Bilbao, lunes, 11 de diciembre de 2023. Euskalduna Jauregia. Aaron Copland: Preamble for a Solemn Occasion. Gustav Mahler: Sinfonía número 1, “Titán”. Mireia Gabilondo, narradora. Euskadiko Orkestra. Juraj Valcuha, director. Aforo: 2164 personas. Ocupación: unos tres cuartos.
JOSEBA LOPEZORTEGA
Un programa deliciosamente breve, sin intermedio; y, sin embargo, una gran falla separó las dos obras programadas. A un lado, uno de esos Copland tan solemnes y discursivos, tan políticos y tan funcionales como un marco labrado exhibiendo un diploma; de otro el Mahler ecléctico y audaz de la mitad de su veintena. El contraste era grande.
Euskadiko Orkestra conmemoraba el 75º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y eligió la obra de Copland. La primera grabación fijó un canon: Boston Symphony, Bernstein –a quien le encantaba ser protagonista en acontecimientos históricos– y Lawrence Olivier como narrador. Los tiempos han cambiado desde entonces, y la extraordinaria narración de Lawrence Olivier, empujado hacia el énfasis por Bernstein, sufre y delata el paso de los muchos años transcurridos. La narración de Mireia Gabilondo, correcta y clara, pecó un poco de lo contrario. Cierto es que se trata de un texto político, y no dramático (malgré la visión del viejo tándem Bernstein-Olivier), pero la narración en euskera se escuchó despojada de una solemnidad que sí estaba en la intención de Copland, presente en el estreno en el Carnegie Hall de Nueva York en 1949 junto a los mencionados. La sensación es que todo esto importaba a Valcuha entre poco y nada.
La Sinfonía número 1 de Mahler, en cambio, mostró a un maestro de enorme talento. Valcuha propuso una versión de impresionante homogeneidad sonora y conceptual, en la que todo fluía. Supo también extraer lo mejor de cada instrumentista, algo que en buena medida provocan de por sí las obras de Mahler, pero que tiene que materializarse desde el podio y marca una diferencia crucial entre versiones de una misma sinfonía. Otra gran virtud fue su dominio de las dinámicas: todo se escuchaba, desde los pianísimos a unos fortísimos que no eran estruendosos, sino poderosos.
Fue una delicia escuchar a la Euskadiko Orkestra en sus manos: controladoras y muy medidas, ciertamente no caprichosas, pero también liberadoras. Valcuha cuenta Mahler, más que narrarlo, es directo y prescinde de efectismos y dramatismos, como fue claro en el tercer movimiento, la marcha fúnebre, que el compositor pedía solemne y medida, pero que provoca no pocas excursiones al rubato. El segundo movimiento, Scherzo, ya había sido excepcional. Gran parte de la arquitectura mahleriana se explica más en estas diabluras sonoras que en sus amplios y bellos tiempos lentos. Valcuha, que dirigió tanto con como sin batuta, parecía tener en un brazo la partitura y en el otro brazo un cartapacio con los planos de esta deslumbrante arquitectura sonora, que él desplegó con una clase y una madurez francamente infrecuentes.