Così fan tutte: ¡Abracadabra!
Bilbao, 21/01/2023. Euskalduna Jauregia. 71 Temporada de ABAO Bilbao Opera.
Cosí fan tutte, ossia la scuola degli amanti, dramma giocoso de Wolfgang Amadeus Mozart. Libreto de Lorenzo da Ponte. Estreno: Teatro Burgtheater de Viena, 1790.
Fiordiligi – Vanessa Goikoetxea; Dorabella – Serena Malfi; Ferrando – Xabier Anduaga; Guglielmo – David Menéndez; Don Alfonso – Pietro Spagnoli; Despina – Itziar de Unda; Actor – Rubén Jiménez Rosco; Euskadiko Orkestra; Coro de Ópera de Bilbao; Dirección C.O.B. – Boris Dujin; Dirección musical – Óliver Díaz; Dirección de escena y escenografía – Marta Eguilior; Asistente de dirección de escena – Roberta Pasquinucci; Iluminación – David Alcorta y Marta Eguilior; Vestuario – Betitxe Saitua; Videoproyecciones – Iván Puñal; Maestra repetidora y clave – Itziar Barredo; Violoncello – Gabriel Ureña; Producción – ABAO Bilbao Opera.
NORA FRANCO MADARIAGA
En esto de la magia –como en tantísimas otras cosas– tienen un papel fundamental los referentes de nuestra infancia: señores de frac y guantes blancos que sacan conejos de una chistera, una mujer de negro pelo rizado con un pañuelo en la cabeza que mira con intrigantes ojos verdes el interior de una bola de cristal, personajes misteriosos envueltos en capas que lanzan conjuros –si en los dados icosaédricos sale la puntuación adecuada–, Ian McKellen vestido de gris y con una larga barba llamándonos insensatos –o «you fools», según la versión que se prefiera–, un muchachito con gafas y una extraña cicatriz en la frente con uniforme de colegial británico… pero también tres reyes que vienen de oriente, un ratoncito del que desconocemos el nombre de pila, un hombre dicharachero con vaqueros y chaleco que toca un violín imaginario, una mujer de cardado pelo rubio que esgrime un par de velas negras, un elegante y discreto caballero de acento argentino, o una señora que se preocupa cada noche de que nada nos inquiete, atormente o perturbe. Esto de la magia es así, porque además metemos en el mismo saco ilusionistas, mentalistas, adivinos, cartomantes, timadores, videntes, astrólogos, superstición, fantasía, literatura, cine, circo, teatro y tele, mucha tele.
Y, aunque en el siglo XVIII no hubiera televisión, parece ser que no se libraban de artes arcanas. Muchos son los artículos –de muy diversos niveles de rigor científico o histórico– que vinculan a Mozart con la numerología. Aquello de la masonería y el número 3 parece que ha dado mucho de sí y, sin entrar en si hay algo de mágico o no en esos rituales masónicos tan misteriosos, o si la numerología es ciencia, timo o magia, parece probado que lo del 3 es una constante en las composiciones del genio de Salzburgo; pero, por mucho simbolismo que adjudicara Mozart al 3, en Così fan tutte el número ganador es el 2.
Dos actos –con la misma duración, con lo difícil que es eso–, cuatro cuadros, dos parejas de amantes –si contamos a Don Alfonso y a la criada Despina, nos salen tres parejas (imposible esquivar el 3), pero también dos grupos equilibrados de hombres y mujeres–, prácticamente un par de arias para cada personaje, dos números de coro… Pero no termina ahí la dualidad y la simetría: la juventud frente a la experiencia, la credulidad frente a la picardía, la honestidad frente al engaño, la seriedad frente a la superficialidad, el idealismo frente al pragmatismo, el romanticismo frente al racionalismo…
Y, tirando de ese constante doble juego, la escenografía que presenta la joven Marta Eguilior para esta producción está dividida en dos por una línea, dejando a la derecha un tablero de ajedrez que simboliza juego, estrategia y astucia, y a izquierda un bosque que trae magia, azar y romance; perfecto contraste para plasmar estas oposiciones de las que está llena la obra.
Con una única y sencilla escena –podría decirse que naïf, solo un paso más allá del decorado de una función escolar–, da para dedicar, sin embargo, páginas enteras a su análisis y, probablemente, también a los halagos. Son numerosas las referencias literarias, cinematográficas y pictóricas: desde el autómata adivino Zoltar de la película Big al columpio que pintó Fragonard, pasando por la abundante imaginería de las ferias y circos ambulantes –parecidos al de la película La parada de los monstruos– y a la que no le faltan ilusionistas, adivinas, siameses, enanos o acróbatas, además de numerosas referencias a la Alicia de Lewis Carroll, con su bosque mágico, el picnic en el jardín, las cartas, el ajedrez o los extraños hermanos Tweedle Dum y Tweedle Dee. Incluso en las videoproyecciones de Iván Puñal –perfectamente integradas con el resto de la escenografía– se pueden encontrar referencias fotográficas de series británicas como Downtown Abbey o Retorno a Brideshead –y es que, efectivamente, aquí había tele, mucha tele–.
Pero no son éstas las únicas virtudes de la propuesta. No se puede dejar de lado el vestuario de Betitxe Saitua, la iluminación de David Alcorta, la transformación del filósofo Don Alfonso en un ilusionista –que sirve de razón e hilo conductor para tanto enredo– y, sobre todo, la excelente participación del actor Rubén Jiménez Rosco –injustamente apartado de la ficha artística del programa de mano para aparecer relegado a la última línea de la ficha técnica– que aporta una importante dimensión teatral a la dirección escénica –aunque esta dirección, sin embargo, resulte un poco rígida en cuanto a movimiento–. Igualmente virtuosa la disposición de la escenografía, que coloca a los cantantes en la parte delantera del escenario, favoreciendo su labor vocal.
Y, hablando del trabajo de los cantantes, es necesario reconocer en él la gran magia de esta producción, con un equilibrio y una calidad sobresalientes.
La soprano Itziar de Unda interpretó a la criada Despina con desenfado, voz ligera y –si se me permite la licencia– cantarina –si no, sutituyan el adjetivo por “tintineante”–, muy adecuada a las características del personaje. Destacó en su aria Una donna a quindici anni, por la belleza del fraseo y por el mérito de la situación casi acrobática, a partes iguales. Magnífico Pietro Spagnoli como Don Alfonso. Pese a carecer de arias donde lucirse, son remarcables la naturalidad y la teatralidad de sus recitativos. Sí se pudo disfrutar de su voz –profunda y persuasiva– en los números de conjunto, como el delicioso terceto Soave sia il vento.
El barítono asturiano David Menéndez cantó su papel de Guglielmo con voz envolvente, cálida, grave y carnosa pero brillante y cautivadora. Su interpretación, muy acorde al rol, resultó fresca, extrovertida y decidida. Junto a él –y nunca tan literalmente–, el tenor donostiarra Xabier Anduaga desempeñó el personaje de Ferrando con timbre claro, homogéneo y delicado, cantando con exquisitez y precioso legato, muchas veces en una complicada y primorosa media voz. Sin embargo, su interpretación –tanto vocal como escénica– no traspasó la barrera expresiva y pecó de fría, estática y algo forzada, principalmente en los momentos cómicos.
La mezzosoprano italiana Serena Malfi como Dorabella lució un precioso y personal color, que mantuvo intacto en toda la extensión de su registro, desde los graves más térreos hasta los agudos, cómodos y bien rematados. Acostumbrados a versiones más explosivas, sorprendió la intimidad y mesura de su aria Smanie implacabili –interpretada con gran gusto e intachable técnica, independientemente de lo infrecuente de la versión–. La Fiordiligi de Vanessa Goikoetxea sonó clara y liviana, pero con presencia. Deliciosamente expresiva, su amplia gama cromática y dinámica llenó de matices su cuidado cantabile. El aria del primer acto Come scoglio fue una verdadera clase magistral de buen gusto, mientras que en el exigente rondó Per pietà, ben mio, perdona se mostró generosa en ambos extremos del registro. Pero, a pesar de todo, se la sintió enconsertada en una versión demasiado contenida para su vocalidad y desparpajo escénico.
A este respecto, la lectura que de Così fan tutte ofreció Óliver Díaz fue minuciosa, detallista, coherente, honesta y juguetona, pero quizá excesivamente sutil y comedida, frenando la natural expresividad de los cantantes y trabando un poco la parte más buffa de la ópera. Euskadiko Orkestra respondió de buen grado a esta delicada interpretación de la partitura y sonó con liviandad, a pesar de lo numeroso de la plantilla –para ser Mozart– y de que el foso estuviese mucho más levantado de lo que suele ser habitual en la ópera.
No se puede terminar de hablar de esta obra sin mencionar los números de conjunto, que son muchos y de extraordinaria belleza, entre los que se cuentan algunas de las páginas más inspiradas del compositor austriaco, como el sublime dúo de Ferrando y Fiordiligi Fra gli amplessi, y que, sin varitas, abracadabras, ni trucos en la manga, llenaron de ilusión una velada absolutamente mágica.