Erik Nielsen y la BOS nos sumergen en el universo de Tristan und Isolde

Bilbao, sábado 18 de enero de 2025. Palacio Euskalduna. Tristan und Isolde, drama musical en tres actos con música de Richard Wagner (1813-1883) y libreto del compositor, basado en el relato de Gottfried von Strassburg (circa 1210) que a su vez se basa en la leyenda medieval de Tristan. Se estrenó en el Teatro de la Corte Real y Estatal de Baviera, en Múnich, el 10 de junio de 1865.
Gwyn Hughes Jones, Tristan. Rachel Nicholls, Isolde. Marko Mimica, König Marke. Egils Silins, Kurwenal. Carlos Daza, Melot. Daniela Barcellona, Brangäne. Josu Cabrero, pastor/joven marinero. Gillen Mungia, timonel.
Bilbao Orkestra Sinfonikoa. Dirección musical, Erik Nielsen. Asistente del director musical y director de banda interna, Pedro Bartolomé. Coro de Ópera de Bilbao. Director del C.O.B., Boris Dujin. Maestros repetidores, Itziar Barredo e Iñaki Velasco.
Dirección de escena, Allex Aguilera. Escenografía, Allex Aguilera. Iluminación, Luis Perdiguero. Vestuario, Jesús Ruiz. Vídeo, Arnaud Pottier. Coach de idioma, Gerhard Gall
Producción, Teatro de la Maestranza de Sevilla. 73ª Temporada de ABAO Bilbao Opera.
JUAN CARLOS MURILLO
Aborda ABAO su tercera Tristan und Isolde -las anteriores se programaron en 1993 y 2011- bajo la batuta de Erik Nielsen y la dirección escénica de Allex Aguilera, en una producción del Teatro de la Maestranza de Sevilla estrenada en 2023.
La del sábado fue, sin lugar a duda, la noche de Erik Nielsen al frente de una excelente Bilbao Orkestra Sinfonikoa, en la que el maestro mostró su profundo conocimiento del repertorio alemán y del alma musical de Richard Wagner, ofreciendo una interpretación brillante, aérea y absolutamente emocionante del paradigmático título.
Erik Nielsen dirigió en absoluta unión con la Bilbao Orkestra Sinfonikoa, una orquesta que él conoce muy bien y, sobre todo, que lo conoce muy bien y ese conocimiento mutuo redundó en una simbiosis total a lo largo de más de cuatro horas de música que se sucedieron en un tiempo musical y emocionalmente infinito que se percibió como el breve lapso que transcurre entre la presentación del motivo del deseo en el primer compás del preludio de la obra y su resolución en el acorde final del tercer acto, logrando en todo momento mantener la atención del espectador en la compleja trama orquestal y alcanzando así el propósito expresado por el autor de que sea la música la que exponga el drama, la que explique el verdadero significado de lo que ocurre en escena.
Resultó una auténtica experiencia observar la dirección del maestro, su determinación en el gesto, su capacidad de transmitir la emoción exacta, el mimo y la exactitud en las entradas, cómo va dibujando cada tema sobre el anterior o dando las entradas a los cantantes, manteniendo en todo momento la expresión y la emoción requeridas y, por encima de todo, logrando que la orquesta avance con una fluidez y una claridad que hacen que cada línea, cada estrato y cada motivo se perciban con nitidez absoluta.
La escena, en general, consigue transmitir el espíritu y el ambiente de la obra a través de potentes imágenes y unos pocos elementos que aportan organicidad y textura a la escena, subrayando con acierto la emoción y el carácter de cada acto, entre los que destacan la persistente presencia del mar, inmensidad y fuerza incontenible, o la utilización de alegorías como la espada, elemento de muerte, desencadenante del drama y, también, de redención, que vuelve a ser forjada -¿remembranza del Sigfrido de la Tetralogía?- durante el preludio del tercer acto.
Deslucieron la escena algunos momentos como el duelo de Merlot y Tristán en el segundo acto o el de Merlot y Kurwenal en el tercero, al que hay que añadir la sorprendente inmolación de este último para morir junto a su señor Tristán, o la presencia de figurantes que se movían tras el lecho donde yace el protagonista agonizante, atrayendo la atención fuera del foco dramático, y resultaron algo confusas las salidas de escena de los personajes en la escena final previa a la transfiguración de Isolde que, en el ámbito escénico, se resuelve en una escena en la que la protagonista se dirige al encuentro de su amado en una ascensión mística, mientras todo a su alrededor se desvanece y solamente permanecen las luces que la guían hacia el lugar eterno en el que se ha de reencontrar con Tristán.
Una vez más la caja escénica del Palacio Euskalduna impuso sus condiciones, seguramente debido a fundados motivos que escapan a nuestro conocimiento, haciendo que la plataforma sobre la que se desarrolla la práctica totalidad de la acción, y que en sí misma constituye un acertado elemento de encuadre escénico, no esté unos metros más adelante. Habríamos asistido a una magnífica Tristán e Isolda en su totalidad, más allá de una excelente interpretación orquestal que justifica por sí sola la producción.
En el aspecto vocal, escuchamos un excelente primer acto, en el que se percibieron notables desigualdades de emisión y cuerpo entre las voces femeninas y las masculinas, claramente a favor de las primeras.
Rachel Nicholls hizo gala a lo largo de toda la obra de buen saber hacer y de una voz acorde con los requerimientos del rol de la princesa Isolde, mostrando una voz grande, plena y bien proyectada, un timbre rico y una emisión enérgica, con plenitud y autoridad más que suficientes para cumplir con los exigentes requerimientos del primer acto y con evidente capacidad para desarrollar toda la paleta de emociones necesaria a lo largo del segundo.
Fue realmente una pena que la posición encomendada a la soprano en la escena final del tercer acto, bastante retrasada en la escena, y una excesiva gestualidad no ayudasen a disfrutar de una parte, la transfiguración de Isolde, llena de contenido y belleza poética y musical, algo que le restó brillo musical y condensación dramática a la conclusión del drama.
Gwyn Hughes Jones compuso un Tristán convincente y lleno de matices y supo transmitir con solvencia, tanto en lo musical como en lo actoral, toda la trayectoria dramática y emocional de un personaje que requiere una voz plena y potente y una gran resistencia y capacidad expresiva.
Se echó de menos en su Tristán del primer acto una mayor presencia vocal, mayor cuerpo y volumen, especialmente en su confrontación con la energía y la furia de Isolde, aunque fue ganando en expresividad y matices en la exquisita interpretación, junto con Nicholls, de la escena de amor del segundo acto, probablemente la más memorable de la velada, en un crescendo constante de entrega y emoción a medida que ambos protagonistas se adentraban, desde la constatación de su unión, Doch unsre Liebe heißt sie nicht Tristan und Isolde? (¿No se llama nuestro amor Tristán e Isolda?), a través de la anticipación del reencuentro posterior tras la transfiguración final de Isolde, So starben wir um ungetrennt (Así moriríamos para estar más unidos), para culminar, en una apoteosis de pasión fatal, con la expresión de su deseo de unión eterna, ¡Endlos! ewig ein bewusst, ewig endlos (¡Sin fin! ¡Eternamente sintiéndome un solo ser, eternamente sin fin!) con la que finaliza la escena, inteligentemente situada en el borde delantero de la plataforma-escenario, para permitir al público captar todo el dramatismo y la pasión que ambos transmiten.
Ocurrió algo parecido en la segunda parte del largo y exigente monólogo de Tristán en el tercer acto, que cantó en la parte anterior de la plataforma, interpretando una gran escena del delirio, en la que consiguió expresar todas las emociones y todos los matices del complejo y tan exigente rol.
Muy bien Daniela Barcellona en su papel de la brava y fiel Brangäne. Muy consistente a lo largo de toda la obra, brilló con gran poderío vocal, control del instrumento, homogeneidad y adecuación en todo el registro, en una interpretación llena de fuerza y dramatismo, realizando una intervención de gran profundidad y belleza desde la platea, en su aviso de alerta a los amantes, Habet acht! Schon weicht dem Tage die Nacht (¡Alerta! ¡Cuidado! Ya la noche cede su lugar al día), del segundo acto.
Egils Silins cumplió, abordando con solvencia vocal e interpretativa el rol de Kurwenal, amigo y compañero del héroe, y destacando con emoción y carácter en su intervención del tercer acto. Abordó con soltura las partes más altas del personaje, aunque se echaron de menos una mayor profundidad y presencia en su voz, una de las más perjudicadas por las posiciones retrasadas en la escena.
Respecto al Rey Marke interpretado en esta ocasión por el bajo-barítono croata Marko Mimica, fue seguramente el menos wagneriano de la velada. Mostró una excelente línea vocal y una emisión controlada y hermosa, interpretando su largo monólogo del segundo acto con gusto y precisión melódica, pero compuso un König Marke baritonal, más verdiano que wagneriano, en el que se echaron de menos una mayor fuerza y, sobre todo, una mayor profundidad.
Bien Carlos Daza, en su corto papel del desleal Melot, y Gillen Mungia, en su pequeño papel del timonel. Y muy bien, por último, Josu Cabrero que destacó en su rol del joven marinero y, especialmente, en su pastor en el tercer acto, con una hermosa voz, presente, clara y bien proyectada.
Una vez más nos quedamos con la duda de si el contenedor se impuso al contenido o si algunos de los intérpretes no fueron capaces de superar en ciertos momentos el obstáculo de una formación instrumental densa y poderosa, en la que habría sido una magnífica Tristan und Isolde en su totalidad si hubiésemos podido disfrutar de las partes vocales en escenas tan importantes como el enfrentamiento de los protagonistas y el dúo posterior del primer acto, las intervenciones de Kurwenal, la primera parte del delirio de Tristan o, muy especialmente, la escena final de Isolde.
Una producción, en definitiva, en la que sobresalió, por encima del resto, la magistral interpretación orquestal, bajo la diestra batuta del maestro Erik Nielsen, que marcó un auténtico hito, consiguiendo hacernos sentir y disfrutar de una magnífica y memorable Tristan und Isolde.