La bohème: con mayúscula
Irún, 22/04/2023. Teatro Amaya. Asociación Lírica Luis Mariano.
La Bohème, opera lirica de Giacomo Puccini. Libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica sobre la novela Scènes de la vie bohème de Henry de Murger. Estreno: Teatro Regio de Turín, 1896.
Mimì – Marta Leung; Rodolfo – Rino Matafù; Musetta – Stela Dicusara; Marcello – César San Martín; Colline – Park Kwangsik; Schaunard – Juan Laborería; Benoît/Alcindoro – Isidro Anaya; Parpignol – Iker Casares; Aduanero – Darío Maya; Sargento – Aritz Emparan; Un vendedor ambulante – Juan Luis García; Un niño – Elena Aramburu; Orquesta y Coro Luis Mariano; Dirección de coro – François Ithurbide; Coro Ametsa-Txiki Abesbatza; Dirección de coro – Leticia Vergara; Dirección musical – Aldo Salvagno; Dirección de escena – Alfonso de Filippis; Escenografía – Roberto Punzi y Corrado Ribero; Vestuario – Compagnia Elena d’Angelo; Iluminación – Roberto Punzi; Maestro repetidor – Oier Etxaburu; Producción – Asociación Lírica Luis Mariano Irún, Associazione Amici per la Musica di Cuneo y Lyrica et Thèâtre du Passage de Neuchâtel; Dirección de Producción – Ángel Pazos.
Nora Franco Madariaga/
Si entran ustedes en esta página en la pestaña que pone “Klassikbidea: equipo y edición” –en la que, además de conocernos mejor, pasarán un par de minutos divertidos–, verán que dice «Klassikbidea colabora en la difusión de la música clásica y la ópera en el ámbito vasco» y, efectivamente, así es. Pero, por más que nos esforcemos, no llegamos a todo –aunque nos gustaría–, de modo que teníamos –y, más concretamente, yo tenía– una tarea pendiente: un viajecillo hasta Irún.
Porque, acostumbrados como estamos a producciones lujosas y cantantes de relumbrón en grandes auditorios, tendemos a olvidar que hay teatros más modestos que, con enorme humildad y respeto por el género, están levantando espectáculos operísticos de calidad, a pesar de los limitados recursos económicos y técnicos.
Así, la Asociación Lírica Luis Mariano de Irún lleva nada menos que 20 años ofreciendo producciones de ópera y zarzuela con dignidad, buen hacer y mucha entrega, y nunca hablamos de ellos, cuestión que había que resolver y cuanto antes. De modo que, el pasado sábado 22, me fui hasta Irún a ver La bohème, de Giacomo Puccini.
No es La bohème un título innovador, pero es una ópera conocida, reconocida y de gran belleza, capaz de atraer tanto al público habitual como al que se asoma a este género por primera vez. Obra entre el realismo y el verismo, de piccole cose–de cosas pequeñas–, como decía el propio Puccini, de cosas cotidianas, sin héroes ni épica, donde la vida, con sus alegrías y sus dramas, se muestra como es, nos acerca a un lenguaje heredero del romanticismo pero mucho más fluido, que prima el recitativo y utiliza el Leitmotiv para conferirle cohesión y coherencia. Con un libreto excelente que mezcla comedia y drama –como en el fantástico primer cuadro, con los cuatro compañeros de ático y el casero en escena–, La bohème es una obra maestra del melodrama.
Con una escenografía sencilla y sin pretensiones pero fiel al libreto, versátil y muy funcional firmada por Roberto Punzi y Corrado Ribero, la fría buhardilla del barrio latino de París tomó forma para acoger las desventuras del grupo de artistas bohemios que protagonizan esta obra.
La delicada y candorosa bordadora Mimì fue interpretada en esta ocasión por la joven soprano italo-mauritana Marta Leung, quien construyó el personaje a base de una voz dulce y clara, musicalidad y correcto fraseo. Muy sonora en ambos extremos de su rango, los graves, carnosos y timbrados, convencieron más que los sobreagudos, ligeramente ácidos. En el aspecto interpretativo, su actuación tuvo una buena progresión dramática a lo largo de la función, con un último acto muy sentido y un final creíble y emotivamente trágico –lo mío me ha costado encontrar las palabras justas sin hacer spoiler–.
Rino Matafù fue el encargado de dar vida a su amado Rodolfo con voz de interesante color, adelantada y muy timbrada, pero sin exceso de metal que la endureciese. Con un registro central envidiable, en el registro agudo se percibió cierto empuje, pero el resultado fue bueno. Sin embargo, cierto envaramiento inicial hizo temer por el desarrollo de la obra aunque, afortunadamente, se repuso rápidamente, soltándose a medida que avanzaba el primer acto. En cualquier caso, su interpretación fue un poco fría y no consiguió transmitir al público toda la emoción esperada.
El otro personaje femenino, Musetta, cantado por Stela Dicusara, sorprendió por su cándido color, más claro y ligero, incluso, que el de Mimì. Con un pequeño y rápido vibrato, casi trinado, se mostró cómoda en los agudos; no así en los graves, de escasa sonoridad. Con menos volumen vocal que el resto del reparto, compensó su actuación con grandes dosis de histrionismo.
Estupendo el barítono César San Martín en su papel de Marcello, rol ingrato que lleva gran parte del peso de la obra sin apenas momentos de lucimiento vocal. Aun así, el madrileño hizo gala de una voz llena y bien timbrada, sólida y de hermosa línea de canto, homogénea en todo su registro –a la que merecerá la pena seguir la pista–, revelándose como uno de los protagonistas de la velada.
El bajo Park Kwangsik como Colline cantó con voz oscura y de buen registro grave, ligeramente pesada, manteniéndose en todo momento en un plano discreto… hasta que en el último cuadro brilló con su emotiva aria “Vecchia zimarra senti”, interpretada con enorme delicadeza y elegante fraseo, despertando un gran aplauso en el público.
El papel de Schaunard fue interpretado con frescura y presencia escénica por el joven barítono Juan Laborería, con voz franca de fácil emisión y bello color. Isidro Anaya, en su doble rol de Benoît y Alcindoro, mostró una voz dúctil y buena vis cómica. Iker Casares, Darío Maya, Aritz Enparan y Juan Luis García apuntaron soltura y buenas voces en sus breves apariciones. En esta línea, es imprescindible destacar la participación de la pequeña Elena Aramburu que, pese a su tierna edad, cantó con proyección, afinación y desparpajo.
Muy bien el coro infantil Ametsa-Txiki. Qué maravilla –y, lamentablemente, qué poco habitual– escuchar una escolanía que suena verdaderamente a voces infantiles, naturales, sin artificios, pero buena afinación y empaste, simpatía y profesionalidad. También bien el coro Luis Mariano, resuelto en escena, ajustados en tempo y bien equilibrados –aunque más firmes y seguros ellos que ellas–. Lástima que las reducidas dimensiones del teatro limitaran tanto los movimientos escénicos previstos por el regista Alfonso de Filippis en el segundo acto, a las puertas del Café Momus, con todo el elenco en escena.
Y, si abigarrada estaba la escena, aún más lo estuvo el foso –llamémoslo así– con una treintena de jóvenes músicos de la orquesta Luis Mariano encajados como si de un juego de tetris se tratara. A pesar de la complicada colocación, tocaron con dedicación, consiguiendo un adecuado abanico cromático. Faltaron planos sonoros y fraseo, pero la dirección musical de Aldo Salvagno, más pendiente de lo que sucedía sobre las tablas, resultó un poco plana, perdiendo a veces el equilibrio entre orquesta y cantantes. Tampoco los tempi fueron los idóneos en todo momento, como en el famoso vals de Musseta, con un ritmo poco bailable, pero el conjunto general funcionó correctamente.
Ojalá pueda volver pronto a este teatro donde, con menos lentejuelas y mucho esfuerzo, sacan adelante Óperas, así, con mayúscula.