Música en Familia
San Sebastián, 09/08/2023. Catedral del Buen Pastor. Ciclo de órgano de la Quincena Musical Donostiarra. Jonathan Scott , órgano. Tom Scott, piano. Obertura De “La Flauta Mágica” de Wolfgang Amadeus Mozart, Preludio A La Siesta De Un Fauno de Claude Debussy, Finale Del Concierto Gregoriano de Pietro Yon, Suite Peer Gynt Nº1 Op. 46 de Edvard Grieg, Timepiece de Tom Scott, Rapsodia Húngara Nº2 de Franz Liszt.
Pablo Cepeda /
Un repertorio ameno, presentado mediante brillantes transcripciones propias para órgano y piano era el menú que, ofrecido por los hermanos Jonatan y Tom Scott, hizo que la Catedral del Buen Pastor se llenara prácticamente en su totalidad. Sus instrumentos: un piano de gran cola, situado frente a los bancos a los pies del presbiterio y el gran órgano construido en 1954 por Organería Española S.A. (O.E.S.A.) situado en el coro alto.
Quien escribe estas líneas era medianamente escéptico por las dificultades que plantea tocar a dúo con una separación de unos 50 m de distancia, mucho mayor de la habitual en los escenarios de los auditorios. Sin embargo, a la vista de lo escuchado debo admitir que la sincronización que mostraron evidenció una complicidad y conexión fuera de lo habitual. A ello ayudó un micrófono situado en la consola del órgano, que proporcionó una referencia sin retraso al pianista.
Los primeros compases de la Obertura de la Flauta mágica, ofrecieron una imagen sonora fuera de lo habitual: un piano mucho más reverberante de lo escuchado en salas de conciertos, y un órgano cuyo sonido tenía levemente recortada su resonancia por la gran cantidad de personas que llenaban la catedral. La reverberación se sumaba además a un piano que había tenido que ser re-afinado en varios pasos para poder emparejarse con el órgano, que estaba bastante por debajo de los 440 HZ. (Los pianos hoy en día se mueven en torno a los 442 Hz, si no más).
Desde el arranque de la pieza, el piano tuvo un papel dialogante con el órgano, facilitando las transiciones del órgano, que iba ofreciendo registraciones diversas en cada cambio de teclados. El sonido del piano de Tom Scott llegaba con cierta facilidad, si bien no era fácil apreciar el trabajo de detalle en la misma medida que en el caso del órgano, que pasó por momentos de la cercanía y redondez del órgano de coro (situado en el triforio, sobre el altar) a la rotundidad de la trompetería de batalla. La interpretación de ambos hermanos ahondó en sacar lustre a las texturas musicales del Mozart más extrovertido.
El Preludio a la siesta de un Fauno nos regaló una atmósfera densa, si bien el inicio fue ligero y con una sonoridad canónica: una bellísima flauta en el órgano animada por un toque controlado y expresivo con el piano ejerciendo de harpa. La sonoridad mudó hacia la de órgano de cine, llena de carácter, llegando a un clímax sinfónico que parecía evocar los conciertos para piano de Rachmaninov, tanto en las grandes masas sinfónicas como en los detalles a dúo que ejecutaron con una sincronización máxima. En definitiva, una atmósfera sonora y narrativa con carácter propio, más allá de una transcripción por la senda de la imitación.
La pieza de Yon supuso el retorno a un sonido más clásico del órgano y la oportunidad de apreciar la belleza de los diálogos en la parte central, con niveles similares semejantes. El virtuosismo se abrió paso por medio de cadencias en ambos instrumentos y pasajes con glissandos de pedal que pudimos apreciar por medio de la pantalla, no así en el caso del piano que no podía ser visto desde los bancos. Hermanos Scott construyeron un movimiento festivo y cercano.
Los temas que Edvard Grieg empleó en la Suite nº 1 de Peer Gynt han sido un filón habitual de las transcripciones. La mañana permitió una interacción colorista a dúo con un empleo de múltiples sonoridades y un empleo milimétrico de la expresión. La muerte de Åase mostró en la interpretación de Jonathan Scott una gran hondura, creando una atmósfera sombría por medio de los juegos graves de lengüeta y el piano sumando un leve retardo, en un efecto de contratiempo. En La Danza de Anitra el piano aportó una base rítmica bien precisa y el órgano hizo lo propio con la melodía, pasando a intercambiar los roles en cada repetición. Una constante fue el empleo extenso de las posibilidades de registración, de manera que la tímbrica formara parte activa de la narración y avanzara sin repetirse.
La Suite culminó con En la gruta del rey de la montaña, pieza repetitiva y trepidante en su final. Tanto en el inicio como en el final, órgano y piano supieron buscar su lugar en el sonido de la pieza, si bien en la zona central en que se inicia el característico acelerando se vio uno de los escasísimos y leves desajustes en los que cada instrumento quería marcar la pauta rítmica en la que su compañero pudiera acomodarse. Dicho esto, el resto del camino hacia el final fue impecable y lleno de energía.
Time Piece fue compuesta por Tom Scott en 2013 con el fin de, en palabras de su autor, introducir en el siglo XXI los dúos para órgano y piano. La pieza imita el fenómeno físico por el que dos relojes de péndulo apoyados en la misma pared terminan sincronizándose. Sonoramente transita entre la atmósfera new age minimalista y algunas músicas de cine comercial de Hollywood, Ambos intérpretes mostraron su complicidad con la obra, exponiendo con claridad unas estructuras persistentes, que engranaban en cada instrumento y mutaban con naturalidad. Fue una pieza muy bien recibida por el público.
La pianística y virtuosa Rapsodia Húngara nº2 fue servida en su movimiento inicial (Lasan) con el piano como instrumento solista y el órgano aportando el color orquestal (incluyendo la lengüetería de batalla inicial). Fue un momento propicio para disfrutar del sonido limpio e incisivo de Tom Scott, si bien su hermano tuvo también momentos de protagonismo con pasajes virtuosos de pedal. Llegado el Friskan, la parte más conocida de la obra, el órgano presentaba armónicos al piano, o alternativamente un opaco sonido de lengüetería, bien controlada mediante la caja expresiva. Con la obra ya lanzada pudimos disfrutar de un despliegue enorme, por no decir increíble, de técnica: cambios de teclados, apertura y cierre de los pedales de expresión, y vertiginosos pasajes en el pedalero, aportando todos los elementos propios de las veladas lisztianas.
La respuesta del público fue especialmente entusiasta y hubo dos propinas. En la 1ª, el Intermezzo de Cavalleria rusticana, de Mascagni, que fue servida con unos timbres de órgano clásico americano (segundo tercio del s. XX, trasladándonos a la atmósfera musical de las iglesias de EE.UU que cuentan con piano y órgano). En la 2ª, las populares Czardas de Monti, el órgano mostró nuevamente por obra de Jonathan Scott, su camaleónica personalidad, esta vez con sonoridades de órgano de cine, trémolo incluido.
En definitiva, un concierto inusual, arriesgado en cuanto a la logística y exitoso a todos los niveles.