Frescura convincente
23 de diciembre de 2022. Euskalduna Jauregia. Ricardo Mollá: “Finis terrai”, Concierto para trompeta, trombón y orquesta. Franco Cesarini: Sinfonía nº 3 para banda Op. 55 “Urban Landscapes”. Francisco Asenjo Barbieri: Sinfonía sobre motivos de zarzuela. Banda Municipal de Bilbao. Esteban Batallán, trompeta. Alberto Urretxo, trombón. Bilbao Orkestra Sinfonikoa. José Rafael Pascual Vilaplana, director. Aforo: 2.164 personas. Ocupación: tres cuartos.
JOSEBA LOPEZORTEGA
El último programa del año de la temporada de la Bilbao Orkestra Sinfonikoa poseía distintos alicientes que, más allá de la etiqueta “concierto de Navidad” elegida oportunamente por la BOS, lo hacían especialmente interesante. Se estrenaba una obra de Ricardo Mollá para trompeta, trombón y orquesta; iban a tocar sucesivamente la BOS, la Banda Municipal de Bilbao y, finalmente, juntas estas dos principales formaciones de la capital vizcaína; visitaba la temporada para el estreno Esteban Batallán, trompeta solista de la Chicago Symphony Orchestra, junto a quien tocaba Alberto Urretxo, solista de la propia Sinfónica de Bilbao. Estos eran los mimbres, a los que se unieron un público que acudió en buen número a la sala y que se mostró receptivo y cálido y un maestro respetado y querido en la plaza, Pascual Vilaplana.
Dividida en tres movimientos, la obra de Mollà es directa y desenfadada, llena de dinamismo y de una gran energía, una música que antepone el sonido y su belleza al posicionamiento conceptual. Finis terrai es un periplo vital, una experiencia, la culminación en tres movimientos de una andadura. Mollá, un conocedor profundo del mundo del metal, obliga a trompetista y trombonista a un trabajo continuado y virtuosista, en el que son dueños pares de sus voces y al mismo tiempo deudores de un diálogo y una complicidad intensa e insoslayable. Escuchar y ver a Batallán y Urretxo fue un verdadero placer, pues son músicos que no especulan y supieron lucir. Creo que para Mollà tuvo que ser algo parecido a un estreno soñado, por la calidad de los concertistas y porque la Sinfónica de Bilbao también caminaba y dialogaba con ellos, desvelando un mundo de múltiples imágenes, una música con un fuerte componente visual.
Batallán y Urretxo no dieron propina y merece la pena destacar su decisión, porque no la dieron para no restar protagonismo al estreno. Unos pasos más allá, su decisión reenfoca el valor y la oportunidad de una propina, en tiempos en los que no pocas veces instrumentistas nada sobresalientes se precipitan a regalarlas incluso tras ovaciones meramente tibias y corteses, devaluando el valor de la propina.
La BOS abandonó el escenario para dar paso a la interpretación por la Banda Municipal de Bilbao de la obra de Franco Cesarini. Acostumbrada al escenario del Euskalduna, que acoge buena parte de sus conciertos, la Banda tenía ante sí un público diferente al habitual, formado en gran medida por abonados y abonadas de la temporada sinfónica. Los aplausos dieron fe de la buena recepción otorgada a la Banda. Una feliz idea, esta de propiciar convergencias partiendo del músculo musical de una Bilbao que, pese a no ser muy grande, no siempre está suficientemente conectada ni es lo suficientemente porosa.
No conocía la obra de Barbieri que cerraba esta preciosa celebración musical. Bella, breve y de impresionante escritura, la Sinfonía se ajustaba al programa y a la presencia conjunta de las dos orquestas como el zapato de cristal al pie de su mágica propietaria, sellando una tarde musical atractiva, fresca y convincente. El Maestro Pascual Vilaplana, muy implicado en la vida musical de la ciudad, hizo un trabajo fantástico en todo el programa, pero ya en Barbieri pareció crecer sobre el podio, manejando a la perfección un gran aparato orquestal en un repertorio que conoce y cuida con exquisitez por su frecuente trabajo con la Banda de Bilbao, de la que es titular, y con otras formaciones.