Tosca: El poder de lo pequeño
Bilbao, 18/02/2023. Euskalduna Jauregia. 71 Temporada de ABAO Bilbao Opera.
Tosca, opera lirica de Giacomo Puccini. Libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica sobre La Tosca de Victorien Sardou. Estreno: Teatro Costanzi de Roma, 1900.
Floria Tosca – Oksana Dyka; Mario Cavaradossi – Roberto Aronica; Barón Scarpia – Gabriele Viviani; Cessare Angelotti – Alejandro López; Sacristán – Fernando Latorre; Spoletta – Moisés Marís; Sciarrone – José Manuel Díaz; Un carcelero – Gexan Etxabe; Un pastor – Helena Orcoyen; Bilbao Orkestra Sinfonikoa; Coro de Ópera de Bilbao; Dirección C.O.B. – Boris Dujin; Leioa Kantika Korala; Dirección Leioa Kantika Korala – Basilio Astulez; Dirección musical – Pedro Halffter; Dirección de escena – Mario Pontiggia; Asistente de dirección de escena – Angelica Dettori; Escenografía y vestuario – Francesco Zito; Asistente de escenografía – Antonella Conte; Asistente de vestuario – Stefano Nicolao; Iluminación – Bruno Ciulli; Maestros repetidores – Itziar Barredo e Iñaki Belasco; Producción – Teatro Massimo di Palermo.
Nora Franco Madariaga /
Creo que ya no sorprendo a nadie si confieso que Tosca es una de mis óperas favoritas. Imposible decidirse por una sola, por aquello de darle el premio gordo, la medalla de oro, a una sola de ellas, pero sí que puedo decir que la sitúo entre un pequeño ramillete de elegidas. Son muchos los motivos –y ninguno, al mismo tiempo–. Es una cuestión de gustos, de preferencias, y son difícilmente justificables, pero es innegable que la música es maravillosa, que las arias son delicadísimas y tremendamente emotivas, que la historia es un dramón de los de necesitar kleenex y que los personajes son de verdad, complejos, con trasfondo. Vamos, que me encanta Tosca –aunque eso no le obligue a nadie a estar de acuerdo conmigo–.
Y, claro, cuando a uno le gusta mucho algo, repite. Una y otra vez. Así que, efectivamente, he visto Tosca en muuuuuuchas ocasiones –con la u muy larga–. Unas mejores, otras peores, algunas seguro que las he olvidado y otras quedarán en mi recuerdo de por vida. Y eso, como casi todo en esta vida, tiene su lado bueno y su lado malo. Lo bueno es que te la sabes de memoria y, si la producción es buena, anticipas con emoción ciertos pasajes arrebatados, casi canturreas las arias –no lo haces por respeto, no por falta de ganas– y sabes que se te va a escapar el lagrimón en cuanto suenen ciertos acordes. Lo malo es que te la sabes de memoria y, como la producción no sea buena, anticipas con temor ciertos pasajes complicados, casi canturreas las arias –no lo haces por el qué dirán, no por falta de ganas– y sabes que se te van a poner los pelos como escarpias en cuanto suene cierto agudo… Así que una se planta delante de cada nueva Tosca con una mezcla de ilusión y escepticismo, sabiendo que es muy complicado superar lo ya vivido, pero admitiendo que, cuando se trata de Tosca, se disculpa –casi– todo.
De modo que empezaré por reconocer que disfruté, y mucho, con la Tosca que presentó ABAO Bilbao Opera el pasado sábado –como no podía ser de otra manera–, pero que, como aquí no se trata de ser ni puntilloso ni condescendiente, trataré de ser, como cada vez, lo más minuciosa y objetiva posible.
Empezaremos por la versión que presentó el director musical Pedro Halffter, muy estudiada, analizada y (pre)meditada –intelectual, he dicho en algún otro sitio–, adecuada en estilo, coherente y ajustada en tempi, buscando la continuidad y la dirección del discurso musical sin abandonar por ello el disfrute melódico y las necesidades de los cantantes. Con una atención minuciosa a cada Leitmotiv, Halffter se zambulló en la riqueza orquestal de Puccini, propiciando una profundidad de planos sonoros y una musicalidad muy fluida pero controlada. Junto a él, la Bilbao Orkestra Sinfonikoa demostró –una vez más– que su desempeño el foso es inmejorable, con una solidez, una flexibilidad, una riqueza tímbrica, una trama de texturas y un empaque dignos de elogio.
Sobre el escenario –lleno también de viejos conocidos de ABAO–, hay que destacar la fantástica e inestimable labor de todos los comprimarios. Helena Orcoyen interpretó el personaje interno de pastorcillo con sencillez –como requiere el papel– pero con una voz que ha evolucionado desde la última vez, con más cuerpo y menos vibrato, más estable y dulce. Gexan Etxabe, por el contrario, cantó con voz oscura, casi cavernosa, dando realismo a su papel de carcelero. Alejandro López como Angelotti también hizo gala de voz oscura, pero mucho más lírica y con más color y soltura. En el rol de Spoletta, Moisés Marín se mostró cómodo, con una voz brillante y adelantada, bien colocada en máscara, llamando la atención su frescura escénica. José Manuel Díaz también estuvo acertado en el rol de Sciarrone, con un timbre seguro y presencia, pero, después de haber visto la calidad y el desparpajo de su Gugielmo del pasado Così fan tutte en Opera Berri, este tipo de papeles menores se le quedan un poco pequeños. Algo similar pasó también con el bajo Fernando Latorre, un habitual en esto de los partiquinos, en los que hace una fantástica labor, pero en los que apenas puede hilar un par de frase seguidas; y, sin embargo, en este papel como sacristán, tiene la oportunidad de lucir una voz bien timbrada, de fraseo elegante y color cálido, además de una buena interpretación, que dejan en evidencia que tenemos cantantes de muy buen nivel que deberíamos estar aprovechando, si no más, al menos sí mejor.
El Coro de Ópera de Bilbao estuvo muy acertado y bien empastado y, aunque solo lo pudiéramos ver en el “Te Deum” del final del primer acto, la intervención verdaderamente destacable fue el interno del comienzo del segundo acto, complicada, potente y muy ajustada. En cuanto a Leioa Kantika Korala, se agradeció que quienes corretearan por la escena –con irreprochable naturalidad y profesionalidad a partes iguales– fueran los más jóvenes de la formación, aportando ese color tan especial de las voces infantiles.
El trío protagonista fue quien más irregularidades mostró, principalmente el tenor Roberto Aronica como Mario Cavaradossi. Comenzó la representación con notables inseguridades vocales pero, aunque enfrentarse de buenas a primeras con la cavatina “Recondita armonia” no sea precisamente fácil, sorprendió más la incongruencia de su canto –demasiado fuerte y demasiado forzado, pero con detalles de dominio técnico y elegancia como el diminuendo final del aria– que la voz fría o la dificultad musical. Una vez salvado este primer escollo, se le notó aliviado y algo más relajado, emitiendo con más blandura. Y, aunque mantuvo un canto excesivamente empujado que no le favoreció, realizó el resto de la función con brillo y oficio. La verdadera prueba de fuego llegó con la esperada “E lucevan le stelle” del tercer acto que, aunque cantada con gusto y sentimiento, sonó más dura, y sobria de lo esperado, sin esas sutilezas a las que Aronica nos tiene acostumbrados.
En claro contraste, el barítono italiano Gabriele Viviani como barón Scarpia cantó con una voz de aterciopelados tintes oscuros que, con su fraseo elegante, su dicción esmerada, su cuidada gama dinámica y sus numerosos recursos tanto vocales como teatrales, le granjeó merecidísimos aplausos. Sin embargo, presentó un Scarpia malvado, sí, pero vulgar y bruto, un malo barriobajero, y no un malo sofisticado, cínico, astuto y ladino, faltándole un poco más de calado psicológico y tridimensional, que hubiese enriquecido notablemente su interpretación y, sobre todo, su interacción con el resto de personajes de la obra.
En la misma línea, la soprano ucraniana Oksana Dyka cantó con maestría y lirismo, con ese peculiar timbre ácido tan característico de su voz central, pero con comodidad en ambos extremos del registro, con graves corpóreos y livianos agudos, a los que no les faltó potencia. Atractiva y refinada, su interpretación fue intensa, expresiva y (co)medidamente dramática, sin claudicar ante los excesos del verismo, pero tal vez un poco fría, demasiado distante, sin ese punto de entrega, pasión y arrojo que confieren a Tosca ese carácter tan propio.
Pero el verdadero punto fuerte de la producción llegó a cargo de la asombrosa y monumental escenografía de Francesco Zito, de gran realismo, profusión de detalles y mimada elegancia –a la que contribuyó enormemente la impecable iluminación de Bruno Ciulli–, siguiendo al dedillo las localizaciones indicadas en el libreto –Chiesa de Sant’Andrea della Valle, Palazzo Farnese y Castello de Sant’Angelo– y con exquisito rigor histórico. Aprovechando la amplitud del escenario, la espectacular escenografía permitió una dirección escénica de Mario Pontiggia altamente funcional, que favoreció el flujo de movimientos –sobre todo en momentos como el multitudinario “Te Deum“– de forma estética y muy visual, dando realce a un conjunto que, si bien no estuvo todo lo equilibrado que hubiera sido deseable, puso de manifiesto cómo la aportación y el trabajo de los papeles menores, el poder de lo pequeño, puede sostener una obra de la envergadura de Tosca.