Ana Belén García y Oscar Candendo Foto: Quincena Musical Donostiarra
Grandes liturgias y organistas de París
Pablo Cepeda /
San Sebastián, 05/08/2022. Catedral del Buen Pastor. Ciclo de órgano de Quincena Musical. Ana Belén García (órg.), Oscar Candendo (órg), Easo Abesbatza (dir. Gorka Miranda). Ocupación: lleno.
Había mucha expectación en torno al concierto a dos órganos y coro que proponía el Ciclo de Órgano para la catedral donostiarra (el único por cierto no protagonizado por organistas extranjeros) bajo el título de “Grandes liturgias y organistas de París”. La razón principal, aparte de la conocida calidad de sus protagonistas y el hecho de “jugar” en casa, la hallamos en lo infrecuente de programar un concierto que movilice estos recursos musicales tan poco habituales en el parque organístico de nuestras catedrales. La existencia de órganos de tribuna y de coro en una misma iglesia es algo frecuente en muchas iglesias y catedrales francesas (en París podemos hallar esta configuración en casi todas las principales iglesias: Notre Dame, Saint-Sulpice, Sainte-Clotilde y La Madeleine entre otras). En las Catedrales españolas, si bien existen parejas de instrumentos históricos en el coro central en buen número de ellas (Burgos, Cuenca, Granada, Málaga…), sólo la Catedral del Buen Pastor cuenta con un órgano de tribuna y otro de coro.
Es de destacar el acierto del Ciclo de órgano de Quincena a la hora de sacar partido a este activo singular y de primer nivel. Un aficionado tendría que volar a muchos kilómetros de distancia para poder disfrutar de esta música en sus condiciones naturales.
La velada comenzó con una pieza de Gigout que presentaba los protagonistas instrumentales del concierto: el órgano de tribuna construido por Organería Española S.A. (O.E.S.A.) de 5 teclados y pedal con 105 registros (VP/105) y el de coro con 19 registros y dos teclados y pedal (IIP/19), ambos de 1954, a los mandos respectivos de Óscar Candendo (Organista titular de la parroquia del Buen Pastor) y Ana Belén García (Organista titular de la Basílica de Santa María del Coro), si bien a lo largo del mismo intercambiaron posiciones.
La música se inició a los sones festivos, e incluso marciales del Gran Choeur Dialogué de Eugene Gigout (1844-1925), organista durante 62 años de la iglesia de San Agustín, una de las más destacadas de París. Este coro dialogado está repartido en la partitura de Gigout entre dos planos sonoros: el de una división rica en lengüetería y el órgano tutti (salvo la mencionada división) que le da réplica. Dado que uno de los encantos de la obra está en el diálogo entre “coros”, se suele aprovechar, cuando la ocasión se presenta, para interpretarla con el Gran Órgano de tribuna y el Órgano de Coro, y así fue en el Buen Pastor. Ana Belén García presentó el tema inicial en el órgano de coro, con un sonido netamente neoclásico, claro y con cierto brillo que incluía la única trompeta del instrumento, todo ello desde la consola situada al lado del altar y cuya tubería está en el triforio a la altura del presbiterio, a no menos de unos 15 m de distancia, con la dificultad de cara al retardo que ello conlleva. Candendo dio la réplica con el órgano de tribuna, contundentemente armado, con un sonido masivo en una paleta dominada por la lengüetería. García y Candendo ofrecieron una excelente lectura de la pieza que, sin ser especialmente rítmica, se basa en un tema de carácter punteado, marcando además de manera adecuada las anacrusas que aparecen precediendo algunas entradas de órgano; todo ello sin dejarse embriagar por la riqueza e inercia sonora del momento.
La Misa solemne para coro y dos órganos de Louis Vierne (1870-1937) fue compuesta en 1900 coincidiendo con su nombramiento como organista titular de Notre Dame, y desde entonces está asociado a este espacio mítico, apareciendo frecuentemente en los grandes eventos allí celebrados.
Ya desde el Kyrie inicial tuvimos la sensación de presenciar una gran interpretación, funcionando como un engranaje tanto el Coro Easo como los dos organistas (que repetían posición). En una obra en la que intervienen elementos tan distantes, con un amplio rango dinámico todo encontró su momento y lugar. El Coro Easo con cerca de 70 integrantes mostró un sonido sólido y rotundo dando la réplica al poderoso órgano de tribuna cuando fue necesario en el Kyrie o el Sanctus, y mostrando delicados pasajes a capella en el Benedictus. En definitiva, una bella lectura de un coro muy versado en el repertorio sacro con órgano, si bien por dejar constancia de todo, inicialmente hombres y mujeres del Easo parecieron abordar las primeras frases del Kyrie con diferentes colores e intenciones, algo rápidamente solventado. Los organistas cumplieron con creces su papel: Ana Belén García acompañando con precisión al coro y dando respuesta a las amplias dinámicas que exige el instrumento en toda la obra. Candendo por su parte, en la lejanía de la tribuna, aportó todo el plus de solemnidad de su parte, encajando con precisión los difíciles contratiempos de algunos pasajes, todo ello armado con un enorme aparataje sonoro (algo más que en Gigout inicial), y el posible riesgo que ello conlleva.
Tras estas dos piezas iniciales, imponentes cada una a su manera, llegó la primera pieza en solitario del concierto: El Moderato inicial de la Sinfonía Gótica de Charles-Marie Widor (1844-1937). Se trata de una pieza en ostinato, densa y con una gran densidad de registros de fondos de Pedal, Gran Órgano y Positivo (con tesituras entre los 32′ y los 4′) a los que acompaña el Recitativo con toda su lengüetería. Puestos en antecedentes sobre la obra, la interpretación de Candendo fue un prodigio de fraseo y ligado destilando sonoridades intensas pero muy bien controlados, con una cuidada registración en la que entresacó con juicio y mesura de la amplia paleta del órgano los registros que nos acercaran al ideal sonoro de Widor. Si el sobrenombre de “Gótica” se debe a su estreno en el famoso órgano de Saint-Ouen en Ruan, por momentos el Buen Pastor parecía vibrar como la meca del sinfonismo francés, demostrando Candendo el profundo conocimiento de los recursos de “su” instrumento.
Relevo en el órgano de tribuna, con Ana Belén García interpretando los 2 Corales op. 59 de Marcel Dupré, obra de madurez. En el primero, Freu dich sehr, O meine Seele, afloraron con claridad las mixturas neoclásicas del órgano, que colorean el órgano y en cierta manera sobrevuelan segregadas sobre el resto de los juegos, con el tema del coral expuesto en las lengüetas del pedal. Por contra en Liebster Immanuel, Herzog der Frommen unas flautas etéreas tejieron una atmósfera sutil y contrapuntística en la mano izquierda a la que se sumaba la mano derecha, discreta solista, con notas sencillas y dobles. En ambos corales García transmitió una interpretación elegante y animada.
Continuando con Dupré, llegó el turno de una de sus grandes obras: La Sinfonía Pasión op. 23, de la que Ana Belén García nos ofreció el primer movimiento: Le Monde dans l’attente du Sauveur, una música agitada en la que las olas de sonido martillean sin cesar y que no es fácil mantener a flote sin caer en la caricatura. La organista, mostró dominio y contención en una interpretación viva y animada que nos ofreció bellos timbres del oboe y una final en el que se reveló el tamaño mastodóntico del instrumento. Se da la circunstancia de que fue con esta obra con la que García participó en el concierto homenaje a José Manuel Azkue que ofrecieron 20 organistas en el órgano del Buen Pastor en la quincena de 2009.
Recta final del concierto en la que continuamos con música de Dupré, en este caso sus 4 motetes op.9. En el O salutaris inicial destacaron las cálidas líneas declamadas por la cuerda de tenores con un bello acompañamiento, que mostró la elasticidad tímbrica y dinámica del órgano de coro a los mandos de Candendo.
En el segundo, Ave Maria, la soprano Ainhoa López de Munain mostró control en la emisión, llenando la catedral sin esfuerzo en una emotiva versión secundada por Ana Belén García en el órgano de tribuna. Los cromatismos descendentes de la introducción del Tantum Ergo, tan majestuosa como oscura nos conectaron de nuevo con la atmósfera de la Misa Solemne de Vierne, nuevamente a dos órganos, pero con la sensación de estar escuchando un único instrumento que desplegaba sus medios, timbres y espacialidad según las necesidades. Los acordes triunfales del Laudate Dominum, con cierto aire Guridiano, sentaron las bases del espíritu triunfal del final, apoteósico tanto para los órganos como para el coro.
Una gran velada, cerca de 80 minutos de música con una catedral completamente llena desde minutos antes de la hora oficial, hecho que dejó unas cuantas decenas de personas sin poder entrar y disfrutar de un concierto memorable.