Donostia-San Sebastián, 85ª Quincena Musical. Auditorio Kursaal. Aforo: 1806. 17/08/2024. Prokofiev: Obertura sobre temas hebreos. Bartok: Concierto para violín nº 2. P.I. Dvorak: Sinfonía número 7. Patricia Kopatchinskaja, violín. Budapest Festival Orchestra. Ivan Fischer, director. Ocupación: tres cuartos. 27/08/2024. Chaikovski: Sinfonía número 5. Maurice Ravel: Daphnis et Chloé, suites números 1 y 2. Orchestra Filarmonica della Scala de Milán. Riccardo Chailly, director. Ocupación: lleno. 30/08/2024. Debussy: Preludio a la siesta de un fauno. Édouard Lalo: Concierto para violonchelo y orquesta en re menor. Ravel: Shéhérazade, ouverture de Féerie. Stravinsky El pájaro de fuego. Sol Gabetta, violonchelo. Orchestre Philharmonique de Radio France. Mikko Franck, director. Ocupación: tres cuartos.
Dos tardes musicales extraordinarias y una tercera a la sombra de ambas. Creo que ese podría ser el resumen de los tres conciertos de Quincena Musical en Kursaal objeto de esta reseña. El computo de las tres citas es, desde luego, extraordinario, y probablemente sirve para calificar una edición de Quincena de un nivel más alto que el de las buenas ediciones anteriores. Esta era el decir, feliz decir, en el concierto de clausura, precisamente el menos interesante de los reseñados. Comencemos por él.
Cuatro obras, cuatro, en el largo programa de una orquesta y un maestro que llegaban precedidos de una buena aureola. Pero Radio France no demostró estar a la altura de las grandes orquestas francesas, y Milo Franck no justificó las expectativas. El Preludio a la siesta de un fauno, una obra trillada para cualquier orquesta francesa, no pasó ni un milímetro más allá de la mera corrección y del esperable buen hacer de la flauta solista de la formación. Sin interés. Tampoco lo tiene el Concierto de Lalo, cuya escasa presencia en los programas resulta lógica y es elocuente, dada la escasez de repertorio con orquesta para este instrumento. No se toca porque no es un buen concierto. Gabetta, pese a una gran maestría técnica y una incondicional entrega, enseñó un sonido pequeño, sin fuerza, en un auditorio de una acústica irreprochable como Kursaal; mejor no pensar qué hubiera sido en otros espacios menos considerados con los intérpretes. Quedó claro que la mejor Gabetta se disfruta en cámara.
Tampoco el resto del programa elevó el vuelo. La obertura de Ravel es menor, y El pájaro, extraordinario y casi tan francés como el resto del programa, fue un Pájaro más; bueno, claro, pero corriente. Volviendo al maestro finlandés, por alguna razón dirigía tanto sentado en una silla baja como en pie, algo francamente molesto cuyo feísmo redundaba en una dirección no especialmente bella, ni intensa, ni dotada.
Dos programas excelentes
Pocos días antes, Riccardo Chailly había deslumbrado al frente de la Filarmónica de La Scala. Maestro y orquesta eran un único organismo, un poderoso animal sonoro, una herrería y a la vez el mineral fundido que nace a la forma y la belleza. Chailly es un gran artífice, poderoso y en cierto sentido simple, pues la música parece brotar de él de una forma desnuda y natural, como se pasea o se respira, haciendo de la orquesta una prolongación de su portentosa naturaleza musical. Hizo un programa a la inversa, primero la Quinta de Chaikovski con su coda, tan apoteósica, y después las suites de Daphnis et Chloé, bellas y sutiles, llenas de matices y sensualidad. Impresionante cómo Chailly mostró este contraste sin perder la cohesión del programa. En sus manos, ambas obras parecían emerger de una fuente común de expresividad, aunque sus lenguajes fueran tan diferentes. El auditorio, con lleno de no hay billetes, aclamó a orquesta y maestro. Es de justicia apuntar que La Scala mostró un gran momento, ayudada quizá por la capacidad del Maestro Chailly para que cada sonido de cada instrumento se escuchara de una manera admirable.
Con un estilo marcadamente diferente, Ivan Fischer había regresado al verano donostiarra unos días antes. Fischer no defrauda, la orquesta del Festival de Budapest tampoco. Las participaciones frecuentes de esta dupla en San Sebastián están permitiendo que el público de Quincena disfrute de la construcción de un magnífico discurso musical, jalonado a lo largo de los años por interpretaciones memorables de Brahms, Mahler, Kodaly (aquellas Danzas de Galanta) y otros. Dvorak puede sumarse a esta lista con una Séptima que, en sus manos, retrata la desorbitada tiranía que ejerce la Novena sobre la calidad de otras sinfonías del checo. La Séptima, la primera entre ellas.
El Concierto número 2 de Bartok fue también extraordinario, una de esas interpretaciones que llevan a pensar en lo improbable de volver a escuchar una obra en directo con semejante calidad -esto basta para poner Quincena en los altares-. Qué gran violinista Patricia Kopatchinskaja, qué derroche de virtuosismo, sonido y transferencia. Musicalidad sin reservas para ofrecer un Bartok lleno de temperamento, fuertemente enraizado en el folclor húngaro y dotado también de una modernidad ajena a fronteras. Una experiencia.
No quiero terminar esta reseña sin mencionar la profesionalidad y el buen trato que Quincena tiene siempre con quienes disfrutamos del privilegio de disfrutar de sus programas como críticos. Lo agradezco sinceramente, tanto personalmente como -me permito hacerlo- en nombre de los medios con los que me honro en colaborar.