Bilbao, sábado 19 de octubre de 2024. Palacio Euskalduna. Don Pasquale, ópera bufa en tres actos con música de Gaetano Donizetti (1797-1848) y libreto del propio Donizetti y de Giovanni Ruffini, basado en el de Angelo Anelli Ser Marcantonio para Stefano Pavesi (1810). Estrenada el 3 de enero de 1843 en el Théâtre-Italien de Paris. Don Pasquale, Simón Orfila. Norina, María José Moreno. Ernesto, Francesco Demuro. Dottor Malatesta, Damián del Castillo. Un Notario. Pedro Mari Sánchez. Euskadiko Orkestra. Dirección musical, Sesto Quatrini. Asistente del director musical, Lara Diloy. Coro de Ópera de Bilbao. Director del coro, Boris Dujin. Dirección de escena, Emiliano Suárez. Asistente del director de escena, Iñigo Santacana. Escenografía, Alfons Flores. Vestuario, Carola Baleztena. Iluminación, David Picazo. Maestros repetidores, Itziar Barredo e Iñaki Velasco. Producción, ABAO Bilbao Opera y Okapi Producciones. 73ª Temporada de ABAO Bilbao Opera
JUAN CARLOS MURILLO
Arranca la 73ª temporada de la ABAO con el estreno de una nueva producción de la ópera Don Pasquale de Gaetano Donizetti, bajo la dirección escénica de Emiliano Suárez, en la que destacaron Simón Orfila y María José Moreno.
El libreto se articula en torno a la figura de Don Pasquale, un viejo rico y avaro que ha decidido contraer matrimonio y buscar un heredero ante el empeño de su sobrino Ernesto en casarse con Norina, una joven viuda, en lugar de aceptar un matrimonio por interés acordado por su tío. A partir de ahí comienza un disparatado embrollo, mezcla de comicidad y patetismo, tras el que el protagonista acabará aceptando los sentimientos de su sobrino, no sin antes ser víctima de una conspiración que estará a punto de volverlo loco.
La ópera original no es sólo una historia cómica sobre el comportamiento del rico protagonista, es también una crítica de algunas costumbres habituales y toleradas en el momento de su estreno, tales como los matrimonios pactados o el sometimiento de las mujeres a usos y normas sobre los que no tenían ninguna capacidad de decisión.
Donizetti se muestra fiel a la tradición de la ópera bufa, a su origen en la commedia dell’arte y a su crítica de los vicios y de los arquetipos sociales (Pantaleone, el viejo avaro, y el Dottore, el viejo verde, de la escuela veneciana, junto con Lelio, el joven enamorado, o la joven Rosaura, a su vez, elementos comunes en escuelas como la napolitana), pero dotándolos de una humanidad y una profundidad más evolucionada, en la línea iniciada por Mozart y desarrollada por Rossini, con obras que planteaban una cierta crítica del orden jerárquico y de la moral imperantes en sus respectivas épocas.
La propuesta escénica de Emiliano Suárez parte de dos elementos que ofrecen al espectador la posibilidad de tomar distancia de la línea argumental original de la obra. Elementos de distanciamiento que van a permitirnos abordar la dificultad para identificarnos con algunas de las decisiones tomadas por los protagonistas desde el humor y la observación crítica.
Por un lado, nos propone un acotamiento, una reducción del espacio escénico a una estructura situada en el centro de la gran caja del Euskalduna, logrando así el doble objetivo de delimitar el devenir argumental creando, a su vez, una concha acústica de menor dimensión, y, por otro, introduce un elemento de distanciamiento y salvaguarda emocional a través de un narrador-comentarista interpuesto, que contextualiza y evalúa los afectos y las decisiones de los protagonistas de la historia.
Esos dos elementos van a marcar el tono de toda la producción. Una versión en la que destaca, por encima de todos, el personaje que da título a la ópera, partiendo de la crítica de su modo de vida y sus intentos de intervenir en la vida de su sobrino, para terminar con una mirada compasiva hacia el personaje maltratado que acepta resignado la situación.
Encontramos en la producción un Don Pasquale más humano, más complejo que el personaje original. Un Don Pasquale casi omnipresente, que vigila y administra el negocio desde su mesa en un extremo de la escena, interpretado magistralmente por Simón Orfila, tanto en lo vocal como en la creación del personaje, que fue, sin duda, el protagonista y gran triunfador de la noche.
En el montaje de Emiliano Suárez se traslada la acción a una pizzería, consiguiendo una dinámica actualización del espacio y de la época en los que se desarrolla la acción. Un espacio y un tiempo lo suficientemente cercanos y lo suficientemente universales como para que la propuesta fluya sin contradicciones, más allá de algunos elementos textuales que aportan comicidad y contraste a una convincente versión del libreto original.
El maestro Sesto Quartini, al frente de la Euskadiko Orkestra, realizó una lectura enérgica, viva y estilísticamente muy pegada a la partitura, en la que combinó lirismo y emoción con momentos brillantes y divertidos, acordes con el tono general de la producción, subrayando en lo musical la acción y el argumento y ofreciendo una versión completa y sin cortes de la partitura del maestro bergamasco.
Destacaron notablemente el bajo-barítono Simón Orfila y la soprano María José Moreno, dentro de un cuarteto protagonista de muy buen nivel, que ejecutó con contundencia y buen hacer las intrincadas partes de conjunto, aportando viveza y convicción escénica a unos pasajes nada sencillos de resolver en lo vocal.
Orfila ejerció con soltura y autoridad como protagonista absoluto de la obra, mostrando potencia, brillo y morbidez desbordantes en toda la tesitura, sin perder un ápice de la teatralidad y el fraseo requeridos, con una presencia vocal y escénicas que destacaron desde su primera intervención, Un foco insolito, hasta su endiablado dúo con el barítono y posterior finale, y transmitiendo con solvencia todos los matices encomendados a su personaje.
María José Moreno fue, junto a Simón Orfila, la otra gran protagonista de la noche dando vida a la astuta, manipuladora y verosímil Norina, en una versión actualizada del personaje, en la que la joven interactúa en sus redes sociales mientras hace gala de una gran voz y un gran dominio de las agilidades vocales. La soprano granadina se mostró contundente y apasionada en su primera intervención, remilgada en Quel guardo il cavaliere, y viva y descarada en So anch’io la virtu magica, en la que da rienda suelta a su verdadera naturaleza y en la que tuvo que cabalgar sobre el tempo vivo y las agilidades del allegretto.
Francesco Demuro mostró un excelente legato, transmitiendo en todo momento el carácter dulce y algo apocado del personaje, con una hermosa línea vocal y un buen uso de los recursos y, aunque su voz sonó en ocasiones falta de amplitud en el registro agudo, resolvió con fuerza y brillo los pasajes más comprometidos del personaje, convincente en su escena del segundo acto, Povero Ernesto!, y en la serenata y el dúo con su compañera en el tercero, Tornami a dir che m’ami, en el que ambos intérpretes ofrecieron un momento de notable belleza musical y escénica.
El barítono jienense Damián del Castillo encarnó al manipulador y astuto Dottor Malatesta con solvencia actoral y una presencia vocal que no siempre se hizo evidente, al tener que confrontar con dos voces, Orfila y Moreno, que desbordaban en sonoridad y proyección. Muy convincente en su rol de sostén y contrapunto, con un fraseo lleno de exigencias, por más que en su única intervención en solitario, Bella si come un angelo, su parte más lírica, se echara de menos algo más de lirismo y morbidez.
Despuntó, junto a Orfila, en el rossiniano Aspetta, aspetta, cara sposina, verdadero tour de force de canto silabato, en el que ambos se compenetraron con brillantez, resolviendo el expuesto pasaje con solvencia y provocando, como es tradición en un momento tan apreciado por el público, el esperado bis del dúo final en el proscenio, lo que nos permitió descubrir una sonoridad y una proyección en la voz del barítono que no siempre habíamos percibido en sus intervenciones desde posiciones más retrasadas en la escena.
Bien el coro en el tercer acto, Che interminabile andirivieni!, observador en la distancia de las manipulaciones a las que se encuentra sometido el contrariado protagonista, aunque se vio algo constreñido en algunos momentos como en la salida de la pizzería en la que, tras saludar al pizzero, tienen que saltar desde la plataforma móvil para ir alineándose en la boca del escenario. Un cambio de espacio, y de posición relativa del coro respecto a la acción, de elegante impacto visual, difícil de resolver con suficiente decoro mientras se canta.
Por último, es necesario destacar la intervención de Pedro Mari Sánchez, en su doble papel de maestro pizzero y notario y en su función de comentarista cómplice, añadida en la producción de Emiliano Suarez como elemento de distanciamiento, que permite al público adoptar una actitud objetiva y crítica respecto a una serie de contenidos argumentales difíciles de justificar en una lectura actualizada de la obra.
Una inteligente y divertida versión de un título paradigmático del belcantismo romántico a la que auguramos un futuro prometedor. Una producción que realiza una notable aportación al reto de adaptar obras cuyos argumentos, o parte de ellos, resultan difíciles de conciliar con una visión actualizada y que deja abierto un interesante debate.
Y, sobre todo, una producción que nos hizo disfrutar de una de las más bellas obras del belcantismo bufo y en la que en la que todos sus integrantes se conjuraron para conmover y emocionar al público una vez más.