ABAO: Cautivadora Bohème
Bilbao, 18/05/2024. Euskalduna Jauregia. 72 Temporada de ABAO Bilbao Opera.
La Bohème, ópera en cuatro actos de Giacomo Puccini. Libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica sobre la novela Scènes de la vie de bohème de Henri Murger. Estreno: Teatro Regio de Turín, 1896.
Mimì – Miren Urbieta-Vega; Rodolfo – Celso Albelo; Marcello – Manel Esteve; Musetta – Marina Monzó; Schaunard – José Manuel Díaz; Colline – David Lagares; Benoît/Alcindoro – Fernando Latorre; Parpignol – Aitor Garitano; Bilbao Orkestra Sinfonikoa; Coro de Ópera de Bilbao; Dirección C.O.B. – Boris Dujin; Leioa Kantika Korala; Dirección Leioa Kantika Korala – Basilio Astúlez; Dirección musical – Pedro Halffter; Asistente de dirección musical y Dirección de banda interna – Pedro Bartolomé; Dirección de escena – Leo Nucci; Dirección de escena de la reposición – Salvo Piro; Escenografía – Carlo Centolavigna; Asistente de escenografía – Francesca Nieddu; Vestuario – Artemio Cabassi; Asistente de vestuario – Monica Nostalgi; Iluminación – Claudio Schmid; Maestros repetidores – Itziar Barredo e Iñaki Belasco; Producción – Teatro Comunale di Modena, Fondazione Teatro di Piacenza.
Nora Franco Madariaga/
Hace unos días, conversábamos animadamente Joseba Lopezortega y yo en el programa de radio de Klassikbidea –programa que, si no lo han escuchado o lo quieren volver a escuchar, pueden encontrarlo en la página web o en este enlace– sobre La bohème, una ópera maravillosa que se encuentra entre las más representadas no sólo en la historia de ABAO sino a nivel mundial; y ambos coincidíamos en que, sin importar cuántas veces se haya visto, La bohème tiene la gran virtud de ofrecer en cada escucha una nueva experiencia, dependiendo del enfoque que le impriman tanto directores como cantantes. Y es que es una ópera tan bien escrita –tanto musical como literariamente–, hay tanto trasfondo y tanta verdad detrás de cada personaje que, según quién lo aborde, nos puede ofrecer un perfil muy distinto. La narrativa no cambia, obviamente, y creo que no hago ningún spoiler si les adelanto que acaba mal, pero cada Rodolfo, cada Mimì, cada Musetta… afrontan con distinto carácter la historia que sucede en esa sempiterna buhardilla. Hemos visto algunas Mimìs delicadas como pajarillos, otras píamente resignadas y alguna incluso enfocada en el carpe diem; hemos escuchado Rodolfos que no quieren enfrentar la realidad y otros que la viven con pasión desbordada; Musetta en ocasiones es una impenitente convencida, otras veces es una pobre víctima de la sociedad y, generalmente, no es más que una joven llena de contradicciones; y Marcello lo mismo estalla de celos que se los guarda para sí. ¡Qué enorme belleza encierra una ópera que permite tantas y tantas lecturas!
Ahora bien, son incontables las versiones que se han hecho ya de esta ópera e intentar aportar algo distintivamente nuevo a una obra tan conocida es complicado y muchos se debaten entre aferrarse a una interpretación más clásica y conservadora –aunque puede que también más plana– o arriesgarse con una visión más personal.
Pedro Halffter, director musical de este título que cierra la temporada de ABAO Bilbao Opera, optó por jugar sus mejores bazas presentando una lectura mucho más estudiada, elaborada y metódica que la que mostró en 2018 en el mismo escenario, lo que dotó a la obra de una coherencia estructural que no tuvo la vez anterior y mayor riqueza musical, que la Bilbao Orkestra Sinfonikoa supo materializar con maestría, aunque de forma más discreta que en otras ocasiones; en cambio, esta misma minuciosidad sumó un peso innecesario a la parte orquestal, provocando cierto desequilibrio entre foso y escena que a Halffter le costó casi un acto entero encauzar –sin llegar a resolverlo del todo–. Además, fiel a su personal versión de la obra, el director madrileño escogió de nuevo tiempos demasiado lentos que encorsetaron en exceso ciertos pasajes, perdiendo fluidez y naturalidad y lastrando el resultado.
La mencionada falta de balance del primer acto opacó un tanto la presentación de los bohemios, más preocupados de la proyección de la voz y del ajuste del tempo que de la comicidad de la escena, aunque supieron sobreponerse con un buen desempeño que, aun así, mejoró notablemente una vez superados los hándicaps iniciales. El barítono José Manuel Díaz interpretó a Schaunard con soltura, voz cómoda y fraseo elegante, siempre atento a la acción y articulando el eje interpretativo de toda la escena inicial. El bajo David Lagares pudo lucir, además de un logrado aspecto bohemio, su voz oscura y sedosa en la emotiva aria del último acto “Vecchia zimarra senti”. Muy bien también Fernando Latorre en su doble papel de casero Benoît y viejo pisaverde Alcindoro, dando a cada personaje un temperamento distinto, sin perjudicar por ello el canto franco y distinguido que le caracteriza.
El barítono barcelonés Manel Esteve defendió con éxito el complicado rol de Marcello, papel que lleva gran parte del peso de la obra, tanto musical como teatralmente, pero sin momentos de lucimiento vocal en solitario, más allá de sus hermosos dúos con Mimì y Rodolfo; el catalán aportó una voz redonda, amplia, homogénea y de cálido color, aunque pagó la factura de este eterno segundo plano con una interpretación un poco fría. Por su parte, el Rodolfo del tenor canario Celso Albelo en su debut en España de este papel pucciniano, se escuchó con una voz generosa, muy timbrada –aunque sin perder su característica resonancia nasal– y de agudo fácil y vibrante, dando vida a un amante más contenido que en otras versiones, pero no por ello menos emocionante.
Pero quienes sin duda destacaron fueron ambas intérpretes femeninas. La soprano valenciana Marina Monzó cantó con seguridad y estilo, con voz ligera y dulce, el papel de Musetta, del que destacó un exquisito y melancólico “Quando m’en vo”. Cierra el elenco la soprano donostiarra Miren Urbieta-Vega, que, más que dibujar, esculpió una Mimì inocente y candorosa, sí, pero sobria, fuerte y serena, lejos de esa imagen frágil tan habitual; su canto, cómodo, rico en matices, con graves pulposos que fluían con naturalidad y sin obstáculos hasta un registro agudo sin aristas, consiguió conmover sin aspavientos ni estridencias.
La dirección escénica de Leo Nucci –repuesta aquí por Salvo Piro–, con escenografía de Carlo Centolavigna, ofreció la versión más clásica posible, aunque ciertamente impecable. Los cuadros pásticos para los momentos de diálogo interno, tan habituales en otra época, dejaron un claro sabor a “vieja escuela”, demostrando que sigue funcionando a las mil maravillas, igual que la típicamente colorida y abigarrada escena del café Momus –por cierto, bien el Coro de Ópera de Bilbao y los niños y niñas de Leioa Kantika Korala, así como Aitor Garitano como Parpignol–.
Como sucede con los personajes, la querida buhardilla parisina cambiará su aspecto: tendrá unas veces la puerta a la derecha y otras a la izquierda, la cama en el centro o tal vez en un apartado, una estufa de leña o una chimenea de piedra… pero da igual cuántas buhardillas bohemias haya visitado ya el oyente: siempre quedará cautivado por ella como si fuera la primera vez.