Nora Franco Madariaga/
Bilbao, 15/10/2022. Euskalduna Jauregia. 71 Temporada de ABAO Bilbao Opera.
I puritani di Scozia, melodramma serio de Vincenzo Bellini. Libreto de Carlo Pepoli basado en Têtes rondes et cavaliersde Jacques-François Ancelot y Joseph Xabier Boniface Saintine. Estreno: Théâtre Italien de París, 1835.
Elvira – Jessica Pratt; Lord Arturo Talbo – Xabier Anduaga; Sir Riccardo Forth – Andrzej Filończyk; Sir Giorgio Valton – Manuel Fuentes; Lord Gualterio Valton – Alejandro López; Sin Bruno Robertson – Josu Cabrero; Enrichetta di Francia – Laura Vila; Euskadiko Orkestra; Coro de Ópera de Bilbao; Dirección C.O.B. – Boris Dujin; Dirección musical – Giacomo Sagripanti; Asistente de Dirección musical y Directora de la banda interna – Ane Legarreta; Dirección de escena – Emilio Sagi; Asistente de Dirección de escena – Javier Ulacia; Escenografía – Daniel Bianco; Iluminación – Eduardo Bravo; Vestuario – Pepa Ojanguren; Reposición de vestuario – Nadia Balada; Maestros repetidores – Itziar Barredo, Itxaso Sainz de la Maza e Iñaki Belasco; Producción – Teatro Real y Teatro Municipal de Santiago de Chile.
Últimamente está de moda el tema de la salud mental. Y digo bien que “está de moda” porque, además de la legítima y necesaria visibilización de este tipo de enfermedades, hay una tendencia a posicionarse a favor de ciertas causas solo por aquello de quedar bien y estar a la última. Así que ahora lo que se lleva es hablar de estas enfermedades como si todo el mundo fuera doctor en psiquiatría y catedrático en psicología, dándoselas de entendidos –cuando los únicos que realmente saben lo que se sufre son los propios enfermos y quienes conviven con ellos–.
Y para participar de esta moda, una de las primeras premisas es evitar la palabra locura, porque eso de estar loco, a secas, no es políticamente correcto. Si escuchamos los motivos para esta elisión de los que verdaderamente entienden de esto, no les falta razón –sin pretender hacer ningún juego de palabras–, pero los que se han sumado a la moda rechazan vehementemente la expresión sin saber muy bien por qué.
Sin embargo, la locura, vista y entendida no desde un aspecto de salud sino desde una perspectiva Romántica, sí que estuvo de moda. Hartos del encorsetamiento del Clasicismo, cantantes y público querían –necesitaban– arias, escenas enteras, donde la voz explorase sus límites, buscase el «más difícil todavía», donde un protagonista –habitualmente ella– se dejase llevar por sus sentimientos desbordados y se abandonara arrastrado por la música. Y así es como nació ese número tan esperado de las óperas belcantistas llamado comúnmente «aria de la locura» y que tan gratas páginas nos ha dejado en títulos como Lucia di Lammermoor o La sonnambula, entre otros, donde las pobrecitas sopranos protagonistas enloquecen, superadas por sus circunstancias vitales –por qué damos por bueno que sean siempre ellas las débiles mentales proclives a desequilibrios daría para un debate, pero no vamos a entrar aquí en ese lodazal… por ahora–.
También I puritani tiene su buena dosis de arrebato, pero la pobre Elvira ya no está loca: sufre un trastorno delirante transitorio de celotipia que deriva en un cuadro de depresión y trastornos explosivos intermitentes. Vamos, que se vuelve loca de celos y lo mismo llora por los rincones –cual Zarzamora– que le dan ataques de ira y la emprende con todo lo que se ponga a tiro. Pero ya no queda bien decirlo así.
Trastorno transitorio o simple locura, el caso es que estos pasajes tienen una dificultad extrema, y siempre es de agradecer a ABAO que traiga a Jessica Pratt, una auténtica especialista, para estos papeles. Es tal la naturaleza de su voz y el dominio de su instrumento, que no queda sino rendirse a sus pies. Trinos, gorjeos, agilidades, extraordinarias messe di voce, sobreagudos, filados… el repertorio de piruetas vocales es interminable, encadenando una tras otra con pasmosa facilidad y sencillez y aderezadas con una interpretación profundamente íntima y sentida.
Pero el problema de tener a Jessica Pratt en el papel protagonista es que hace falta completar todo un elenco a su altura vocal y, si bien eso es imposible, ABAO Bilbao Opera se acerca notablemente. Sorprendió muy agradablemente el barítono polaco Filończyk, con una estupenda voz natural de luminosa gravedad, flexible y expresiva, a la que solo le faltó –tal vez– una mayor variedad dinámica para subrayar una magnífica interpretación. También conquistó el bajo alicantino Manuel Fuentes con su elegante legato expresivo quien, pese a lucir mucho más en su registro agudo, presentó un registro grave corto pero timbrado. El otro bajo, Alejandro López, y el tenor Josu Cabrero mostraron voces interesantes en sus intervenciones, que quedaron un poco oscurecidas bajo la sombra del resto del reparto. Igualmente, la mezzosoprano barcelonesa Laura Vila en el papel de Enrichetta, pese a su grato color, no alcanzó las cotas de volumen de sus compañeros, por lo que tuvo una actuación más discreta, oculta tras un cierto exceso de sonido de la orquesta. Quienes también sufrieron este leve desequilibrio sonoro entre foso y escenario fueron los integrantes del coro, principalmente en el primer acto, a pesar de haber ejecutado unas intervenciones impecables.
Este desajuste en el balance es, seguramente, el único pero que se le pueda poner al trabajo del director musical Giacomo Sagripanti, que jugó con los temas contrastantes y los motivos rítmicos para colorear el acompañamiento orquestal en una versión minuciosa y detallista. Llamó la atención su gesto de brazos, elevados formando un óvalo sobre su cabeza –cual quinta posición de un bailarín de ballet clásico–, pero es indiscutible que resultó efectivo y la Euskadiko Orkestra sonó empastada y compacta.
También fue efectiva –una vez más– la pareja artística Sagi-Bianco –a quienes en esta ocasión ayudó enormemente el buen hacer del responsable de iluminación Eduardo Bravo–. Con austeridad puritana, donde el único elemento lujoso eran las 28 lámparas de araña –multiplicadas infinitamente por las superficies espejadas de las paredes–, la desnuda escenografía simplificó una dirección escénica bien planteada donde lució de maravilla el poético vestuario de la tristemente añorada Pepa Ojanguren.
Pero, si por algo serán recordados estos Puritani, será, sin duda, por el papel del tenor guipuzcoano Xabier Anduaga como Arturo. El tenor de moda demostró que tiene sobradas razones para serlo, con su voz brillante, timbrada y poderosa, expresiva y equilibrada, con facilidad en el extremo superior del registro –como aún recordamos tras sus dieciocho dos sobreagudos de Quincena–. Pero I puritani no es La fille du régiment, y el esfuerzo vocal que requiere terminó pasando una factura que complicó el tercer acto del joven donostiarra –que sacó adelante los últimos sobreagudos con más arrojo, pundonor y empeño que técnica o facilidad vocal–. Quizás sea una locura abordar tan pronto en su carrera un papel de esta envergadura. O tal vez los locos sean los enfervorecidos fans que ovacionaron y vitorearon a Anduaga al final de la representación –no por falta de méritos de éste, sino por exceso de entusiasmo de aquéllos–. En cualquier caso, recordaremos esta ópera como un inicio de temporada de auténtica locura… si se me permite decirlo.