar, tenor de voz valiente y brillante, bien timbrada y adelantada pero agradablemente redondeada, carente de aristas que deslucieran la riqueza de su canto tan impecablemente verdiano en su interpretación de Zamoro. También el barítono Juan Jesús Rodríguez como Gusmano demostró un excelente desempeño, con esa voz potente de color cálido y oscuro, de amplio registro, que sonó elegante en su exquisito legato y delineado fraseo y construyó los momentos más emocionantes de la velada en su dúo con Alzira –«Il pianto… l’angoscia… di lena mi priva»– o su aria final.
Y si de auténtico lujo era el trío protagonista, no quedaba a la zaga el resto del reparto. Josep Miquel Ramón como Alvaro, padre de Gusmano, cantó con voz franca y convincente; Gerardo López interpretó el rol de Otumbo, guerrero americano, con el canto claro y adelantado al que nos tiene acostumbrados; Vicenç Esteve lució también su voz de timbre brillante en el papel del duque español Ovando, y el bajo David Lagares encarnó al jefe peruano Ataliba con inusual planta y excelente canto. Destacable la intervención de la soprano María Zapata, breve pero con una voz clara y ligera rebosante de dulzura y delicadeza que encandiló al público asistente. El Coro de Ópera de Bilbao cumplió también su papel con solvencia y un mejorado empaste, aunque quizá con menos volumen que en otras ocasiones.
El conjunto de esta producción de Alzira, la “niña fea” de Verdi, ha resultado mucho más gratificante de lo que en principio se pudiera esperar, pero en las manos de Daniel Oren y en las voces de este maravilloso elenco, ha renacido como una ópera de –casi– primer nivel, que ya quisieran para sí tantas y tantas representaciones chapuceras que se hacen de verdaderas joyas de la lírica. Ya conocen ustedes el dicho: la suerte de la fea, la bonita la desea.
Y con esta joya recién descubierta, llegamos –¡por fin!–, dieciséis años después, al último título del proyecto Tutto Verdi que tanto nos ha hecho penar pero que tantos buenos recuerdos nos deja, como esta Alzira por la que nadie apostaba. Bien está lo que bien acaba.