Pablo Cepeda /
Azpeitia, 3-8-2022. Basílica de Loiola. Ciclo de órgano de Quincena Musical. François Espinasse, órgano. Obras de Franck, Fauré, Aubertin, Dupré, Vierne y Tournemire.
El ciclo de órgano de Quincena Musical es uno de los más veteranos y exitosos dentro del festival. Sus conciertos suelen registrar muy buenas entradas, con llenos habituales, tanto en Donostia-San Sebastián como de las diversas localidades. El público asistente es conocedor de la gran calidad de los principales instrumentos románticos guipuzcoanos en que se desarrollan los conciertos, que constituyen una de las colecciones de órganos más interesantes de Europa. Si a ello sumamos la gratuidad del evento y la alta calidad de los intérpretes que en él actúan se entiende el interés que concitan estos conciertos. La edición de 2022 ha sido la primera dirigida por Ana Belén García Pérez, sucediendo a Esteban Elizondo quien fuera su director desde 1983, y su estreno ha venido acompañado de un elenco de organistas de primera fila que no solemos ubicar en la órbita del órgano romántico y que nunca antes habían actuado en Quincena, como David Briggs, Wayne Marshall, Masaaki Suzuki, Gunnar Idenstam, Jon Laukvik o François Espinasse.
El organista francés François Espinasse es profesor del Conservatorio Superior de Lyon. Es uno de los cuatro organistas titulares del órgano de la Capilla Real de Versalles, siendo también uno de los cuatro titulares del órgano de Saint-Severin, un interesante instrumento de 1963 en estilo barroco francés que marcó un hito en el interés hacia la música barroca francesa y los instrumentos para interpretarla. Considerado un especialista en la música barroca, la oportunidad de escucharle en un instrumento romántico de nivel, y ciertamente singular por lo exiguo de su emplazamiento y las soluciones constructivas en él empleadas, como el Cavaillé-Coll de la Basílica de Loiola (1889) hacían atractivo el concierto.
François Espinasse presentó brevemente el programa del concierto, cuyo hilo conductor era la música de organistas de órganos Cavaillé-Coll en iglesias parisinas. Pese a este hilo común, y como veremos, las piezas escogidas dibujaron un programa variado y muy contrastante .
El concierto se abrió con el Coral n° 2 de Cesar Franck (1822-1890), compuesto unos pocos meses antes de su muerte, al igual que los otros dos que completan los Tres Corales. En estos grandes frescos sinfónicos Franck culmina una vida de búsqueda de un lenguaje propio para y desde el órgano romántico. El Coral nº2, tiene como característica inicial el estar basado en un pasacalle. Espinasse expuso el tema de manera tranquila y primando el dibujo de frases largas. Tras este apacible arranque, el desarrollo se volvió mucho más contrastante, incisivo y pasando de una sección a otra sin apenas concesiones ni recrearse en la generosa acústica de la Basílica de Loiola, preparando el tránsito entre secciones ya en los momentos finales. Si bien suele decirse con razón que los Tres corales son el testamento musical de Franck, en esta ocasión no escuchamos un apacible legado sino una declaración de intenciones en la que el legato exquisito transitaba por los hitos de la pieza sin solución de continuidad, pero ofreciendo al mismo tiempo una versión fluida muy adecuada a su posición inicial en el programa hasta llegar al delicado pasaje final encomendado al registro de Voz Humana con trémolo.
Como primera nota de el mencionado contraste, pudimos escuchar seguidamente el Nocturno n°11 para piano de Gabriel Fauré (1845-1924) en transcripción de André Isoir, quien fuera maestro de Espinasse. La pieza, de atmósfera brumosa se movió entre dos planos sonoros de fondos: los del teclado II (Positivo), y los de éste unido al III (Recitativo). Una pieza fluida, en la que las sucesivas olas de sonido remarcaron la sutileza y carácter (en especial de los juegos mordentes) instrumento construido por Cavaillé-Coll.
Así llegamos a la pieza más moderna del programa, la Sonata nº2 compuesta en 2001 por Valéry Aubertin (1970-). Estructurada e dos movimientos, Labyrinthe presenta breves motivos rítmicos, silencios y superposiciones, que en conjunción con la cúpula del santuario propiciaron un interesante efecto sonoro. Las flautas octaviantes de Cavaillé-Coll se enzarzaron en arabescos y estacatos ofreciendo sonoridades prodigiosas mientras paulatinamente aparecían los graves del segundo movimiento, Souterrain. En él una serie de efectos sonoros alimentan la obra de manera no evidente, pero sí efectiva: notas dobles al pedal, largos acordes con movimientos internos, una metamorfosis continua de sonido que parece querer alcanzar su verdadera naturaleza. La incursión del clarinete en su tesitura más grave, quizás fue el pnto culminante, dando paso a la sección final en la que unos clústeres en los tiples fueron desvaneciendo una obra interpretada con mimo y dedicación por Espinasse.
Tan novedosa era la obra de Aubertin como conocida por los aficionados Cortège et Letanie de Marcel Dupré (1886-1971), organista titular del Cavaillé-Coll de Saint-Sulpice durante 37 años. La obra, con forma de díptico, fue compuesta originalmente para un conjunto de once instrumentistas como acompañamiento de un espectáculo escénico, que ha cobrado popularidad tanto en su versión para órgano solo como en la de orquesta y órgano. Se trata de una pieza delicada, pero de gran intensidad que exige al organista una técnica depurada para mantener los fraseos en una escritura densa al tiempo que dirige las dinámicas dentro de una atmósfera de órgano de ciertos tintes propios de los EE.UU, muy colorista y llena de efectos.
Espinasse estuvo a la altura del desafío técnico que supone la pieza con pasajes de doble pedal simultaneando pasajes manuales de gran densidad y figuración, todo dentro de una fluidez que presentaba como fácil una obra de mucha dificultad. Fue una pena que no hubiera un mejor balance en la presentación del tema de la Letanía, encomendada a una bella flauta que quedó ensombrecida por un acompañamiento excesivo por parte de los juegos mordentes del III. En ocasiones los balances se escuchan de manera diferente en la consola y en los bancos, y esta puedo ser la razón. En la misma línea la guinda del pastel guinda hubiera sido una mayor adecuación dinámica al dibujo sonoro, especialmente preparando el crescendo de la parte final en que se superponen los dos temas.
Continuando con el hilo conductor, Louis Vierne (1870-1937) fue organista de otro de los Cavaillé-Coll más famosos, el de Notre-Dame de París. La Romanza de la Sinfonía nº4 es una melodía acompañada de fuerte carácter melancólica. La versión de Espinasse realzó la fuerte expresividad dinámica, sustentado esta atmósfera tanto en los pasajes solistas de oboe en el pedal, como con los fondos del Gran Órgano. Dentro de un ambiente denso y plúmbeo, la música fluyó de manera luminosa y decidida.
Charles Tournemire (1870-1939), fue organista titular en Santa Clotilde entre 1898 y 1939, sucediendo a Gabriel Pierné, que a su vez sustituyó a Cesar Franck, primer titular del instrumento (sí, lo han adivinado: un Cavaillé-Coll). En la obra de Tournemire destaca L’Orgue Mystique, una colección de piezas para órgano solo destinado a suplir de música las 51 domingos o festividades del año litúrgico, estructurado en tres ciclos de Navidad, Pascua y el periodo que sigue a Pentecostés. Cada uno de estos 51 cuadernos ofrece piezas de carácter muy diverso, adecuadas a rol litúrgico (Preludio, Ofertorio, Elevación, Comunión, Salida) pero todas tiene en común la inspiración en los himnos y antífonas gregorianas asociadas a cada una de ellas.
La Paraphrase-Carillon de L’office de L’assomption es un inmenso fresco destinado a cerrar a la misa del 15 de agosto. En ella aparecen tras una brillante introducción en carillón los temas del Salve Regina y del Ave Maris Stella. La obra alterna pasajes virtuosos y de una calma acentuada por los incisos gregorianos. Espinasse condujo de manera admirable toda la pieza, un amplio muestrario de timbres y texturas en la que mantuvo ese delicado equilibrio entre la sorpresa de una pieza cuasi improvisatoria y la cuidada y minuciosa escritura de Tournemire. La pieza fue muy celebrada por el público, que a lo largo del concierto fue dando muestras de que el mismo había sido de su agrado. Llegó la propina, la Mèditation de Maurice Duruflé, (quien fuera organista del Cavaillé-Coll de Saint Etienne du Mont de París). Una delicada pieza con aire de cantilena con la que cerrar el concierto y arrancar numerosos aplausos del numeroso público.