Oedipus Rex: Soplar y sorber…
San Sebastián, 24/08/2023. Auditorio Kursaal. 84 Quincena Musical de San Sebastián.
Obertura Fantasía “Hamlet” op.67 de P.I. Tchaikovsky; Oedipus Rex, ópera-oratorio en dos actos de Igor Stravinsky. Libreto de Jean Cocteau basado en la tragedia griega Edipo Rey de Sófocles. Estreno: Théâtre Sarah Bernhardt de París, 1927.
Edipo – Peter Marsh; Yocasta – Claudia Mahnke; Tiresias – Michael Petrenko; Creón – Fernando Latorre; Mensajero – Damián del Castillo; Pastor – Aitor Garitano; Narradora – Irène Jacob; Bilbao Orkestra Sinfonikoa; Easo Abesbatza; Dirección coro– Gorka Miranda; Dirección musical – Erik Nielsen; Dirección de escena y titiriteros– Santi Arnal y Anna Fernández; Marionetas y escenografía – Gouda Korsakaitė y Deimantė Krutulitė; Documentación – David Cortés; Bailarines – Pau Arnal, Alba Cerdeiriña y Berta Martí; Iluminación – Noxferad std.; Producción – Per Poc y Quincena Musical.
Nora Franco Madariaga/
Dice el refrán que soplar y sorber, no puede ser. Programar una ópera y no invertir mucho presupuesto, es un claro ejemplo de cuándo aplicar este dicho. Pero Quincena, firme a no dar marcha atrás en su compromiso con la ópera, presentaba para esta edición un título muy poco habitual –tanto que ni el propio autor se atrevió a llamarlo ópera–: una obra de Stravinsky con libreto en francés de Jean Cocteau, traducida al latín por el abad Jean Daniélou, basado en la tragedia griega de Sófocles sobre Edipo de Tebas.
Para una ciudad con una escueta –casi testimonial– temporada de ópera, el título que ofrece Quincena es recibido siempre como agua de mayo. Ahora bien, una ópera-oratorio –sea eso lo que sea– de Stranvinsky, desde luego no es lo que el clásico público donostiarra estaba esperando. Los disgustos se sucedieron cuando, además, anunciaron un único día de representación en lugar de los dos habituales para la ópera –¿inseguridad con el título y la acogida del público, o sólo una cuestión presupuestaria?– y una propuesta semiescenificada encargada a la compañía de marionetas Per Poc. Decisiones comprometidas no exentas de cierto riesgo que despertaron, a priori, al menos cierto murmullo de desaprobación entre no pocas voces. Sin embargo, de vez en cuando los astros se alinean y hasta las decisiones más cuestionables terminan saliendo bien.
La velada comenzó con la Obertura Fantasía “Hamlet” de Tchaikovsky, una obra muy bien escogida por algunas similitudes temáticas con la historia de Edipo y también por ser uno de los precursores de la escuela rusa, de la que tanto bebió Stravinsky en sus inicios. Esta obra de Tchaikovsky, aunque no esté pensada para ser tocada desde el foso, funcionó muy bien, ya que tiene un importante componente dramático y además sirvió para escuchar a la BOS sin más distracciones, con un sonido poderoso, brillante, con un gran color en las cuerdas graves, perfecto empaste en las maderas y metales redondos y presentes. Un buen aperitivo para lo que vendría a continuación, ya que el principio de Oedipus Rex se engarzó con el final de la obertura, como si una no fuera sino la evolución natural de la otra.
La música de Stravinsky, pese a su denso y complejo estilo, fue mucho más susceptible a una escucha cómoda de lo que cabría esperar. Madura y lúcida, respondiendo a un complejo estilo neoclásico de intención antirromántica y antiexpresionista que busca crear un desapego del oyente, funcionó extraordinariamente en conjunción con la propuesta escénica de la Compañía Per Poc, hierática, distante y casi museística. Con una acertadísima iluminación de Noxferad std. y muy pocos elementos –apenas unas máscaras y unos fragmentos escultóricos, que, por qué no decirlo, tampoco todos eran necesarios–, consiguieron una ambientación de teatro clásico muy coherente y acorde tanto con la temática como con la música. El teatro de sombras también añadió una capa más a la dramatización, tal vez innecesaria pero muy visual y contextualizadora.
Otro elemento diferenciador de esta ópera fue la participación de la actriz Irène Jacob como narradora, un papel que trata de mediar entre el público y las figuras escénicas explicando lo que va a suceder en una lengua más cercana a la del oyente –en este caso el francés original de Cocteau–. La actriz, de gran presencia escénica y perfecta declamación, se integró con el concepto dramático impecablemente.
En cuanto al elenco vocal, el tenor Aitor Garitano como Pastor manejó su intervención con soltura, expresiva línea de canto, voz clara y un registro amplio, bien gestionado en ambos extremos. El barítono Damián del Castillo en el papel de Mensajero cantó con firmeza y amplitud vocal, con un color de interesantes matices, y buena expresión teatral. El también barítono Fernando Latorre, interpretando a Canio, cantó con voz más meliflua, de elegante color oscuro, buena dicción y fabuloso control del aire. Con poco volumen en el extremo grave, mostró, sin embargo, una voz con amplio registro y dinámicas resueltas. El papel del ciego profeta Tiresias recayó en el bajo Michael Petrenko, a quien escuchamos hace apenas unos días en la octava sinfonía de Mahler. Mucho más cómodo en el papel que en aquella ocasión, lució un registro agudo fabuloso, claro, cómodo y con holgura, que, sin embargo, no se correspondió con la zona más grave, con sonidos poco timbrados, áfonos, no suficientemente bien emitidos, que camufló inteligentemente con una buena interpretación.
La mezzosoprano Claudia Mahnke puso voz a Yocasta con un canto vehemente y bien modulado. Con voz de color claro y agudo asopranado, no tuvo miedo en utilizar el registro de pecho para los graves, bien coloreado, aportando mucho interés tanto a su canto como a su dramatización del personaje. El tenor estadounidense Peter Marsh asumió el papel principal de Edipo con voz bien timbrada, con mucha punta, que comenzó con excesiva dureza pero que se fue acomodando y volviendo más expresiva a lo largo de la obra. A pesar de pasajes que recordaban en cierto modo a la salmodia ortodoxa, consiguió sostener una muy meritoria línea, tanto de canto como dramática, a pesar de que la escritura de sus arias fuese distante y poco expresiva.
Sin embargo, quien consiguió los momentos más intensos vocalmente fue el coro masculino Easo Abesbatza, con buen sonido –pese a que el empaste fuera mejorable en algunos pasajes–, minuciosidad y buena gestión de dinámicas, incluso en las páginas de difícil polifonía. Su estática posición de coro griego nunca había estado tan justificada y bien traída como en esta puesta en escena de Per Poc.
Musicalmente, esta densa obra ofreció gran interés, muy bien equilibrada y conducida por el director musical, Erik Nielsen, que supo mantener la tensión dramática hasta el final. La BOS realizó un gran trabajo, con un sonido contenido y sereno, al que aportó dramatismo la percusión, situada en una especie de voladizo sobre el foso y a la derecha del escenario, lo mismo que piano y arpa, en el lado izquierdo, sostuvieron cada intervención del coro.
Dice el refrán que soplar y sorber, no puede ser; pero Quincena domina la técnica de la respiración circular.