Nora Franco Madariaga/
Bilbao, 19/11/2022. Euskalduna Jauregia. 71 Temporada de ABAO Bilbao Opera.
Anna Bolena, tragedia lírica de Gaetano Donizetti. Libreto de Felice Romani basado en Enrico VIII ossia Anna Bolena de Ippolito Pindemonte, Henri VIII de Marie-Joseph Chénier y Anna Bolena de Alessandro Ercole conde Pepoli. Estreno: Teatro Carcano de Milán, 1830.
Anna Bolena – Joyce El-Khoury; Giovanna Seymour – Silvia Tro Santafé; Enrico VIII – Marko Mimica; Lord Riccardo Percy – Celso Albelo; Smeton – Anna Tobella; Lord Rochefort – José Manuel Díaz; Sir Hervey – Josep Fadó; Bilbao Orkestra Sinfonikoa; Coro de Ópera de Bilbao; Dirección C.O.B. – Boris Dujin; Dirección musical – Jordi Bernàcer; Asistente de Dirección musical y Directora de la banda interna – Ane Legarreta; Dirección de escena – Stefano Mazzonis di Pralafera; Dirección de escena de la reposición – Gianni Santucci; Escenografía – Gary McCann; Iluminación – Franco Marri; Iluminador de la reposición – Raphaël Solimando; Vestuario – Fernand Ruiz; Maestros repetidores – Itziar Barredo e Iñaki Belasco; Producción – ABAO Bilbao Opera, Opéra Royal de Wallonie-Liege, Royal Opera House Muscat y Opéra de Lausanne.
Enrique VIII, pese a ser un personaje de cierta relevancia dentro de la historia del Reino Unido, es menos conocido por los hitos de su reinado que por sus asuntos de alcoba. Sus seis esposas y sus numerosas amantes hacen que tengamos de él una imagen algo distorsionada, como una especie de gordo, gotoso y veleidoso donjuán, que convertía en reina a su último capricho femenino para deshacerse de ellas –algunas veces de una forma un tanto… drástica– tan pronto como aparecía un nuevo interés en su aburrida vida palaciega. Y algo de eso habría, sin duda –aunque los historiadores serios insistan en que sus frecuentes cambios de esposa respondían a una cuestión sucesoria–, pero Enrique VIII está muy lejos de ser –con permiso de Lorenzo Lamas– el rey de las camas. La lista de reyes con un proverbial apetito carnal es francamente larga y algunos de esos monarcas hacen parecer al octavo Henry un alma cándida –si les pica la curiosidad, les invito a que lean, entre otros, el artículo «Reyes adictos al sexo» de Sarah Romero para muyhistoria.es–, pero su matrimonio con Anna Bolena fue muy real –en ambos sentidos de la palabra– y, pese a que siempre nos cuentan esta historia novelada, edulcorada y simplificada, no deja de ser un argumento de lo más atractivo para pasar un buen rato.
Y eso mismo debió de pensar Donizetti. En la mitad cronológica de su catálogo operístico, Anna Bolena no tiene la redondez de Roberto Devereux ni la frescura de L’elisir, pero presenta bellas arias y hermosas melodías de elaborada delicadeza. El acompañamiento orquestal muestra algunas páginas poco desarrolladas, apenas esbozadas, que dejan la sensación en algunos momentos de estar viendo un lujoso y ornamentado vestido apenas sostenido por el armazón de un esquelético y desnudo maniquí, pero es innegable la mano del compositor bergamasco en cada una de las notas de esta ópera.
La Orquesta Sinfónica de Bilbao, pese a este acompañamiento donizettiano tan desnudo, supo presentar su mejor sonido, especialmente en las maderas, que aportaron calidez al conjunto.
Jordi Bernàcer, director musical de este título, destacó en su control y atención, presentando una versión sólida, coherente, con tiempos muy adecuados que permitieron sostener la musicalidad en la escueta orquestación, pero dejando a los cantantes modular su voz con comodidad.
Con respecto a los solistas, tanto José Manuel Díaz como Josep Fadó gustaron en sus breves intervenciones como Lord Rochefort y Sir Harvey respectivamente, valientes, elegantes y con voces limpias y bien fraseadas. Anna Tobella interpretó al paje Smeton con soltura y buen gusto, aunque en estos pant roles –de los que hemos hablado en otras ocasiones– un color tan claro resta credibilidad.
Silvia Tro Santafé encarnó a la amante y prometida del rey Jane Seymour, un personaje ingrato que, sin embargo, el libreto trata con bastante clemencia, reservándole páginas de gran belleza. La cantante valenciana se mostró cómoda en su canto, de bella línea y cautivador registro grave, pero donde realmente destacó fue en sus pasajes a dúo con Anna Bolena, ya que sus voces encajaron a la perfección, con timbres similares y colores que se fusionaron a la perfección.
El papel de Anna Bolena recayó en la soprano libanesa-canadiense Joyce El-Khoury. De voz sólida pero liviana, brilló con facilidad en el agudo, con agradables filados y otros adornos de intención. De agilidades limpias y delicadas, en el registro central le pesó, sin embargo, una emisión ligeramente atrasada que oscurecía el color algo más de lo necesario. Su actuación creció durante toda la obra, ofreciendo un segundo acto muy por encima del primero, con arias de sentida emoción donde lució toda su –amplia– gama dinámica además de una extraordinaria interpretación.
El tenor Celso Albelo, en cambio, no tuvo ese mismo crecimiento y transmisión. Su extraordinaria facilidad para el agudo, muy timbrado y casi explosivo, no conectó con el resto del registro, que pecó de un exceso de nasalidad que lo afeaba e invalidaba cualquier otra virtud técnica. Su interpretación tampoco brilló especialmente, por lo que su participación no satisfizo del todo las expectativas del público.
Convención mucho más el bajo Marko Mimica como Enrique VIII, con esa voz agradablemente oscura, de graves llenos y bello legato. Le faltó, tal vez, algo más de expresividad, dejándonos un rey excesivamente sobrio y casi ajeno al trágico argumento.
El coro de ópera tampoco estuvo tan brillante como suele ser habitual. Mejor ellas que ellos, pero pequeños desajustes, algunas entradas dubitativas y voces sueltas –principalmente en la cuerda de tenores– ensuciaron su participación, pese a que la dirección escénica, bastante estática, favorecía el canto –aunque abusaba de las otrora manidas diagonales fijas para el coro y presentaba un flujo de personajes bastante torpe–.
Sin embargo, la minuciosa escenografía, cargada de pequeños y delicados detalles, junto a los lujosos vestuarios, fue sin duda lo mejor de la velada, haciendo que el público, absorto en su contemplación, pasara por alto algunos aspectos menos pulidos de la ópera, cual Bolena perdonando la perfidia de Enrique y sus royal affaires.